"Sin un piloto competente, en la tormenta estamos abocados al naufragio"Marie-Jopseph Blaise de Cernier.
Cada persona tiene su propio modo de ser. Los hay que son serios, introvertidos y poco amigos relacionarse con los demás; los hay que, por el contrario, son abiertos, simpáticos y amigos de la broma y los hay, en fin, que piensan que la vida hay que tomársela como viene y prefieren no entrar en polémica sobre temas que a ellos se les antojan aburridos, intrascendentes y en los que es inútil intentar intervenir para cambiarlos. Lo que de verdad resulta muy difícil y me atrevería a decir que contraproducente, es intentar convertir a una apersona en otra, obligándole a renunciar a su espontaneidad, encasillándola dentro de un modelo fabricado de instrucciones a las que se debe sujetar y privándole de ejercer aquella agilidad mental o cualidades innatas que, precisamente, lo han situado como un ser especial que se diferencia del resto de personas que la rodean. Mucho nos tememos que algo parecido ha ocurrido con el señor Arias Cañete.
Por supuesto que para personas objetivas, conocedores de la política, entendidas en los verdaderos problemas que están afectando a nuestro país y sabiendo lo difícil que resulta gobernar a contracorriente y en la necesidad, en ocasiones, de atenerse a instrucciones que nos vienen de fuera aunque, en el fondo, disintamos de ellas. En muchas ocasiones el gobernante ha de saber distinguir entre lo que es esencial, lo que no se puede dilatar o lo que es conveniente por encima de sus propias convicciones, para ajustarse a políticas que se le vienen impuestas por estamentos superiores o por pactos o convenios con los que está de acuerdo pero que, a la vez, le permiten sortear males mayores inevitables. En este aspecto no hay duda que don Miguel Arias Cañete fue el que aportó más datos, el que mejor argumentó y el que se atuvo más a la cruda realidad en la que está sumergida nuestra nación, muy por encima del discurso trillado, facilón y demagógico al que se acogió la señora Valenciano en el debate de la TV1. Sin embargo, deberemos reconocer que, al final, nos quedamos con un cierto mal gusto de boca, porque habíamos esperado más frescura, más rotundidad, más puching y soltura en el manejo de la dialéctica y menos fair play y cortesía del señor Cañete con respecto a su rival femenina del PSOE; porque, por raro que pueda parecer, tanta "suavidad" y "caballerosidad" ha sido interpretada por el feminismo del PSOE como un gesto de "violencia intelectual machista" y "desprecio por el sexo femenino".
Cierto que este recurso de las féminas a considerar machista todo aquello que las perjudica ya se ha convertido en un tópico que será necesario desmontar porque si, de verdad quieren tener los mismo derechos y beneficios del sexo contrario también deben aprender a recibir con igual sangre fría los insultos, descalificaciones o correcciones que sus oponentes, los del sexo masculino, hace siglos que vienen soportando impertérritamente.
El gran error de la derecha, en general, es el acomplejamiento con el que se muestran ante el lenguaje directo, incisivo, corrosivo, intrigante y desconcertante con el que se suele manejar la izquierda. Con la manía de que no se les pueda acusar de mal educados, de machistas, de utilizar términos vulgares o de herir la sensibilidad de su oponente; en muchas ocasiones dan la sensación de ser incapaces de rebatir los argumentos más absurdos, desnortados o falsos, por el temor absurdo de dar la sensación de querer abrumar y descalificar al adversario con sus réplicas. Al señor Arias Cañete desde Génova le obligaron a convertirse en un mero robot al que le insuflaron, como si fuera un ordenador, una desbordante cifra de datos, al tiempo que le sacaron de su cerebro su propio disco duro, el de la agilidad mental, la agudeza, la improvisación oportuna y la libertad de considerar al adversario, no como a una mujer, sino como a una persona que intenta valerse de su condición femenina para lograr ventaja sobre su adversario. Un debate político desde luego no es una cátedra de buenos modales o de cortesía porque se está tratando de dos maneras opuestas de entender la política y, por tanto, no es lugar en que se deba andar con remilgos sexistas.
Su adversario, Elena Valenciano, tampoco estuvo brillante, se puede decir que se limitó a recitar lo que tiene grabado en su memoria RAM, para utilizarlo en cada acto público de su campaña. No necesitó utilizar su dialéctica, la poca que se le conoce, porque enfrente tenía a un señor más preocupado por no ofenderla que por destrozar sus argumentaciones, algo que fácilmente hubiera conseguido ante tal cúmulo de tópicos, necedades, embustes y despropósitos que, eso sí ¡echándole cara!, prodigó la socialista. Y cabe, en este momento, preguntarse: ¿quién fue que organizó, en el PP, lo que se debía decir, como plantearlo o, quién fue el que aleccionó como se debía enfocar el enfrentamiento o quienes decidieron los temas que se debían tratar? Sorprende que el tema de la corrupción no se hubiera mencionado en ningún momento del debate y que la deslealtad del PSOE, demostrada en tantas ocasiones durante la legislatura del PP, también quedara sin tocar. Es posible que, en el caso de Catalunya, le interesase menos al PSOE sacarlo a relucir, dadas las contradicciones que han mantenido del PSC. No entendemos como el PP no insistió en ello cuando tenía ocasión de hacerlo y poner en cuarentena el tema de una España federal. que, como es natural, no entra dentro de las alternativas de ERC y mucho nos tememos que, aunque probablemente les gustaría poder agarrarse a él, tampoco puede aceptarlo la CIU del señor Mas, en manos del señor Junqueras. Parece que el PP tampoco quiso entrar al trapo, Otro error, porque si España tiene un problema grave en este momento es, sin duda, el del separatismo catalán.
Lo que ocurre es que, entre las extrañas fijezas de la política del señor Rajoy, está la de no mover pieza, mal que el Mundo se derrumbe. Lo demostró manteniendo a la señora Mato metida en un feo asunto de corrupción de su marido; lo ha exhibido dejando que el caso Gurtel lo atrapara dentro de sus redes; lo viene avalando con su actitud inmobilista y absurda ante el caso catalán y lo sigue manteniendo cuando sigue dándole su confianza al señor Pedro Arriola, culpable de tantas pifias garrafales cometidas por el PP. Un señor al que, el señor Aznar, en uno de los pocos errores que cometió durante su mandato, le dio carta blanca y al que, el señor Rajoy, en lugar de prescindir de él, le ha seguido manteniendo en su puesto en el que consiguió que, por dos veces consecutivas, perdiera las elecciones. No será porque no se le haya advertido desde distintos sectores del partido pero, como buen gallego, piensa que el único que está en lo cierto es él, aunque el mundo se le derrumbe debajo de sus pies.
Una vez más se ha demostrado la incapacidad y falta de olfato político del señor Arriola para preparar un debate en el que, tanto por sus cualidades personales como por su facilidad de palabra, debería haber ganado, con autoridad ,el señor Cañete si, en lugar de someterlo a un aprendizaje de números y gráficos (que siempre resultan poco rentables), que le obligaron a estar más pendiente de las notas y papeleo que a prestar atención a destruir los débiles y anticuados argumentos de una señora Valenciano que, en más de una ocasión, demostró no saber que contestar. Si el PP sale derrotado de estas elecciones europeas, no se le podrá atribuir al señor Cañete, sino a quienes le forzaron a seguir unas consignas que, una vez más, han resultado contraproducentes ante la inveterada demagogia y habilidad para mentir del PSOE. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, valoramos la estrategia equivocada del PP en este debate.
Miguel Massanet Bosch