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Los corruptores de la corrupción y la contratación pública (por Juan Andrés Buedo)

Publicada el diciembre 26, 2025diciembre 26, 2025 por Juan Andrés Buedo
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La corrupción política en la contratación pública no es un fenómeno abstracto ni espontáneo. Tiene actores concretos, intereses identificables y mecanismos repetidos. No hay corrupción sin corruptores. Señalarlos es imprescindible si se quiere ir más allá del moralismo y entrar en el terreno de la higiene democrática real.

¿Quiénes son los corruptores de la corrupción?

1. Empresarios rentistas del BOE

No compiten: capturan.
Viven de adjudicaciones públicas recurrentes, concesiones prolongadas, modificados de obra y contratos troceados. Su modelo de negocio no es la eficiencia sino la proximidad al poder.

Indicadores clásicos:
– Siempre ganan los mismos.
– Ofertas temerariamente bajas que luego se “corrigen”.
– Sobrecostes sistemáticos.

2. Intermediarios y comisionistas de despacho

Figuras opacas que “abren puertas”, redactan pliegos a medida o conectan empresas con decisores políticos. No firman, no aparecen, pero cobran.

Su especialidad:
– El lenguaje técnico ambiguo.
– La consultoría sin producto real.
– Las sociedades pantalla.

3. Partidos convertidos en agencias de colocación

Cuando la estructura partidaria sustituye al mérito por la lealtad, la contratación pública se convierte en moneda de pago interno.

Consecuencia directa:
– Administraciones colonizadas.
– Técnicos silenciados.
– Órganos de control neutralizados.

4. Altos cargos sin retorno profesional

Políticos que saben que, fuera del cargo, no tienen mercado laboral. Esto los hace dependientes, vulnerables y proclives a aceptar favores futuros.

El circuito es conocido:
cargo → favor → salida dorada → silencio.

5. Funcionarios clave que miran hacia otro lado

No todos, pero algunos. Sin su firma, la corrupción no avanza. La dejación, el miedo o la complicidad también corrompen.

La corrupción administrativa no siempre es activa; a menudo es omisión interesada.

6. Medios y opinadores subvencionados

El silencio también es un servicio. Cuando la publicidad institucional o los convenios condicionan el relato, se normaliza el abuso y se estigmatiza al denunciante.

7. Una ciudadanía resignada

No es culpable, pero sí el terreno fértil. Cuando se asume que “siempre ha sido así”, la corrupción deja de ser escándalo y pasa a ser coste estructural.

En el marco español de contratación pública, los corruptores típicos son:

  • Empresas contratistas y concesionarias que ofrecen comisiones o ventajas a cambio de adjudicaciones, modificados o sobrecostes injustificados.​
  • Intermediarios, consultores o comisionistas que canalizan pagos, diseñan facturas falsas y articulan la «ingeniería» de las adjudicaciones amañadas.​
  • Grupos económicos organizados que actúan de forma reiterada sobre varias administraciones para capturar nichos de obra y servicio públicos.​

En términos penales, el corruptor es el particular que ofrece o entrega el soborno (cohecho activo), mientras que el cargo público que lo recibe incurre en cohecho pasivo. El Código Penal prevé para el cohecho activo penas similares a las del funcionario corrupto, incluyendo prisión, multa e inhabilitación.

​La contratación pública es terreno privilegiado porque concentra grandes volúmenes de gasto, márgenes de discrecionalidad y asimetrías de información. Los mecanismos habituales incluyen:​

  • Pago de comisiones por adjudicación: comisión porcentual ligada al presupuesto del contrato o a sobrecostes posteriores.​
  • Manipulación de pliegos y criterios: participación informal del corruptor en el diseño de requisitos técnicos que solo su oferta cumple.​
  • Red de facturas falsas y consultorías ficticias: se usan sociedades pantalla para enmascarar los pagos indebidos como servicios inexistentes.​

En contextos de baja transparencia, ausencia de competencia real y escaso control ex post, corruptos y corruptores pueden intercambiar durante años adjudicaciones y sobornos con aparente impunidad. La opacidad contractual y el uso intensivo de procedimientos excepcionales (emergencia, urgencia, negociado) multiplican las oportunidades.

​Los corruptores del abandono: Cuenca, el tren y la corrupción que no deja huellas

En la corrupción política no siempre hay sobres, ni comisiones, ni detenciones espectaculares. A veces basta con cerrar un servicio público esencial y dejar que el tiempo, el silencio y la resignación hagan el resto. En Cuenca, el cierre del tren convencional Madrid–Cuenca–Valencia no fue solo una decisión técnica: fue el resultado de un ecosistema de corrupción blanda, de esas que no manchan las manos pero vacían los territorios.

Porque también hay corrupción cuando se deja morir lo público para que otros ganen.

El tren que estorbaba

El ferrocarril convencional era incómodo. No generaba grandes contratos, no permitía inauguraciones fotogénicas, no atraía fondos europeos de relumbrón. Era mantenimiento, servicio cotidiano, vertebración territorial. Y eso, en el modelo actual de gestión pública, no cotiza.

Cerrar el tren no exigió sobornos. Bastó con una cadena perfectamente engrasada de corruptores funcionales:

– Informes técnicos son orientados.
– Decisiones políticas sin coste personal.
– Silencios administrativos estratégicos.
– Compensaciones invisibles a otros intereses.

Nadie robó directamente. Pero todos consintieron. Los corruptores en clave conquense son los aquí enunciados:

1. El gestor que nunca vive aquí
Decide desde Madrid, Toledo o Bruselas. Para él, Cuenca es un mapa, no un territorio. El coste social del cierre no figura en su currículum ni en su patrimonio. La desconexión es su coartada.

2. El político de obediencia debida
Sabe que protestar le cuesta el puesto. Callar le garantiza continuidad. El tren se cierra, pero la carrera sigue. No es corrupción penal; es corrupción por supervivencia política.

3. El tecnócrata que confunde eficiencia con recorte
Reduce la realidad a ratios: viajeros, costes, rentabilidad. Elimina del análisis a las personas, los pueblos, la despoblación. Cuando la técnica se deshumaniza, se convierte en instrumento de exclusión.

4. Las empresas beneficiarias del modelo alternativo
Autobuses, concesiones viarias, infraestructuras redundantes. Cada cierre genera oportunidades para otros. El abandono también tiene ganadores.

5. Los partidos como estructuras cerradas
Ninguno quiso liderar una oposición real al cierre. Mucha retórica, poca ruptura. Porque el problema no era el tren, sino no molestar al centro de poder.

6. El silencio mediático subvencionado
Escasa investigación, poca persistencia, mucho titular efímero. Cuando la publicidad institucional pesa más que el interés general, la corrupción se disfraza de normalidad.

Corrupción sin culpables, pero con víctimas

El resultado está a la vista:
– Pueblos más aislados.
– Jóvenes obligados a marcharse.
– Mayores sin alternativas reales de movilidad.
– Una provincia cada vez más prescindible en la planificación nacional.

Y, sin embargo, nadie dimite. Nadie responde. Nadie paga. Esta es la corrupción más sofisticada: la que no deja huella penal, pero sí cicatrices territoriales irreversibles.

El Madrid–Cuenca–Valencia no era solo un medio de transporte. Era una infraestructura de igualdad, una garantía mínima de ciudadanía plena. Su cierre certifica algo más grave: que hay territorios para los que el Estado ya no se considera obligado.

Eso no es mala gestión. Es corrupción estructural del modelo, cuyo corolario permite ver que Cuenca no ha sido derrotada por la falta de recursos, sino por un sistema que premia el abandono discreto y castiga la resistencia. Mientras no señalemos a los corruptores del silencio, de la obediencia y de la indiferencia, seguirán cerrándose trenes, servicios y futuros… sin que nadie tenga que dar explicaciones.

Y entonces nos preguntaremos, otra vez, por qué Cuenca se vacía. No será un misterio. Será una consecuencia.

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