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La derrota histórica del PSOE en Extremadura anuncia el nuevo ciclo político español (por Juan Andrés Buedo)

Publicada el diciembre 22, 2025diciembre 22, 2025 por Juan Andrés Buedo
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España ha entrado oficialmente en un nuevo ciclo político. La derrota histórica del PSOE en Extremadura —uno de sus bastiones emocionales, simbólicos y electorales durante más de tres décadas— no puede interpretarse como una anécdota regional ni como un accidente derivado de disputas internas. Es un síntoma. Es una alerta. Y, sobre todo, es una advertencia anticipada de lo que puede ocurrir en las próximas citas electorales autonómicas de 2026 y, finalmente, en las elecciones generales de 2027.

A Extremadura siempre se le ha considerado un laboratorio electoral de España interior: una región donde el voto socialista se transmitía como una herencia afectiva, casi biográfica, más que ideológica; un territorio donde el PSOE representaba el ascenso social, la modernización y, en muchos casos, la dignidad institucional. Que esa tierra quiebre la hegemonía socialista no es solo un dato demoscópico. Es la puesta en cuestión de un relato histórico.

Y por eso, lejos de minimizar el resultado, lo peor que podría hacer la dirección socialista es autoengañarse: el derrumbe de Gallardo, la fuga de voto hacia PP y Vox, la abstención masiva entre los votantes progresistas y la ausencia de impulso presidencial solo pueden leerse como un test definitivo sobre el agotamiento del proyecto político de Pedro Sánchez.

El factor Sánchez: cuando el revulsivo se convierte en lastre

Nadie discute que Pedro Sánchez construyó su liderazgo sobre una narrativa de resistencia: sobrevivió a un aparato que lo expulsó, gobernó con apoyos cambiantes, esquivó mociones internas y externas, digirió crisis sanitarias, económicas y diplomáticas, y mantuvo una coalición multicolor cuando muchos vaticinaban un fracaso inmediato. Su figura, durante años, fue combustible electoral: movilizaba, polarizaba, galvanizaba a los adversarios, pero también a los suyos. En 2019 funcionó. En 2023 sostuvo un bloque progresista todavía competitivo. Pero, en política, la repetición erosiona. Y la saturación cansa.

Extremadura demuestra que la figura presidencial ya no actúa como herramienta de tracción, sino como gatillo de rechazo. Allí donde el PSOE necesita movilizar, Sánchez desmoviliza. Allí donde el PSOE requiere atraer votante moderado, Sánchez lo ahuyenta. No es un juicio moral: es un dato electoral. El desgaste institucional —el ruido judicial alrededor del partido, las polémicas internas, la percepción de una estructura defensiva más que propositiva— ha convertido al presidente en un referente cada vez menos funcional para su propio electorado.

El PSOE, en lugar de leer este desgaste, lo niega. Cuando uno niega los síntomas, posterga la enfermedad. Y cuando posterga la enfermedad, expone el cuerpo entero a infecciones sistémicas. Extremadura es esa infección.

La abstención socialista: un suicidio lento

Hay derrotas que nacen del adversario. Y hay derrotas que nacen del propio desánimo. En Extremadura, la abstención registrada entre votantes socialistas es más elocuente que la subida de PP y Vox. Porque una fuga hacia el adversario puede corregirse con agenda, con mensajes, con liderazgo. Pero la desmovilización implica algo más profundo: desafección, desapego, fracaso emocional. El votante que se queda en casa no está enviando un voto de castigo temporal: está suspendiendo la confianza, cancelando el vínculo.

Extremadura ha sido eso: un NO silencioso, pero ensordecedor.

Cuando el electorado progresista cree que “da igual” quién gobierne, el ciclo está perdido. Y cuando esa indiferencia se da en un territorio simbólico como Extremadura, el problema no es regional sino estructural. El PSOE no sufrió solo por el desgaste local de un candidato señalado en investigaciones o por errores de campaña: sufrió porque su base ideológica dejó de creer que había algo en juego. Ese apagón emocional anticipa la amenaza nacional: sin emoción progresista, el PSOE pierde Cataluña, Andalucía, Aragón y Castilla-La Mancha; con esas piezas caídas, las generales son irreversibles.

La derecha multiplica: PP como eje, Vox como palanca

El otro vector de lectura es el crecimiento del bloque conservador. La victoria del PP, aunque sin mayoría absoluta, consolida un patrón que se repite territorialmente: la derecha suma más cuando el PSOE resta. No es una ola ideológica turbulentamente reaccionaria ni un proceso de fascistización social. Es una recomposición natural del espacio político cuando el eje central se desplaza.

El PP vuelve a ocupar un lugar que había perdido: el de fuerza estructural del Estado. Vox se convierte, de nuevo, en palanca electoral. Y la relación entre ambos, lejos de romperse, se institucionaliza. Extremadura indica que la dependencia PP–Vox ya no es coyuntural: es arquitectónica.

Los votantes conservadores saben que para gobernar hay que pactar. Y Vox, en este momento, es el precio del poder territorial. No es una anomalía: es la nueva normalidad.

El PSOE lleva años apoyándose en fuerzas nacionalistas, republicanas o independentistas para sostener su gobernabilidad. Y cuando la izquierda pacta, se llama diálogo progresista. Cuando la derecha pacta, los mismos lo llaman amenaza democrática. Ese doble rasero, amplificado mediáticamente, ya no se sostiene. El votante lo sabe. Y lo capitaliza.

La izquierda a la intemperie: fragmentación, cinismo y ausencia estratégica

Sumar vive en crisis permanente. Podemos se ha convertido en una fuerza residual. Los movimientos emergentes no encuentran escala. Todos compiten por el mismo voto y ninguno construye una mayoría funcional. La izquierda ha perdido un Norte ideológico común: no existe un proyecto nacional cohesionado, no hay horizonte redistributivo sólido, no hay liderazgo alternativo para después de Sánchez.

Sin identidad, sin discurso y sin base movilizada, solo queda el tacticismo. Y la política táctica muere al primer impacto electoral. Extremadura ha sido ese impacto.

2026: el año decisivo

El calendario electoral presiona. Aragón abre el ciclo 2026. Luego vendrán Castilla y León, Andalucía y otras convocatorias. En cada una de ellas el PSOE llega en posición defensiva. Si repite el esquema de Extremadura, el daño se volverá irreversible: tres o cuatro derrotas regionales consecutivas convertirían 2027 en una cuesta electoral impracticable. Incluso si el CIS sigue colocando al PSOE como primera fuerza —algo estadísticamente posible y políticamente discutible— un partido puede ganar encuestas y perder país. Y España se decide en país, no en porcentajes.

Para el PP, 2026 es la gran oportunidad de demostrar no solo crecimiento sino madurez de gobierno. Para Vox, es el espacio para permanecer indispensable. Para el PSOE de Sánchez, es una batalla por la supervivencia.

Los tres escenarios posibles hacia 2027

Todo indica que España se encamina a uno de estos tres modelos políticos:

1. Un PSOE aún mayoritario en voto, pero obligado a pactar un bloque progresista fragmentado.
Viable si Sánchez logra reactivar emoción electoral. Difícil si persiste la apatía.

2. Una mayoría parlamentaria del bloque PP–Vox.
No necesitaría tsunami electoral: bastaría la consolidación del voto desmovilizado del PSOE y un par de autonomías cayendo a la derecha.

3. Un Congreso sin mayorías claras, dependiente de coaliciones improbables.
El escenario menos deseado, pero también el más verosímil si la abstención se normaliza.

Cada uno de esos escenarios redefine España: su política exterior, su agenda económica, su modelo territorial y su estabilidad institucional.

¿Existe una alternativa en el PSOE?

La pregunta circula: ¿puede el PSOE pensar en un relevo para frenar la erosión electoral? Algunos sectores internos lo susurran, otros lo niegan. Sánchez resiste. Sánchez no se inmuta. Sánchez interpreta el poder como un ejercicio de supervivencia personal. Pero una cosa es sobrevivir y otra gobernar. Y una cosa es gobernar y otra ganar elecciones.

Cuando el liderazgo deja de sumar votos, el partido debe preguntarse si gobierna para España o para un nombre propio. Esa reflexión, hoy, está prohibida oficialmente dentro del PSOE. Pero la historia demuestra que los partidos que vetan la autocrítica terminan encontrando la crítica en la urna.

España está cambiando: la política también

Lo que ocurre no es un giro autoritario ni un retroceso moral. España no se está volviendo extremista. Está dejando de creer en proyectos inmóviles. La izquierda pensó que la memoria histórica bastaba. Pensó que la agenda moral suplía a la agenda económica. Pensó que la retórica identitaria sustituía la gestión. Pensó que el antifascismo preventivo movilizaba eternamente. Ya no funciona.

La derecha ha comprendido que la gestión territorial —infraestructuras, economía, empleo— genera adhesión real. Y Vox ha entendido que un discurso emocional sin programa puede someter a un PP desesperado por gobernar. Todos juegan su estrategia. La izquierda, hoy, no tiene estrategia.

Extremadura es la metáfora perfecta: allí donde el PSOE creía tener fidelidad, encontró indiferencia. Allí donde esperaba un muro, apareció una grieta. Allí donde soñaba continuidad, emergió una duda radical: ¿para qué seguir votando a quien no cambia nada?

Conclusión: Extremadura no es un aviso. Es un veredicto.

Después de Extremadura, el PSOE no puede hablar de error local. No puede hablar de campaña desafortunada. No puede hablar de anomalía estadística. No puede hablar de malestar puntual. Nada de eso existe.

La política española ha cambiado. El mapa político se está recolocando. La derecha no necesita entusiasmo: necesita constancia. La izquierda no necesita épica: necesita eficacia. Y el PSOE no necesita relatos: necesita votos.

Extremadura no es un preludio. Es un capítulo. El próximo será Aragón. Luego Castilla y León. Luego Andalucía. Si el PSOE repite el patrón, España llegará a 2027 con una sola certeza: el poder habrá cambiado de manos.

Los ciclos no se discuten. Se asumen. Y este ciclo, guste o no, indica que la hegemonía socialista se ha quebrado. Lo que viene ahora es política real: o reacción estratégica, o implosión.

Extremadura ya habló. Ahora le toca a España.

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