
El pindongueo institucional en Cuenca se refiere a la práctica de deambular sin propósito ni resultados efectivos en la gestión pública, un vicio que erosiona la confianza ciudadana y perpetúa el estancamiento provincial. Esta dinámica, combinada con la banalidad política —caracterizada por discursos superficiales, polarización estéril y ausencia de autocrítica—, frena el desarrollo económico y social de la provincia. Erradicarla exige reformas éticas y estructurales urgentes.
Pindongueo implica ir de un sitio a otro sin necesidad ni provecho, aplicado a la política como inacción burocrática y clientelismo que prioriza el mantenimiento del poder sobre soluciones reales. La banalidad política, por su parte, se manifiesta en patologías locales como el mesianismo de líderes, mentiras recurrentes y victimismo, que confunden legitimidad democrática con servilismo personal. En Cuenca, estas prácticas históricas se agravan por deudas municipales ocultas y escándalos urbanísticos que datan de décadas atrás; unas manifestaciones encerradas en tres grandes puntos básicamente:
- Polarización entre PSOE y PP, con acusaciones mutuas de corrupción y desvío de atención de problemas como despoblación y falta de infraestructuras.
- Gestión provincial marcada por nerviosismo partidista y silencio ante escándalos nacionales que repercuten localmente, como el «caso Koldo» vinculado a figuras socialistas conquenses.
- Baja gobernanza en el siglo XXI, con Diputación y Ayuntamiento estancados en inercias que ignoran revitalización rural y empleo, fomentando precariedad.
Cuenca se ha acostumbrado durante demasiado tiempo a convivir con un tipo de vida política anestesiada: el pindongueo institucional, esa mezcla de gesto vacío, ritualismo clientelar y representación sin proyecto que, gota a gota, ha ido erosionando la calidad democrática de la provincia. No es un fenómeno nuevo, pero sí es —a estas alturas— intolerable.
El problema no es solo la falta de ambición: es la banalidad política convertida en método de gobierno. Cargos que confunden presencia con trabajo, ruedas de prensa que sustituyen a la planificación, inauguraciones que maquillan la ausencia de reformas estructurales. Todo envuelto en un barniz de cordialidad y falsa normalidad que ya no convence a nadie.
El pindongueo funciona porque mantiene a Cuenca en un estado de expectativa perpetua, donde todo parece estar “a punto de cambiar” pero nunca cambia nada. Se celebran proyectos que no despegan, se anuncian inversiones que no llegan, se distribuyen culpas, y el calendario institucional avanza sin que la provincia avance con él.
Este modelo político ha generado una ciudadanía fatigada, acostumbrada a que las grandes transformaciones se pospongan siempre para mañana. Pero la realidad es tozuda: Cuenca necesita un salto estratégico, no una colección de gestos. Necesita políticas de conectividad, relevancia económica, regeneración urbana y comarcalización inteligente. Necesita meritocracia institucional, no figurantes profesionales.
La erradicación del pindongueo es, en el fondo, un acto de higiene democrática. Y empieza por algo sencillo: exigir resultados, no apariciones; exigir competencia, no cortesía; exigir planificación, no improvisación fatalista. Si Cuenca quiere dejar atrás la banalidad política que la mantiene inmóvil, debe romper con la cultura del “ya veremos” y abrazar una política de visión, de rigor y de valentía.
Cuenca no está condenada a la irrelevancia. Pero sí está condenada —si no reacciona— a seguir gobernada por quienes confunden gestionar con posar. Es hora de abandonar el pindongueo y construir una provincia que se tome a sí misma en serio.