
El 30 de noviembre de 2021 se llevó a cabo una reunión en Cuenca en la cual fue anunciado el golpe de gracia a la línea de ferrocarril convencional que discurre entre Aranjuez (Madrid) y València. El objetivo se hallaba en el cierre total del servicio ferroviario y su sustitución por autobuses, y está suficientemente descrito, analizado, descrito y deplorado en el libro Reivindicación del tren para el progreso de Cuenca (Editorial Universo de Letras, 2024). Este ensayo subraya la necesidad de apoyar y potenciar cuantas formas de denuncia y manifestación existan contra el atropello de los políticos «golfos» y prevaricadores, y especialmente adherirse y comprometerse con la calificada plataforma cívica, despolitizada, simplemente siendo la expresión del sentimiento y del deseo del pueblo que pretende jugar un papel importante en el llamado sistema social y político democrático.
Avanza la obra afirmando que las manifestaciones han de ser masivas, reiteradas, persistentes. El apoyo deberá ser sin fisuras a la Constitución, como Ley de leyes que es, a la separación auténtica e independiente de los Poderes legislativo, judicial y ejecutivo, etcétera, así como la exigencia del cumplimiento real y auténtico de las promesas electorales que fueron las que decidieron los españoles con su voto en las urnas. Así seremos menos víctimas y culpables del desatino histórico cometido con el desmantelamiento del tren. De toda esta filosofía sociopolítica arranca el combate por el menosprecio del PSOE hacia Cuenca y el alzamiento contra la regresión socioeconómica derivada de ese hecho, según revela el capítulo cinco del referido libro; abierto con la idea de que «Cuenca no se vende, Cuenca se defiende», impulsada a partir de la máxima de Epícteto “El alma es como una ciudad sitiada: detrás de sus muros resistentes vigilan los defensores. Si los cimientos son fuertes, la fortaleza no tendrá que capitular.”
A la sombra de este adagio nos cobijamos varios de los asistentes que concurrimos en el llamamiento público efectuado por Fernando Casas[i] el 26 de julio de 2022, embrión y episodio inaugural de la protesta sistemática y continuada contra el cierre de la línea aquí tratado. Fue el primer plante, que, por su propia filosofía política y su misma fórmula de disidencia activa, queda transcrito literalmente en la página inicial del aludido capítulo.
Desde esa fecha se han sucedido ciento cuarenta plantes más, imparables y constantes a lo largo de los tres años y tres meses y medio discurridos desde entonces. Circunstancia que da para mucho, y sobre todo debería hacerles reflexionar a los políticos causantes de esa debacle. Por supuesto, les tiene con la soga al cuello, como demostró ayer la euforia que ha movido la presente descripción en su fórmula, narrativa y literaria, que se terció a partir del empuje de las redes sociales instantáneas (más de 300 visualizaciones en solo diez minutos el Facebook grabado por Ana Cristina Carralero Blanco del plante 141). Luego nosotros, «los plantados», hemos ganado el relato a los enanos políticos del PSOE que en Cuenca se cobijan bajo declaraciones bobas a la prensa subvencionada.
Veamos pues figuradamente qué surge de la foto literaria de esa última jornada.
Han pasado 141 semanas desde que un grupo de ciudadanos decidiera plantar cara al silencio y mantenerse firme en el andén -metafórico- de una estación que ya no tiene trenes. Lo llaman el plante 141, y no es solo una cifra: es la medida de una resistencia cívica que se niega a aceptar que el cierre del tren convencional Madrid–Cuenca–Valencia sea el destino inevitable de una provincia que lleva décadas viendo pasar, sin detenerse, el progreso.
La vieja estación de Cuenca amaneció con la luz fría del otoño y con las huellas de quienes, cada mañana, siguen reuniéndose allí para recordar que el ferrocarril fue —y sigue siendo— un símbolo de vida y cohesión territorial. “Nos quitaron el tren, pero no nos van a quitar la palabra”, gritaba una mujer de mediana edad alzando una pancarta escrita a mano. A su lado, antiguos ferroviarios, estudiantes, hosteleros y jubilados compartían un café caliente entre banderas y silbatos.
El Madrid–Cuenca–Valencia no era solo una línea: era el hilo que cosía tres geografías distintas y que mantenía vivos a decenas de pueblos. Su clausura, decidida con un lenguaje técnico que hablaba de “ineficiencia” y “alternativas sostenibles”, dejó fuera de juego a cientos de vecinos que dependían del tren para trabajar, estudiar o, simplemente, seguir conectados al país. “El tren era la sangre que nos movía, y sin sangre no hay cuerpo que viva”, resume Mariano, hostelero de Huete, mientras observa las vías cubiertas de hierba.
Cada martes, a las seis, las siete o las ocho de la tarde en punto -según la estación del año-, el andén flota en la cabeza de los congregados y se convierte en una liturgia laica de resistencia. Teresa, antigua interventora, hace sonar un silbato metálico que perteneció a la estación desde 1958. Su eco se expande entre las traviesas oxidadas y los edificios abandonados, como si reclamara al país una deuda de respeto. A su alrededor, los manifestantes guardan silencio. El sonido del silbato es el reloj de una memoria colectiva que se niega a detenerse.
El pasado 11 de noviembre, coincidiendo con el plante 141, la noticia de que el Gobierno “estudia alternativas de movilidad sostenible” fue recibida con escepticismo. “Eso suena a enterrar el tren con palabras bonitas”, comentaba el exmaquinista Tomás, mientras mostraba orgulloso una fotografía amarillenta de un convoy de los años setenta. Para muchos, esas “alternativas” equivalen a sustituir la conexión ferroviaria por autobuses o promesas de digitalización que nunca llegan al territorio.
Pero lo que ha germinado en estos meses va más allá de una reivindicación de infraestructuras. El plante 141 se ha convertido en un movimiento cívico que reclama un modelo de país más justo y equilibrado. “Esto no es nostalgia, es futuro”, insiste Clara, estudiante de la UCLM que debe hacer autostop para llegar a clase. “No queremos volver atrás, queremos que nos devuelvan la oportunidad de seguir adelante”.
En el vagón abandonado número 241, cubierto de grafitis, un joven escribió con tiza: “Plante 141 — seguimos en marcha”. Nadie lo borró. La frase se ha vuelto lema de una resistencia que une generaciones y pueblos. En redes sociales, la consigna se repite como símbolo de una Cuenca que no se resigna a ser un apeadero vacío en el mapa de España.
Porque, más allá de los informes técnicos y las decisiones ministeriales, el plante 141 encarna algo más profundo: la defensa del derecho a permanecer. Es el pulso entre una España que se desconecta y otra que todavía lucha por no quedar al margen.
Y mientras en la estación vieja vuelve a sonar el silbato de Teresa, queda claro que Cuenca no se baja del tren.
[i] Fernando Casas Mínguez, “Una manera de hacer Cuenca: cerrar el ferrocarril”, cuencanews.es, 26 de julio de 2022. En https://www.cuencanews.es/noticia/88233/articulos-de-opinion/una-manera-de-hacer-cuenca:-cerrar-el-ferrocarril.html.