
La provincia de Cuenca vive atrapada en una contradicción inquietante: nunca se ha hablado tanto de despoblación, equilibrio territorial o cohesión social, y sin embargo nunca se ha actuado tan poco sobre las causas reales que erosionan la estructura provincial. Abundan planes, subvenciones, discursos y anuncios, pero falta lo esencial: una visión que articule las piezas dispersas de un territorio que lleva décadas desajustado.
La política conquense —y en buena medida la regional— ha funcionado como un mosaico de medidas aisladas: un incentivo fiscal por un lado, una ayuda al emprendimiento por otro, una inversión puntual en carreteras, un centro cultural, una subvención más. Todo bienintencionado, quizá, pero sistémicamente inútil. El resultado es visible: municipios convertidos en archipiélagos, una capital sin fuerza de irradiación real, un transporte provincial fracturado, industrias que no llegan y jóvenes que se marchan porque la única palanca de futuro que sienten firme es la carretera que les lleva a Madrid o Valencia.
Cuenca ha vivido demasiado tiempo administrada como si fuera un tablero plano cuando, en realidad, es un sistema complejo donde cada decisión —de transporte, fiscalidad, educación, energía o medioambiente— desencadena efectos encadenados. Pensar la provincia como un sistema, y no como una sucesión de compartimentos estancos, es el cambio de paradigma que ya no admite demora. Por eso hablar de política sistémica no es introducir un tecnicismo: es reconocer que la provincia se desangra porque las políticas han sido sectoriales, dispares y sin una lógica de conjunto.
Un territorio sin nodos, sin red y sin escala
El primer fallo estructural es de articulación. Cuenca capital se ha convertido en un enclave administrativo más que en un nodo de centralidad. No vertebra; aspira, pero no irradia. Más del 80% de la provincia no mantiene con ella relaciones funcionales de servicios, transporte o actividad económica. Los pueblos no gravitan en torno a la capital: sobreviven aislados, sin red que los conecte, sin escala mínima para atraer actividad.
A ello se suma el coste sistémico del desmantelamiento ferroviario, especialmente la supresión del corredor convencional Madrid–Cuenca–Valencia, que ha fracturado un eje histórico de movilidad y desarrollo. Ese vacío no ha sido compensado ni con carreteras ni con transporte a demanda, siempre improvisado y de escasa fiabilidad. La provincia es hoy un territorio extremadamente caro de conectar y muy difícil de hacer competitivo.
El tercer problema —silencioso, pero devastador— es el hipermunicipalismo. 238 municipios, la mayoría por debajo de 500 habitantes, generan un laberinto institucional incapaz de producir masa crítica ni de gestionar servicios modernos. El territorio queda preso de una geometría de minifundios administrativos que neutraliza cualquier intento serio de planificación supramunicipal.
Reformar Cuenca exige actuar sobre las interrelaciones, no sobre los síntomas
El despoblamiento no es una causa: es un síntoma. Y seguir tratándolo con subvenciones dispersas es aplicarle analgésicos a un enfermo que necesita cirugía mayor.
La única vía eficaz es abordar una reforma estructural sistémica, que opere sobre las relaciones entre infraestructuras, economía, servicios públicos, gobernanza y fiscalidad. Eso implica actuar sobre seis pilares inaplazables:
1. Comarcalización funcional real. No un mapa simbólico, sino seis o siete comarcas con competencias, servicios integrados, planificación conjunta y capacidades ejecutivas.
2. Nuevo modelo de centralidades. Convertir Cuenca, Tarancón, San Clemente, Quintanar, Motilla y un polo serrano en nodos que articulen la red provincial.
3. Infraestructuras con lógica estratégica. Recuperar el corredor ferroviario convencional y desplegar un transporte comarcal estable y vertebrador.
4. Fiscalidad diferenciada. Un régimen de compensación por densidad que atraiga empresas tractoras y libere a familias y autónomos del sobrecoste de vivir en la España interior.
5. Especialización productiva. Bioeconomía forestal, industria agroalimentaria avanzada, renovables con retorno territorial real, turismo termal y de larga estancia.
6. Gobernanza moderna. Instituir órganos técnicos de prospectiva, evaluación y planificación territorial al margen de la coyuntura partidista.
Estas seis palancas no son un menú: son un sistema. Su fuerza está en cómo se relacionan entre sí. Una red comarcal mejora el transporte; un transporte eficiente revitaliza nodos; nodos fuertes atraen empresas; empresas sostienen población; y la población activa dinamiza servicios. Eso es política sistémica: un cambio de engranaje, no un parche.
Cuenca necesita un relato técnico, no propaganda
Si algo ha lastrado a Cuenca en los últimos veinte años es la sustitución de la planificación por la propaganda. Los anuncios han sustituido a los diagnósticos; los titulares, a los planos; las fotos institucionales, a la evaluación rigurosa. Y así, la provincia se ha ido deslizando hacia una irrelevancia creciente mientras otras zonas del interior de España —Navarra, La Rioja, Teruel, Soria, Ourense— han entendido que o se piensa en grande o no se piensa en nada.
Cuenca aún está a tiempo, pero el tiempo ya no es un recurso infinito. Si la provincia no adopta de manera inmediata una perspectiva sistémica —territorial, económica, institucional y social—, el declive se hará irreversible por pura inercia.
Hablar de política sistémica no es una opción académica: es la única forma de impedir que Cuenca siga reduciéndose hasta convertirse en un territorio fantasma, mantenido apenas por presupuestos que parchean lo que ya no se sostiene.
El futuro de Cuenca depende de que, por primera vez en décadas, se piense el territorio como lo que es: un sistema vivo donde nada funciona si no funciona el conjunto. Sólo así la provincia podrá abandonar la vía muerta en la que lleva demasiado tiempo instalada.