“Aunque me quede solo no cambiaría mis libres pensamientos por un trono”. Esta frase de Lord Byron, incluida en su obra Don Juan, es un verdadero alegato a favor de la libertad de la que deberíamos gozar los ciudadanos para poder opinar con libertad, sin que nos atenazara el prejuicio de que nuestras ideas fueran consideradas como un delito o algo peligroso de exponer, contra lo que, determinados colectivos de probada intransigencia política, piensan que hay que luchar para eliminar , a la fuerza si fuere preciso, cualquier tipo de oposición en contra del planteamiento totalitario o pensamiento único, que se pretenda imponer; aún a costa de segar las libertades individuales (sometiéndolas, ya fuere por la coacción psicológica, la formulación de leyes restrictivas o el mismo empleo de la fuerza, en sus múltiples variantes terroristas, intimidatorias y coactivas), olvidando las leyes de la democracia por las que se rigen las naciones que pretenden ser consideradas civilizadas, aunque, hay que reconocerlo, muchas de las que así se autodenominan, no son más que engendros totalitarios que se ocultan bajo el velo protector de un apelativo que dista de coincidir con los fines torticeros que se esconden bajo él.
La presión a la que se nos somete a los españoles que vivimos en Catalunya, no por parte de sus habitantes, al menos en su gran mayoría, sino por determinadas formaciones políticas que, gracias a la falta de autoridad del Gobierno central, a la permisividad con la que se reprimen determinados delitos de coacciones y a la complicidad interesada del mismo PSC, que no ha dudado en convertirse, al menos de boquilla, en el más independentista de la comunidad; han ido limitando, cada vez con mayor intensidad, las libertades que atribuye la Constitución española a todos los ciudadanos, residan en el País Vasco o lo hagan en las Baleares; como si la fuerza de los preceptos de la Carta Magna dejaran de tener vigencia en cuanto se pisara tierra catalana. Sería algo así como los efectos de la kriptonita sobre el legendario Superman, capaces de convertir al superdotado héroe de la justicia en algo así como una simple piltrafa humana. Deberíamos recordar algo que parece que, muchos extremistas catalanes, han olvidado y es que, gracias a la savia humana venida del resto de España muchos empresarios catalanes lograron labrar sus fortunas; sin olvidarnos de que la intolerancia de otros catalanes, a los que ellos calificaban de “nou vinguts”, motivó que los inmigrantes no tuvieran fácil su integración en el país y que sus condiciones de vida, en Catalunya, dejaran bastante que desear.
La explotación a la que estas personas fueron sometidas por sus patronos y la miseria en la que muchos tuvieron que vivir, fueron las causas que dieron origen a los enfrentamientos de clases y rivalidades entre los distintos sindicatos catalanes que, poco a poco, fueron agrupando a los descontentos con el sistema. La “Ezquerra Republicana”, “els Rebessaires” y el “POUM” (trosquista) fundado por Andreu Nin y con gran aportación de los obreros del campo (BOC), la CNT y su rama desgajada, la FAI y, posteriormente, el PC; fueron, junto a la incomprensión y avaricia del empresariado, los que crearon las brasas de lo que, más tarde, se convirtió en incendio con el caos social de los asesinatos en masa, que culminó con la Guerra Civil, en el año 1936. Pero, cuando concluyó la contienda, el tirón industrial de Catalunya volvió a arrastrar a cientos de miles de inmigrantes de toda España, sin cuya colaboración y esfuerzo hoy en día, Barcelona, no sería la gran megalópolis en que se ha convertido. Pero, hete aquí que, una minoría, a la que sorprendentemente se han añadido algunos de aquellos que vinieron de fuera, entre ellos el señor Montilla; en lugar de evitar que Catalunya se encerrara en sus raíces, se separara del resto de España y creara una barrera de odio en contra de todo lo que viniera de ella; ha actuado contra corriente, negándose a abrirse a aquellos que la habían invadido pacíficamente. En vez de fagocitar sus culturas, costumbres, lenguas y folklore; como algo propio y enriquecedor; ha optado, gracias al fanatismo de algunos descerebrados excluyentes, a que se creen dos clases de ciudadanos: los catalanes autóctonos, herederos de las costumbres feudales del vasallazgo y la ley del más fuerte, y los “nuevos catalanes”, los parias a los que se les recibe para que trabajen, ayuden a crear riqueza, y ocupen los puestos secundarios en las empresas, pero a los que se les pide que renuncien a sus culturas propias; se ajusten a las exigencias de quienes llevan las riendas del cotarro y se humillen, debiendo renunciar a derechos que provienen de estamentos legales muy superiores, como son el derecho a usar el castellano, a que sus hijos puedan estudiar en el mismo idioma y a escoger el tipo de enseñanza moral y ética que quieren para sus vástagos.
El grado de temeridad con la que actúa el Tripartit catalán, su ensoberbecimiento, su desafío a las normas estatales, su desparpajo a la hora de obviar la Constitución y legislar sus propias leyes, opuestas y contradictorias con lo dispuesto en aquella y el descaro con el que evitan el cumplimiento de las sentencias del TSJC y la actuación de los fiscales, no se sabe si por compartir las ideas de la Generalitat o debido a que, desde Madrid, les impiden cumplir con su obligación; se inhiben y hacen dejación de su obligación de exigir la ejecución de las sentencias para que sean cumplidas. Claro que el caos en el que está sumergida la Justicia en España; la evidente politización del TC. Con una presidente que se olvida de sus deberes como tal, para plegarse a las conveniencias de un Gobierno interesado en que no salga una sentencia que pudiera demostrar que, todo lo recogido en el famoso Estatut catalán, no son más que un cúmulo de preceptos anticonstitucionales, sin otro objeto que establecer la primera piedra de la independencia de Catalunya. Pero, el señor ZP sabe que, sin Catalunya, se le acaba el chollo y sería defenestrado de la poltrona a la que se agarra con uñas y dientes; así que, ¡se aguanta!.
Pero tampoco, el PP, se ha dado cuenta de que, en Catalunya, hay un saco de votos que se está despreciando y que no se consiguen con congresos o pretendiendo arrimarse a los postulados de CIU. Vidal Cuadras fue el que consiguió la cota máxima de escaños, 17, porque supo entender que, en esta bendita tierra de La Moreneta, hay muchos españoles que quieren continuar siéndolo, sin que ningún advenedizo se salte la Constitución para impedirle hablar como le de la gana y que, sus hijos, sean enseñados en castellano la única lengua que, de verdad, tiene una proyección mundial por hablarla más de 600 millones de personas. Claro que existen, también, otros argumentos de índole práctica, como son las dificultades que, para las empresas extranjeras, puedan suponer el tener que etiquetar en catalán o el que, sus hijos, no puedan estudiar en castellano o el tener que pagar tributos más elevados que en otros lugares o el estar sometidos a unos políticos que no se entienden entre sí y que, cada uno de ellos, tira de la soga hacia el lugar que le conviene, ignorando y prescindiendo de aquello que, de verdad, beneficia a los ciudadanos. Un error garrafal que, sin embargo, deja desvalidos, políticamente, a una importante masa de votantes, que ya han decidido que no hay en España ningún partido que se atreva a recoger las aspiraciones de los que nos consideramos, ante todo, como españoles.
Miguel Massanet Bosch