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¿Y POR QUÉ NO? MUCHAS, MUCHAS, FELICIDADES (por Rosa Díez)

Publicada el diciembre 24, 2009 por admin6567
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Rosa Díez (Publicado en El blog de Rosa Díez, aquí)

 

Siempre hay motivos para desear felicidad a las personas a las que quieres; no habría por tanto que esperar un día señalado del año para escuchar y repetir la palabra mágica: ¡¡Felicidades!! Pero lo cierto es que hay fechas en las que se multiplican los buenos deseos; o al menos la formulación de los buenos deseos. Me refiero, naturalmente, a las Fiestas de Navidad y Año Nuevo.

Tengo amigos que militan en el laicismo y que hacen gala de ello; otros que son creyentes y también presumen de serlo. Otros, la mayoría, a los que no les preocupan lo que creen o dejan de creer las personas a las que quieren; yo soy de esas últimas, y por eso no me corto un pelo y empiezo por desearos, a unos y otros, muchas, muchas felicidades.

También soy un poco tradicional en lo que a celebraciones se refiere. Celebramos la  Nochebuena reuniéndonos la familia en mi casa a cenar. Lo hacemos desde que nacieron mis hijos (Diego hace treinta y tres años) y después Olaya (26), y mis padres empezaron a venir a cenar a casa para evitar que los niños tuvieran que salir del calorcito a la fría noche. Cuando murió mi padre (hace veinticinco años) y mi madre se vino a vivir con nosotros; y mi casa se convirtió en la casa de la familia, la que acoge a los hermanos y sobrinos. Después, cuando murió mi madre hace siete años largos, nada cambió, salvo su ausencia. Y los hermanos y sobrinos (siempre los de Zaldu, más extraordinariamente los de Logroño) nos seguimos juntando para cenar. La casa de la hermana pequeña ha sustituido a la de los padres;  y me encanta que así sea.

Como decía, soy un tanto tradicional para estas cosas. Yo cocino, adorno la mesa, imprimo los menús con el nombre de cada comensal… Y envuelvo y adorno los regalos, porque Nochebuena es también la fecha en la que los repartimos. Cuando los niños eran más pequeños, mi hermano Carlos solía empezar sobre las once y media a anunciar que había oído renos, que escuchaba campanilla, que había visto una luz… Y, entre risas y bromas, esperábamos a las doce de la noche y salíamos a la entrada de la casa en la que, milagrosamente, se habían amontonado los regalos envueltos en brillantes y coloridos papeles y lazos.  Hoy se colocan bajo el árbol, bien envueltos e identificados; y a las doce de la noche (eso no ha cambiado) los empezamos a repartir. Mantenemos la sorpresa del regalo; y está prohibido (terminantemente prohibido) regalar dinero.

Bueno, pues igual de tradicional que soy para mantener estas costumbres (que me recuerdan a mis padres y las nochebuenas  en las que cenar pollo y tener galletas de chocolate, glorias y turrón para postre era un auténtico lujo), lo soy para desear felicidad. Para todos aquellos que han caminado junto a mí (o me han dejado caminar junto a ellos) a lo largo del  año que está tocando a su fin, muchas, muchas felicidades. Dicen que la amistad es un bien escaso,; yo me siento enormemente afortunada por tener la vuestra.

Quiero también desear muchas, muchas felicidades a esas personas que he visto fugazmente un día cualquiera, en una ciudad cualquiera de España, y se han acercado a mí para darme un beso; o me han tomado de la mano y mirándome a los ojos me han dicho algo que me ha hecho sentir lo grande que es hacer bien nuestro trabajo.

También quiero recordar hoy a los uniformados de verde o azul, a los que saludo al entrar al parlamento, en las calles, en los aeropuertos; a los que no veo pero están trabajando cada día para que vivamos mejor y más seguros. Gracias por ser nuestros escudos. Y muchas, muchas felicidades.

Ya se que no es normal emocionarse con la tarea política; menos aún cuando leemos que los españoles nos consideran a los políticos el tercero de sus problemas; pero quiero que sepáis que aún me emociono cuando recuerdo la imagen de nuestro Primer Congreso: más de seiscientos compañeros (entre los delegados y los voluntarios de organización) reunidos en el Palacio de Congresos de Madrid, trabajando juntos y unidos por la férrea voluntad de celebrar el Congreso y disfrutarlo. Cuando se escriba nuestra pequeña historia, la de este grupo humano que fue ganando todas las batallas porque no se le ocurrió siquiera pensar que las podía perder, ese primer Congreso –celebrado contra todo pronóstico y contra poderosas fuerzas  que movieron todos los hilos para impedirlo o para que fuera un fracaso—, tendrá un capítulo que empezará con la historia de ese hombre que izó la bandera de la libertad en “Tiempos Modernos” y acabará con las palabras de Aragorn arengando a los hijos de Gondor y de Rohan, sus hermanos: “…pudiera llegar el día en el que el valor de los hombres decayera, en el que olvidáramos a nuestros compañeros y se rompieran los lazos de nuestra comunidad; pero hoy no es ese día. En el que una hora de lobos y escudos rotos rubricarán la consumación de la edad de los hombres; pero hoy no es ese día. En este día lucharemos por todo aquello que vuestro corazón ama de esta buena tierra; os llamo a luchar, hombres del oeste…” Y entre la primera y la última hoja de ese  capítulo estará recopilado todo nuestro trabajo, toda nuestra convicción, toda nuestra felicidad y toda nuestra emoción.

A todos los que allí estuvisteis ratificando con vuestra presencia y vuestro ánimo que aún no ha llegado el día en que podamos abandonar nuestro compromiso, a todos y cada uno, me gustaría daros un abrazo personal. También os lo quiero enviar a todos los que no pudisteis estar físicamente en Madrid  pero nos hicisteis saber con vuestras enmiendas y con vuestros votos que también vosotros estáis dispuestos a seguir dando la batalla por las cosas que amamos. A todos mi cariño y mis mejores deseos; a todos os doy las gracias por haber hecho posible que este sueño –en el que hemos creído hasta el extremo de fundarlo– se convierta en una realidad útil para millones de ciudadanos. Gracias por no haber perdido nunca la sonrisa; gracias por no haberos rendido.

Pero esto no puede acabar sin referirme a los amigos que merecen un recuerdo extraordinario. Quiero creer que sabéis bien lo que pienso: que D’Artagnan nunca hubiera sido nadie (ni siquiera nombrado en libro alguno) si no hubieran existido los mosqueteros, particularmente los Tres Mosqueteros. Por eso me siento tan privilegiada: porque vosotros me adoptasteis sin preguntaros siquiera si sabría ponerme la capa o usar la espada; y sin pensar en  los rasguños que la aventura en la que nos metimos habría de depararos. He tenido mucha suerte conociéndoos; y es un privilegio para mí sentirme querida por vosotros. Bueno, ya os habréis dado cuenta que os estoy diciendo cuanto, cuantísimo, os quiero.

Un besazo a todos. Y Felices Fiestas, amigos.

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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