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Un adolescente desrabado (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el enero 18, 2010 por admin6567
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Es posible que todos aquellos que ya hayan dejado atrás los sesenta años puedan recordar una de estas modas que, de tanto en tanto, nos trae la ciencia médica que, en ocasiones acierta pero que, en otras, la pifia; como ocurre en tantas otras  ramas de la investigación. Se trata de una práctica  procedente de Alemania, por entonces, como en la actualidad, la nación que estaba dotada de la mejor tecnología, donde se llevaban a cabo las más adelantadas investigaciones y la que estaba situada entre las más adelantadas en temas de medicina. En realidad, alguien descubrió que los niños padecían con bastante frecuencia inflamaciones de amígdalas, estas dos pelotitas que, para los profanos, están situadas en la parte posterior de la cavidad bucal, antes de llegar al esófago. Era evidente que, para los “expertos” de la época –se está hablando del periodo de postguerras – aquellas dos “almondiguillas” tan propensas a inflamarse y llenarse de pus, era algo que no servía para nada y, por tanto, lo mejor era extirparlas, incluso antes de que hubieran dado muestras de infectarse. Se empezó por operar a todos los niños y se prosiguió extirpándoles aquellas “inservibles” excrecencias a todo quisque que todavía las conservara. Ni que decir que fui una de las víctimas propiciatorias de tamaña salvajada y, de ahí, este que se lo relata, acabara con sus “amigdalitis” para contraer, ipso facto, una faringitis crónica, que he padecido hasta hace unos pocos años en que, por lo visto, se cansó de martirizarme y desapareció como por ensalmo.

Me perdonarán este farragoso preámbulo, pero lo que les he expuesto no tiene otra finalidad que dejar al descubierto la soberbia de la raza humana que, en cada momento de la historia, ha tenido ínfulas de sustituir al Supremo Hacedor, pretendiendo remedar de alguna forma lo que Él, a través de la naturaleza, había construido. Evidentemente que, las amígdalas, han resultado ser una importante defensa para el organismo y, aquella locura, acabó cuando, los mismos médicos, se dieron cuenta de los efectos fatales del invento. Ni que decir tiene que los descubrimientos en medicina de los últimos cincuenta años han dejado chiquitos a todos los logrados en todos los siglos pasados y que, por eso, ya hay galenos que se ven en condiciones de enfrentarse, como nuevos doctores Frankestein, a los designios de la naturaleza, pretendiendo enmendar sus leyes e interferir en el normal desarrollo de sus criaturas. Recordemos los ensayos para conseguir clónicos; veamos los discutidos experimentos con fetos humanos y las diversas experiencias  exitosas mediante las cuales, los expertos en medicina, han conseguido alargar la vida de las personas mediante el trasplante de órganos de otros seres donantes. No obstante, nadie puede negar que, en cualquier profesión, no todos trabajan en bien de la humanidad y siempre hay mentes retorcidas que saben como mercantilizar sus habilidades para bordear los límites de la ley o saltárselos, practicando actos médicos de muy discutible ética.

Si los abortos se han convertido en un medio de enriquecimiento de algunos galenos, que se olvidaron de su juramento Hipocrático; tampoco podemos olvidarnos de otros colegas que han encontrado otra fuente de riqueza en esta moda, relativamente reciente, de los cambios de sexo. Una mujer puede convertirse en hombre (para mí es un misterio, se lo confieso) y un hombre puede transformarse en un émulo de Eva. ¡Cosas veredes Sancho…! El hecho de que a mí, particularmente, me parezca una salvajada no es óbice para que cualquier adulto que se lo plantee y sea consciente de los pros y contras de su decisión, no tenga plena libertad para hacer de su cuerpo lo que le venga en gana, ¡allá él con sus demonios personales! No obstante, hay un punto que me gustaría comentar y que, precisamente, es un tema de actualidad por ser un hecho que se ha producido recientemente y que ha levantado un cierto revuelo entre la ciudadanía.

Deberíamos empezar por recordar que, según nuestra Constitución, la mayoría de edad de los ciudadanos se alcanza a los 18 años. Se supone que, hasta aquel momento, sus facultades para decidir quedan sometidas al control de sus padres, tutores y, en su defecto, de la autoridad judicial. Tenemos, en estos momentos, en el punto de mira la famosa ley del “aborto”, camuflada con un nombre absurdo, porque se refiere a la salud de la mujer como si, el hecho de concebir, fuera una enfermedad en lugar del hecho más natural del mundo –es obvio que, la señora Bibiana Aido, esta ministra que colocaron al frente de un ministerio fantasma, denominado de la Igualdad, como si la defensa de la misma no estuviera en toda la Constitución, sin necesidad de crear un órgano político para favorecer los intentos de los socialistas de desmontar toda la cultura cristiana de España –; la evidente contradicción legal de darle facultades a una menor ( 16 años) para que pueda abortar, si es que así lo decide, cuando no dispone de otros derechos que no se le conceden hasta los 18 años, precisamente en base a su inmadurez para tomar decisiones importantes que pudieran redundar su propio perjuicio.

Ahora, hemos visto asombrados como a un adolescente menor de los 16 años, un juez, ha decidido autorizarle para un cambio de sexo. No sé en lo que habrá pensado este señor al incurrir en tal temeridad, ni conozco cual es su preparación y si acaso pertenece a esta última hornada de jueces que entraron de matute sin necesidad de hacer oposiciones pero, fuere cualquiera su forma de pensar, su preparación jurídica o sus tendencias políticas; lo que es evidente es que no ha tenido en cuenta lo que la más elemental prudencia y sentido común le debieran haber hecho ver. Por ejemplo; no dudo que este muchacho tenga tendencias hacia el sexo contrario; puede que incluso se sienta atraído por los hombres y puede que, por circunstancias fortuitas, haya tenido experiencias con otros del mismo sexo, pero un adolescente, a su edad, no está lo suficientemente formado ni tiene experiencia suficiente para condenarse, para toda la vida, a tener que vivir con un sexo que pudiera ser que, al madurar, al tener más experiencia o después de una experiencia homosexual insatisfactoria; quisiera rectificar y darle otro sentido a su vida.

Los ejemplos de adultos que han cambiado de sexo, después de haber estado casados y con hijos en el matrimonio, pueden avalar que cualquier persona puede cambiar, durante su vida, de tendencia sexuales, dependiendo del ambiente en el que viva, de sus experiencias anteriores, de un cambio de mentalidad o de una reflexión que le haga constatar el error que cometió escogiendo una opción que, en su momento, le pareció la adecuada pero que, con el tiempo, ha comprobado que no es la correcta. Un juez puede saber de leyes, puede haber consultado a psicólogos y a otros profesionales, pero lo que no sabe es si, el menor, transcurrido un tiempo, se va a arrepentir de haberse operado y ya no tenga opción a volverse atrás, lo que, sin duda, puede ser una causa de ruina moral para el afectado. Es evidente que, este cambio tan radical en la consideración de la homosexualidad y de sus efectos, ha estado presidido, más por la conveniencia política y electoralista de determinada izquierda progresista, que por un análisis mesurado de los efectos que, sobre una juventud inmadura, pudiera producir el introducir doctrinas que consideren como normal lo que en toda la naturaleza es una excepción y, los casos que se producen normalmente, están habitualmente relacionados con la falta de hembras para copular, debido a la existencia de machos alfa que son los que se apropian de los harenes de hembras. El CGPJ debiera de investigar un tema de tanta enjundia.

 

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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