Enrique Serbeto (Publicado en abcblogs.abc.es, aquí)
En los próximos días y ahora que Eurocontrol se dispone a empezar a relajar las restricciones a los vuelos, habrá que definir si la catástrofe la ha provocado el volcán islandés (hay que cambiarle el nombre urgentemente, porque lo de Eyjafjällajokull no le resulta fácil de pronunciar a nadie) o han sido los gobiernos, por no medir las consecuencias de una medida preventiva que no se había puesto en práctica nunca antes. Según la Comisión Europea, el criterio sobre el que todos los países basaron la decisión de cerrar el espacio aéreo había sido definido por "científicos independientes", que son los que han establecido un modelo de reacción ante la aparición de ceniza volcánica. El problema es que los políticos no saben nada y no tienen más remedio que creerse lo que diga ese modelo teórico "basado en presunciones" que los científicos han elaborado con sus ordenadores, pero que nadie sabe si tienen fundamento. Me viene a la cabeza el último libro del filósofo francés Paul Jorion, que se titula "Cómo fueron inventadas la verdad y la realidad". La verdad es un concepto que fijaron los griegos y que definía las certezas sobre las que se basó la civilización helénica, algunas de las cuales siguen siendo válidas aunque otras eran simples mitos, mientras que la realidad aparece en la Europa de la ilustración en su intento de distinguir la certeza empírica. La decisión de cerrar el espacio aéreo podría haberse tomado teniendo en cuenta más lo que se considera una verdad, sin pararse a pensar si era también la realidad. Niki Lauda voló el domingo entre Viena y Salzburgo, donde el espacio aéreo estaba cerrado a causa de la presencia teórica de ceniza, y lo describió como uno de los mejores y más apacibles vuelos de su vida. Sin embargo, si hubiera habido un accidente, el país que no hubiera tomado medidas preventivas habría sido señalado como culpable de homicidio premeditado.
Las pérdidas son enormes y al final, puesto que nadie va a aparecer como responsable de ninguna decisión, seguramente se culpará a un ordenador, casi seguro el del centro de supervisión de cenizas volcánicas de Lóndres, al que podría haberle pasado lo mismo que con las espinacas, de las que durante décadas se pensó que eran un alimento extraordinariamente rico en hierro, hasta el punto de que la creación de un personaje como Popeye estaba basada en aquella verdad, aunque con el tiempo se descubrió que la realidad era que le habían añadido por error un cero al resultado del análisis. Al menos los ministros de la UE han descubierto gracias al volcán de marras que existen las videoconferencias y que pueden empezar a ahorrar el dinero que les tendrán que dar a las compañías aéreas anulando muchas de sus reuniones en Bruselas o en cualquier otro lado que se les ocurra. Aunque, bien pensado, también les perjudicarán si dejan de viajar. Eso son realidades. Un personaje de Ramón J. Sender, sin embargo, pensaba que era verdad que para tener más hierro había que chupar candados. Es decir, los que quieran más hierro tienen dos opciones: o espinacas o cerraduras.