Publicado en Expansión.com, por Editorial (Ver aquí)
Parece que el Gobierno se ha caído del caballo de su utópica revolución de la energía verde y se ha convertido a la necesaria introducción de pragmatismo y racionalidad en la política energética.
El ministro Sebastián admitió ayer a los distintos grupos políticos que el coste de las renovables se ha ido de las manos, que es imposible mantener este ritmo de subvenciones y que todo ello ha encarecido de forma insostenible el recibo de la luz para familias y empresas, cuya factura ha aumentado un 40% desde que gobierna Zapatero.
El diagnóstico que el ministro transmitió a los grupos es suficientemente ilustrativo de la urgencia con la que se debe rectificar una política equivocada: el incremento del sobrecoste de las renovables explica más de un 120% de la variación de la factura eléctrica y ha contrarrestado la reducción de los costes de la producción ordinaria , calculados en un 25%. El coste las subvenciones crece de manera exponencial, se ha multiplicado por cinco desde 2004 y para este año están previstos 6.300 millones de euros, una cifra desorbitada.
Este vertiginoso crecimiento se debe fundamentalmente a la insistencia de Zapatero, sin parangón con ningún otro dirigente mundial, en promover un nuevo modelo energético apoyado casi exclusivamente en las renovables. A expensas de que el presidente decida si da su brazo a torcer –ahí esta su decisión de cerrar Garoña contra la opinión de los técnicos y del propio ministro de Industria–, el demoledor informe de Sebastián supone el reconocimiento del fiasco de la poco meditada apuesta de Zapatero por la energía verde.
Un fracaso que, salvando las distancias, está en el eje de las grandes transformaciones a las que aspiraba Zapatero, como la paz negociada con ETA, el cambio de modelo autonómico o la extensión de un laicismo militante. Su entusiasmo con las renovables le ha impedido calibrar los efectos contraproducentes de un modelo muy caro –un lujo que los españoles no se pueden permitir–, ligado a onerosas subvenciones, más allá de la imprevisibilidad de una fuente energética ligada al viento o al sol.
Las familias vienen aguantando con mayor estoicismo el encarecimiento de la luz, pero las industrias españolas han mostrado su malestar por un modelo energético que les resulta muy caro y han dado la voz de alarma sobre el proceso de deslocalización inducido por un coste de producción inasumible. Los costes energéticos triplican los costes laborales y, como admite el propio Ministerio, la factura energética para la industria española es un 17% superior a la media de la UE. En otras palabras, una de los principales causas del déficit de competitividad de España se encuentra en su marco energético.
Una vez diagnosticado el problema, hay que solucionarlo. Es obvio que el Gobierno debe acabar con la injustificable generosidad de las primas, pero eso, más allá del necesario ahorro, no arregla por sí mismo el problema energético.
Zapatero debe orillar sus prejuicios ideológicos sobre la energía nuclear, la única opción que actualmente puede contribuir a combatir el cambio climático y asegurar un mix energético asumible para la economía, es decir, para que las empresas y los consumidores paguen precios razonables, so pena de seguir mermando la competitividad del país y de espolear la deslocalización de industrias intensivas en consumo energético.