«En lugar de buscar una estrategia acordada frente a la crisis, el presidente pretende refugiarse en un discurso victimista por lo mucho que le hace sufrir la oposición»
«En lugar de buscar una estrategia acordada frente a la crisis, el presidente pretende refugiarse en un discurso victimista por lo mucho que le hace sufrir la oposición»
JAVIER ZARZALEJOS | (Publicado en El Correo Digital, aquí)
Ala vista de lo que viene ocurriendo, semana tras semana, tal vez el problema del Gobierno Zapatero no sea únicamente la llamativa dimensión de sus mentiras sino más bien la instantánea caducidad de sus verdades.
Seguro que era verdad que el Gobierno quería prohibir a los ayuntamientos el recurso al crédito con efectos inmediatos. Pero esa verdad caducó unas horas después, en forma de una insólita, ilegal y falsa corrección de erratas del decreto-ley que contenía aquella medida, como si seis meses de endeudamiento municipal de más o de menos fueran cuestión de un quítame allá esa tilde.
Seguro también -¿quién lo dudaría?- que la vicepresidenta económica creía con sinceridad que se había tratado de un desliz tipográfico. Pero de nuevo la verdad de Salgado caducó estruendosamente cuando Zapatero -más arrogante aún cuando se desdice- aclaró que era una rectificación lisa y llana porque, además, rectificar es muy sano. Antes de que todo esto ocurriera, 2.000 alcaldes socialistas fueron convocados en Elche con la única misión de aplaudir al presidente del Gobierno, que, por una elemental delicadeza, se cuidó mucho de informarles de sus planes de estrangulamiento financiero, luego revocados.
En esta deriva caótico-marxiana en la que el Gobierno de la nación está precipitándose -los ejemplos sobran-, las enfáticas apelaciones a la «responsabilidad» de la oposición esconden con demasiada frecuencia una retórica oportunista, pretendidamente patriótica y muy cuestionable desde el punto de vista democrático.
Los que advertían de la crisis a la que ya España no escapaba en 2008 eran profetas de la catástrofe. Ahora son, cuando menos, egoístas e irresponsables. Algo no encaja. Ante esta sucesión de verdades perecederas hay que aclarar qué habría sido lo responsable: apoyar la prohibición del recurso al crédito por parte de los ayuntamientos o su rectificación posterior. ¿Qué sería más patriótico, sumarse a la idea de reflexionar sobre el copago de prestaciones sanitarias manifestada por la ministra de Sanidad un martes, o alinearse con esa misma ministra cuando el miércoles nos intenta convencer de que somos los demás los que hemos entendido mal y que de copago, nada?
Es perfectamente razonable discutir si Rajoy tenía que haberse abstenido o hizo bien al rechazar el decretazo de Zapatero. Se puede pedir a Rajoy que olvide que quien recorta ahora el sueldo de los empleados públicos no haya dejado de descalificarle recordándole que él era el ministro del ramo cuando el primer Gobierno Aznar tuvo que congelar las retribuciones de los funcionarios. Se puede, incluso, pedir al PP que no repare en que el PSOE, que ahora decide congelar las pensiones -una medida injusta y evitable-, mantiene en su manual de campaña propagar entre los jubilados la especie de que si el PP gana, peligra su sustento.
Ésas serían querellas menores ante la necesidad de afianzar el rumbo del país para la superación de la crisis.
Pero el piloto -Rodríguez Zapatero- no está por la labor. Y en lugar de buscar una estrategia acordada frente a la crisis, pretende refugiarse en un discurso victimista por lo mucho que le hace sufrir la oposición, mientras él somete al país, al sistema democrático y a su propio partido a una suerte de chantaje político como el que tan claramente se ha enunciado estos días: 'O yo, o el caos'.
Visto el resultado, Rodríguez Zapatero volverá a apuntar al abismo cada vez que lo necesite, evocará el espectro de la Grecia quebrada para exigir adhesiones en vez de ganar apoyos, y acusará de no arrimar el hombro, o de algo peor, a los que no le firmen en blanco.
Duran i Lleida puede dar por sentenciada la legislatura pero, con esta lógica de 'Zapatero o el caos', nadie garantiza que el escenario económico en otoño sea menos apremiante que el actual para permitir una disolución anticipada, tres meses de provisionalidad y la prórroga de unos Presupuestos como los aprobados en su día para 2010 que son, sencillamente, una broma.
Con ese discurso de 'lo menos malo' que Zapatero representaría, se convierte en imprescindible a un mal gobernante, que se sabe que lo es y que la única confianza que puede inspirar ahora radica en su nueva condición de instrumento disciplinado de los dictados económicos externos.
El problema es que, rota la lógica democrática, el argumento se puede reproducir indefinidamente. Por eso el discurso de Duran no fue pragmático sino contradictorio. Salva el día, pero no explica por qué ese imperativo de responsabilidad que se alega para el decretazo no regirá para los Presupuestos de 2011.
Lo paradójico es que Rajoy no está menos preocupado que Merkel por el gasto público y la deuda españoles, ni el PP abandera nuevos keynesianismos tan celebrados hasta ayer mismo por la izquierda que se reencontraba con sus viejas adicciones al déficit público.
Y, sin embargo, el presidente del Gobierno no ha aceptado ni una coma del principal partido de la oposición, que, además del PSOE, es el único que puede gobernar.
Es seguro que ni Merkel ni Sarkozy ni Obama le han dicho a Zapatero nada que éste no hubiera escuchado antes. Pero ha despreciado el acuerdo nacional para plegarse a la presión externa y parece convencido de que son las palmaditas en la espalda que reciba de Merkel y no el consenso realmente buscado lo que legitima su política. De hecho, Zapatero ni se molestó en subir a la tribuna del Congreso para explicar el decretazo. Debió de pensar que sus contradictores no lo merecían.