Rodriguez Zapatero sigue en sus trece. No vale, por lo visto, que desde Bruselas se le hayan enviado “recaditos” para que ponga orden en la economía española, para que ahorre en gasto público y emprenda, sin más tardanza, la reforma, tan necesaria y por la que tanto suspiran las empresas, del mercado laboral; con el fin de igualarse a sus competidoras extranjeras en tan importante materia. Tampoco parece que la conversación con el señor Obama haya conseguido vencer la obcecación de nuestro Presidente de mantenella y no enmendalla; si es que nos fijamos en sus últimas decisiones, que han tenido más de maquillaje que de un empeño verdadero en disminuir el gasto público y ajustar, al máximo, nuestro déficit y endeudamiento públicos que amenazan con situar al Tesoro en serias dificultades. El periódico económico Expansión advierte que: “el plan para rescatar bancos y cajas en apuros se ha quedado sin fondos y es preciso vender más Deuda para afrontar la reestructuración del sistema financiero”. Se dice que el FROB está agotando sus 12.000 primeros millones de euros y precisa más dinero (más madera como dirían los inefables hermanos Marx). Parece que ya se habla de que, en las comunidades regidas por los socialistas, se van a producir importantes aumentos de impuestos para intentar tapar el gran agujero, este que nos amenaza y que consiste en que, en unas semanas, el Tesoro tiene que pagar 23.000 millones de euros a los inversores y, según se comenta, no hay dinero para hacerlo. Señores, prepárense pues, porque ¡nos van a esquilmar!, nos pasarán por el embudo hasta que, en nuestros bolsillos, no quede más que la habitual pelusilla.
Pero si, en este aspecto financiero, las combinaciones de ZP y su equipo no están haciendo más que empeorar las cosas, ya que resulta evidente que es imposible solucionar nuestro déficit sólo con las medidas tomadas por el Gobierno, de reducir los sueldos a los funcionarios y congelar las pensiones si, por otra parte, sigue la sangría del desempleo y las empresas no crean puestos de trabajo debido a que no quieren comprometerse a mantener una plantilla que no les rinde lo debido, que cobra unas retribuciones que no pueden ser atendidas y que, en caso de situación de crisis, se la tenga que seguir manteniendo o se arruinen, definitivamente, si deben deshacerse de ella. Aún manteniendo la esperanza de sobrevivir a la crisis, muchas de ellas renuncian a aumentar su negocio y prefieren mantenerse a la expectativa, en stand by, antes que exponerse a que, por la restricción crediticia o una caída de la demanda, una plantilla sobredimensionada les pueda obligar a acudir a medidas extremas, como sería el presentar concurso de acreedores o declarase en quiebra.
Este articulista conoce, por experiencia, el campo de la negociación laboral; sabe lo que son las reuniones entre obreros, sindicatos y representantes de las patronales. Un ejemplo ilustrativo sería imaginarse que, en la misma habitación, encerrasen a un perro y un gato y esperasen a ver lo que ocurriría. Un mayaría y bufaría y el otro ladraría, mientras el uno y el otro intentarían hacerse con el dominio de la situación. No se crean que exagero, porque el ejemplo nos enseña dos aspectos de estos encuentros entre patronales y obreros ( o Sindicatos): uno de ellos es que hablan distintos lenguajes y, por ello, no se entienden y el razonar en estas circunstancias es poco menos que imposible y el otro aspecto, al menos en España, es que no se soportan mutuamente ya que, los obreros, tienen siempre la sensación de que, la otra parte, les quiere engañar y privar de aquello a lo que creen que tienen derecho: una mayor retribución. Los empresarios, por su parte, están convencidos de que los obreros tienden a rendir menos de lo que deberían y que, esta circunstancia contribuye a encarecer el producto privándoles del margen de competitividad que precisan para comerciar con sus productos en los mercados. Por supuesto que, tanto unos como otros, tienen parte de razón y que una explicación a cargo de personas expertas en estas materias, salarios y productividad, y en la estrecha relación que debe existir entre ambos conceptos, en un clima de calma y sin la presencia de los Sindicatos (que siempre lo enredan todo debido a que nunca les interesa que exista una buena armonía entre la patronal y sus obreros); quizá fuera posible que esta desconfianza mutua se llegara a diluir y la sensatez predominara en las negociaciones. Pero hablar de ello es sólo una utopía que, los propios agentes sociales, se esfuerzan en destruir cuando los obreros se dedican a atribuir a los empresarios la culpa de la recesión y los empresarios atribuyen al exceso de plantilla o a la falta de productividad, el que sus empresas no sean competitivas.
Por ello no resulta extraño, para cualquier experto en negociaciones de este tipo, el que una discusión por la que se pretende ¡Dios les conserve la inocencia!, que los empresarios convenzan a los trabajadores de que deben trabajar más y mejor para ganarse el salario y los obreros pretenden, a su vez, todo lo contrario, es decir, trabajar menos, disfrutar de más ocio, que se les aumenten los ingresos y se les respeten los puestos de trabajo en cualquier caso; es una labor condenada, de antemano, al más absoluto fracaso. Si se llega a acuerdos en los convenios colectivos, especialmente en los de empresa (que son los únicos que deberían existir), se debe a que existen unos límites que, ambas partes, reconocen implícitamente que no se pueden sobrepasar y ello permite que, cada parte, regatee hasta que se llega al punto en el cual todos saben que no hay más que conseguir y que, el pretender forzarlo, sea con huelgas o con bajas de rendimiento, a la larga, perjudica a ambas facciones negociadoras. Pero, en esta negociación a alto nivel entre los agentes sociales, existe un tercero en discordia que, sabiendo que es casi un milagro que se produzcan acuerdos entre unos y otros; se aprovecha, maliciosamente y arteramente, para dar largas a un asunto en el que no le interesa tener que decidir, porque sabe que es tan peligroso como para ponerlo en una situación extrema a la que le tiene terror, porque podría significar el verse obligado a dejar el poder. Se trata, evidentemente: del señor Zapatero y su gobierno.
El juego es peligroso. La UE y Obama, con todo Europa observando, le ha sentado las costuras a nuestro Presidente, que se mueve dentro de límites muy definidos. No obstante, todos sabemos lo amigo que es ZP de intentar engañar a sus adversarios y, no sería nada extraño, que infravalorase el ultimátum recibido y se quisiera pasar de listo, procurando darle largas a una reforma laboral, con la que no está de acuerdo, dejando que se continúen peleando entre sí, empresarios y sindicatos, lo que le permitiría ganar tiempo; que es en lo único en que confía, manteniendo la creencia de que, de esta manera, la situación se va a resolver por si misma. ¿Qué está loco? Puede que sí y, por ello, todavía resulta más peligroso, lo que se comprueba viendo la forma en la que desprecia las opiniones de cientos de miles de ciudadanos, que cada vez serán más, pidiendo que se celebren elecciones anticipadas, para que el poder lo asuman otras políticos, mejor preparados, que sean capaces de enfrentarse a esta situación de bancarrota a la que se encara España. Pero la inconsciencia de este señor le impide darse cuenta de que es imposible retrasar más la toma de decisiones drásticas y, una de ellas, puede ser que la de más trascendencia e importancia, es poner orden en la estructura laboral de nuestro país, para que nuestra economía pueda despegar, de una vez por todas, sin verse encorsetada por un sistema arcaico de relaciones de trabajo. Lo contrario es suicida.
Miguel Massanet Bosch