(Publicado en Reggio´s-La Vanguardia, aquí)
TRANSBORDO, MONCLOA
Hemos conocido al adanista, al iluso, al optimista, al pacificador y al soñador. Ahora acaba de asomar el Zapatero alquimista, dispuesto a efectuar el gran prodigio: transformar el plomo de la sentencia en el oro de la misión cumplida. “Conseguido el objetivo”, dijo el jueves, como si el empeño de su vida y de su presidencia hubiera sido apadrinar el Estatut recortado que salió del Constitucional. No el que votó en las Cortes, sino este, afeitado e interpretado. Su voto en el Congreso, el voto del PSOE, ha sido un episodio ajeno a los avatares posteriores. Votaron así porque lo exigía el guión, pero realmente estaban pensando en los recortes del tribunal. De lo contrario, no se entiende tanta euforia: “Es una sentencia para la tranquilidad”.
Prodigioso. Yo confieso mi admiración ante tanta ductilidad. Nos asombró De la Vega al bendecir tanto la sentencia, y creíamos que era pura representación teatral para condicionar el debate. Ahora vemos que es ideario y marca de la casa. Son como Julián Muñoz y la Pantoja: ante todo, sonreír; “los dientes, los dientes, que es lo que jode”. Así que lo primero es manifestar gran satisfacción; ya dirán los demás que hemos fracasado. Lo segundo, darle dimensión histórica: esto no es un paso más; es la culminación del proceso autonómico. Por grandeza que no quede. Y lo tercero, apropiarse el éxito: si su objetivo era estabilizar el problema territorial por un periodo de 25 años, un cuarto de siglo, ya puede presumir de haberlo conseguido. Prepárenle la corona de estadista.
Será criticable, pero no tonto. Si desde la presidencia no puede pelearse con el TC, lo más inteligente es abrazarlo con pasión. Si no puedes con tu enemigo, acuéstate con él. Ciertamente, la única solución al “fregado” estatutario sería un prodigio de manejo de la opinión pública que se pusiera a aplaudir las palabras de Zapatero y a celebrar que el edificio de las autonomías está completo y Catalunya satisfecha, porque ha alcanzado el máximo de descentralización. No hay otra salida. Tan sugestivo horizonte pertenece más al terreno de las ilusiones que al mundo real, pero la obligación de un presidente es intentarlo. Sería maravilloso que un golpe de opinión convenciera a la sociedad de que la cuestión catalana ha terminado. La posibilidad de tal éxito quedó demostrada ayer en la respuesta de Artur Mas.
Es de temer que no convenza ni a Montilla, por mucho que le ofrezca desde el balcón de los prodigios un desarrollo legislativo que amortigüe el golpe del TC. Y, si lo convence, casi será peor. Habrá logrado pacificar al PSC; pero se habrá metido en el berenjenal de una nueva catarata de promesas dificilísimas de cumplir. Ya me dirán ustedes cómo hace compatible un desarrollo legislativo que disminuya el impacto de la sentencia con su proclamación de “sentencia definitiva”. Y ya me dirán cómo se bordea esa misma sentencia sin caer en un permanente recurso de inconstitucionalidad, posibles fraudes de ley y un eterno latiguillo: “Los líos en que nos metió Zapatero”. La alquimia no da tanto de sí.
La chapuza
Al final, habrá que hacer una antología de los comentarios de personajes públicos y analistas a la sentencia. Por ahora, el piropo más sorprendente es el de “chapuza jurídica” con tanto éxito, que está siendo uno de los más repetidos. Tiene mucho mérito el momento en que se hace esa calificación: antes de conocer la sentencia. A eso se le llama rigor.
Coherencia
Mariano Rajoy desveló sus ideas económicas en uno de esos foros madrileños que a veces parecen sustituir al Parlamento. Una propuesta muy celebrada ha sido la insistencia en algo que reclama la opinión pública: descontaminar a las cajas de ahorros de política y que no haya políticos en sus órganos de gobierno. Muy sugestivo y valiente. Lo malo fue cuando se hizo la foto de familia del mismo acto. En ella se puede ver a Rodrigo Rato, presidente de Caja Madrid.
El cuñado
Conferencia de Fernández Vara, presidente de Extremadura, en el Club Siglo XI. Primera sorpresa: no lleva nada escrito. Segunda: no le acompaña ningún cargo del Gobierno ni del PSOE. Y tercera: en el coloquio, toma la palabra un señor que pone a escurrir al PSOE, su política y sus líderes: “Y soy cuñado de Fernández Vara”. Vara apostilló: “Como ven, hay adversarios, enemigos, compañeros de partido y… cuñados”.