(Publicado en El Mundo-Reggio´s, aquí)
EL RUIDO DE LA CALLE
Ay babilonio qué mareo. Como en el teatro, crepitan los pateos aunque aún no vuelen, por ahora, los higos, los tomates o las piedras en la corrala. Se acaba el chupetón para media clase política y empieza el tumulto en el tercer acto de la comedia. Se anima este edificio gótico que da señales de ruina. Parece que el presidente del Gobierno y sus ministros empiezan a sentir miedo a la calle, eso que se conoce como agorafobia, un trastorno de ansiedad o pánico en los espacios públicos donde está la gente.
Para evitar las silbas y las burlas, en el día del desfile se han puesto pocas tribunas y menos sillas. Después de que Alfredo Pérez Rubalcaba, siendo el más popular del Gobierno, fuera abucheado por los iguales en Valdemoro durante el desfile de la patrona de la Benemérita, se ha abierto la veda para todos los ministros. Empieza la cacería que será un frenesí cuando se acerquen las elecciones y unos partidos lancen a los otros sus perros de traílla. Nos espera año y medio pavoroso.
José Luis Rodríguez Zapatero ya ha experimentado, otros años, el bautismo de insultos en el desfile de la Fiesta Nacional. Hoy le montarán el pollo en la Plaza del Perú o en la Castellana durante la parada, que más bien es una paradilla de fuerzas mermadas porque no hay tela ni para la gasofa de los aeroplanos. En este desfile no se espera la gloria solemne de los estandartes ni que el abuelo señale los héroes al niño, sino que le diga dónde están los altos cargos porque el abuelo está como una pantera. Lo mismo que las esposas de los militares y de los guardias que cada vez ganan menos.
Los mismos que les votan les vacilan después y aquí ya no se salva ni el Rey ni Doña Sofía si llega tarde al concierto. Los desfiles empiezan a ser peligrosos en todo el mundo con la excepción de Corea del Norte, donde Kim Jong Il hace lo que Calígula: corta la cabeza a las estatuas y pone las suyas.
Los españoles siguen esperando siempre a un ungido, al líder carismático. Se dijo que aquí todo lo ha hecho el pueblo y lo que no ha hecho el pueblo se ha quedado sin hacer. Será verdad pero de los abucheos y silbidos no hay que fiarse mucho porque este pueblo siempre se ha enganchado a la carroza de los tiranos para sacarlos a hombros. Es la única turba del mundo que ha gritado «¡Viva el Rey Absoluto!». Mucho antes de La Pepa, Quevedo vio a la plebe como pólvora en cohete. «Sube a los príncipes con bravata de rayo».
Al subir parecen estrellas y al caer muñecos de paja, mientras unos políticos se comen entre ellos en las ratoneras del aparato y los otros esperan felices para heredar una catástrofe.