(Publicado en El blog de Carlos Martínez Gorriarán, aquí)
Permítanme, como continuación de las reflexiones de Rosa sobre la negociación del PSOE con ETA –no es nueva, todo indica que nunca fue interrumpida-, entrar en el proceloso terreno del quid prodest?, es decir, de a quién beneficia toda esa maniobra y qué horizonte político de llegada ha trazado el estratega de turno como justificación de la misma. Comenzando por lo segundo, sospecho que la idea es propiciar una vuelta de Batasuna a las instituciones vascas y navarras –donde realmente no ha dejado de estar bajo la franquicia ANV- compatible con la continuidad de una ETA cada vez más apagada, y que por eso mismo no es ya vital condenar. La única condición para permitir que el brazo político de la banda vuelva a ser legal será que no justifique las “acciones armadas” ni les dé cobertura política activa. Se espera, por otra parte, que el proceso de descomposición de la banda, unido a la eficacia policial, ayude a no tener que poner a prueba el compromiso de una Batasuna refundada sobre la oportuna mula parda aportada por EA, la antigua escisión del PNV que atraviesa sus horas más bajas.
¿Y a quién beneficiaría –quid prodest– este arreglo?: naturalmente a un PSOE en sus horas más bajas, que necesita con urgencia presentar como un triunfo propio el arreglo del problema terrorista vasco, tanto en el conjunto de España como en particular en Euskadi, donde cunde el desánimo entre la hueste socialista porque a los efectos de la crisis económica se une la temprana amortización del gobierno de Patxi López, perfidia del mismísimo Zapatero en beneficio de un exultante PNV.
El PNV está en la operación. Ellos siempre han apoyado, por los beneficios que les reporta, que Batasuna esté en las instituciones vascas. Al fin y al cabo, ¿no fue vital el voto tasado de Otegi y sus huestes del Parlamento Vasco para que Ibarretxe sacara adelante sus presupuestos? (¿y no les recuerda esta maniobra otra muy reciente ocurrida en la Carrera de San Jerónimo, con ZP como mr. Spock?) Por otra parte, Batasuna y PNV apenas compiten en la captación del voto abertzale: el primero domina en Vizcaya y en las ciudades grandes, el segundo Guipúzcoa con ciertas zonas de Navarra y el mundo de los municipios medianos y pequeños. En resumidas cuentas, PNV y Batasuna compiten entre sí menos que estos últimos con el PSE-PSOE.
Verán: con una Batasuna remozada y bendecida por la fiscalía del Estado (o sea, por el Gobierno), el PSE puede aspirar a recuperar sin sobresaltos ni acosos insoportables la alcaldía de importantes municipios vascos donde la marca política etarra es primera o segunda fuerza. Sitios importantes como Pasajes, Hernani o Rentería en Guipúzcoa, o Llodio en Alava. Naturalmente, para eso haría falta un pacto municipal entre socialistas y batasunos que al PNV le da más o menos lo mismo porque mantendría sus propios feudos y dispondría del apoyo estratégico de Batasuna para el avance del independentismo, que es de lo que se trata. Y para el PSE, Batasuna haría el papel que ERC ha hecho en Cataluña: una fuerza independentista dispuesta a pactar con los socialistas. No para recuperar el gobierno vasco a corto plazo con nuevo socio parlamentario, pero sí para paliar los efectos de la amortización precoz de Patxi López y del presumible hundimiento socialista en las elecciones del 2012 (que quizás no fuera tanto, o podría incluso invertirse, si saliera bien esta alambicada aunque vulgar operación de rescate de la “ETA política”, presentada como fin de la violencia).
Si alguien tiene dudas sobre la verosimilitud de este acuerdo entre PSOE y PNV para rescatar a Batasuna de la ilegalidad aunque ETA siga en sus trece, que repare en el medido número de declaraciones de Urkullu y otros dirigentes del PNV diciendo que lo principal de la pacificación ya está pactado. Es obvio que Rubalcaba no iba a malgastar su precioso tiempo pactando con los nacionalistas las partidas del Presupuesto, sino cosas de mayor sustancia y riesgo. En particular la escenificación de un fin de ETA que a los nacionalistas no sólo les saldrá gratis, sino que les reportará sustanciosos beneficios. Y ello sin que se cumpla condición alguna previa de fin incondicional y duradero de la violencia, pues el que Jáuregui ha bautizado como “proyecto político de la izquierda abertzale al que ETA daña con sus acciones violentas” (será que ETA se hace daño a sí misma con su pertinaz inconsciencia) volverá con discreción a las instituciones superando el trauma de una ilegalización, conseguida tras años de lucha cívica y judicial y bendecida por el Tribunal Europeo de Estrasburgo, que amenazaba con liquidarles definitivamente.
¿Y el PP, se dirán ustedes y me digo yo? Pues a lo suyo, que sin coincidir exactamente con los planes socialistas en la materia no se ve muy estorbado por éstos. Lo que interesa a las huestes de don Mariano es cambiar de caballo parlamentario en Vitoria: pasar de la incómoda y poco productiva asociación con el PSE del muy torpe e ingrato Patxi López a una de peso y proyección con el PNV de Urkullu. Primero, porque no está nada claro que el PP consiga mayoría absoluta el 2012 y puede necesitar los votos de oro del nacionalismo vasco. Segundo, porque amortizado (con escarnio) el tándem Jaime Mayor Oreja-María San Gil, el nuevo PP de Basagoiti y sus chicos está mucho más a gusto jugando el papel de partido foralista que defiende más que nadie el Concierto Económico y cualquier hecho diferencial vasco, cuanto más rancio mejor. Un par de indicios: hace poco, su portavoz parlamentario mandó a Gorka Maneiro, en sede parlamentaria vasca, a “marcharse a Madrid para atacar el derecho de los vascos al Concierto y el Cupo”. Otro: nadie ha oído todavía a Basagoiti o Rajoy criticar el fondo del acuerdo presupuestario de Zapatero con el PNV sabiendo, pues no puede ser de otra manera, que Rubalcaba habrá cerrado con Urkullu acuerdos sobre cualquier cosa menos las partidas presupuestarias.
Pues así están las cosas. ¿Y ETA, qué hará? Lo que sabe y lo que es: tratar de matar para condicionar la política mediante atentados, extorsión y amenazas. Que ahora condicione poco por la presión policial y su propia descomposición no significa que no pueda reanimarse de nuevo gracias a las expectativas abiertas por la revalidación del terrorismo implícita en la tolerancia de su “proyecto político” a través de Batasuna.
¿Qué todo esto es un disparate político y una inmoralidad pública? Pues desde luego, pero uno de los varios a los que vamos a asistir en este fin de sistema o régimen en el que va a convertirse la suma de crisis económica y de crisis política del sistema constitucional: la tormenta perfecta.