(Publicado en El Mundo-Reggio´s, aquí)
A FONDO
Mi confidente sólo llama cuando tiene algo importante que decirme; o bien cuando su preocupación por cierto asunto casi no le deja dormir. En esta ocasión no me telefoneó desde su móvil habitual, por eso tardé unos segundos en reconocer su aplomada voz. Tras un saludo corto y formal («Felices fiestas», creo), entró en harina sin rodeos: «Estamos en una situación muy difícil, no paran de llegar clientes a mi despacho pidiendo sacar su dinero de España. Algunos me preguntan si sé lo que va a pasar, si la UE tiene ya acordado un plan de rescate sobre España. Otros me comentan que les ha llegado el rumor de que algunas cajas están quebradas… Nosotros hemos cerrado el crédito. Sólo prestamos a nuestros mejores clientes y a un tipo del euribor más cuatro o cinco puntos. Lo que oyes».
Les quiero advertir que mi confidente, asesor de grandes fortunas en un banco extranjero, no es hombre alarmista y, conocedor por su larga experiencia de que el dinero es de natural miedoso, siempre trata de calmar a los que quieren salir corriendo ante el último vaticinio del servicio de estudios de vaya usted a saber qué banco de inversiones.
Probablemente, la mayoría de los periodistas que asistió al discurso de balance del líder de la oposición, Mariano Rajoy, en la mañana del 30 de diciembre del ya felizmente difunto 2010, no se percató de que la insistencia del presidente del PP en el sector financiero no tenía nada que ver con la tediosa cantinela de las reformas estructurales pendientes. Había preocupación. Seria, informada.
Rajoy se ha entrevistado en los últimos días con Emilio Botín, Francisco González y Rodrigo Rato y ha podido comprobar descarnadamente que los representantes de las mayores instituciones financieras del país no estaban precisamente para bromas cuando se referían al dramático 2011 que les espera. Es decir, que nos espera a todos.
El líder del PP comentó la semana pasada a unos amigos durante una cena: «Es la primera vez que veo a los dos grandes banqueros coincidir prácticamente en todo; lo cual no deja de preocuparme, porque en lo que estaban absolutamente de acuerdo era en el mal estado de las cajas de ahorro».
En su artículo de ayer, Pedro J. Ramírez barajaba una horquilla de entre 15.000 y 30.000 millones de euros como necesidad de capital de las cajas. El presidente de una de ellas me confirmaba la semana pasada que la cifra está «más cerca de 30.000 millones que de 15.000». Y su pronóstico sobre el conjunto del sector no era más tranquilizador: «Las necesidades de capital están entre 80.000 y 120.000 millones de euros. Claro que hay provisiones, y que esas necesidades se pueden cubrir en dos años y que no todos estamos igual. Pero hay que hacer algo y pronto».
¿Conoce el Gobierno esta situación? Por supuesto. Elena Salgado ha recibido a finales de diciembre a los hombres más relevantes del mundo de las finanzas y tiene una visión clara de la dimensión del problema y, confiamos, debería tener igualmente clara la necesidad de actuar rápidamente.
Un banquero me comenta: «El Gobierno está preparando algo. Habrá nuevas medidas antes de que concluya el mes de enero. Lo importante es que no se quede corto. Si tiene que reconocer que hacen falta entre 15.000 y 30.000 millones, es mejor que diga que hacen falta 30.000».
Sí, los banqueros saben que el Gobierno está elaborando una especie de Frob-2. Un nuevo paquete de ayudas, en forma de créditos, que irían destinadas fundamentalmente a las cajas de ahorro para cubrir su déficit de recursos propios.
La cosa tiene bemoles, porque el Banco de España dijo que el Frob-1 (11.000 millones) era suficiente para cubrir las necesidades de capital ¿Recuerdan los stress test del mes de julio? Ahora son papel mojado.
El presidente del Gobierno, en su discurso de balance del 30 de diciembre, hizo referencia a la transparencia del sistema financiero. De acuerdo, mayor transparencia. Pero él sabe, seguro que mejor que nadie, que eso no es suficiente. Que la transparencia no hará sino poner de manifiesto que hay entidades enfermas, atragantadas de ladrillo y solares que ahora no valen nada.
El Gobierno tendrá que reconocer que el Frob-1 se ha quedado corto y debe pedir a Bruselas su ampliación. España, por tanto, deberá apelar a los mercados para financiar ese nuevo plan de ayudas en un momento en el que la deuda de nuestro país no despierta entusiasmo precisamente.
Pero es mejor reconocer la realidad, más vale una vez colorado que ciento amarillo, que alargar sin plazo fijo una situación en la que el rumor debilita día a día la credibilidad de nuestro sistema financiero.
«Sí, cabría la posibilidad de que el Banco Central Europeo abriera el grifo para dar liquidez a las cajas. La cuestión es que la concentración no ha servido casi nada. La prueba está en que los bancos nacidos de las SIP no pueden salir al mercado a pedir capital, porque el mercado no se fía de sus balances», dice un analista.
Es una pescadilla que se muerde la cola. La desconfianza afecta a los bancos que, a su vez, no están prestando dinero o lo hacen a precios disparatados, como me decía mi confidente, y eso dificulta aún más la recuperación de la economía real, porque no hay crédito y porque éste es cada día más caro.
El presidente del Gobierno, decidido como está a llevar adelante la reforma de las pensiones y de la negociación colectiva, tendrá que afrontar, también durante este primer mes del año, un nuevo plan de ayudas para las cajas de ahorro.
Rajoy, que en su discurso de balance tendió la mano a Zapatero, tiene que demostrar que en estas circunstancias lo importante, más que los votos, más que la imagen, más que el resultado a corto plazo, es la necesidad de sacar a España de una situación muy difícil, más aún de lo que fue en mayo de 2010.
Los ciudadanos necesitan saber la verdad. Sin alarmismos, pero sin trucos. La encuesta publicada ayer por EL MUNDO, en la que el PP aventaja al PSOE en más de 18 puntos, no demuestra el castigo al Gobierno por los ajustes, como creen algunos; sino, más bien, la factura de los votantes a Zapatero por haber confundido sus deseos con la realidad, por haber repetido hasta la saciedad que ya estábamos saliendo de la crisis, cuando, en realidad, estábamos hundiéndonos un poco más en la miseria.
Por eso, ahora que el presidente asume su responsabilidad, la oposición no puede ponerle la zancadilla.