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España, esa desconocida (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el enero 10, 2011 por admin6567
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Probablemente el juez  Pedraz tendrá sus motivos, es posible que haya encontrado argumentos que avalen el que haya concedido permiso para la manifestación proetarra celebrada en Bilbao y espero que su conciencia lo haya dejado dormir tranquilo después de tomar semejante decisión. Porque les aseguro que, si hay algo que remueva las tripas a cualquier persona de bien es ver como se pretende dignificar la “profesión” de terrorista, abogando para que se les tenga clemencia, se les otorgue el perdón y se los acerque a sus lugares de residencia; como si, en lugar de ser responsables de asesinatos de personas inocentes, fueren personas decentes a las que se los retiene en prisión sólo por capricho de una sociedad que lleva años sujeta a esta particular lucha de los etarras para conseguir una independencia que, sólo el difunto señor  Sabino Aranda, nos podría intentar explicar, aunque dudo de que pudiera convencernos de que sus argumentos fueran más allá de los que apoyaban la verosimilitud de aquellos fantásticos libros de caballería que llevaron a la locura a don Alonso Quijano. En todo caso, cuando uno observa que, en una concentración como la que llevaron a cabo todos los colectivos de apoyo a ETA, el pasado sábado día 8, se consigue reunir a miles de personas; no puede menos que pensar que hay algo en nuestra sociedad que no funciona; que existen profundas heridas morales que convierten a persona aparentemente normales en defensores de aquellos que quieren imponer sus ideas matando a conciudadanos, con la misma facilidad y falta de escrúpulos que aquel que mata una hormiga de un pisotón.

No llego a poder encajar en lo que se puede considerar un raciocinio normal, si es que existe en realidad tal posibilidad, este tipo de lógica que permita a una persona anteponer simples utopías nacionalistas, desmedido respeto a unos símbolos inventados por unos iluminados, absurdo y desproporcionado apego al terruño y una exagerada y enfermiza, cuando no intencionadamente politizada, defensa de lenguas o idiomas minoritarios como si, de ello, dependiera el correcto funcionamiento de la economía, la valoración de sus habitantes y su impacto en las regiones o países de su entorno. Si la solidaridad debe de ocupar un lugar destacado en cualquier escala de valores, si el derecho a la vida debe primar sobre cualquier otra consideración, por justificable que parezca y, si el bien común debe primar sobre las aspiraciones particulares de grupos minoritarios, es evidente que estas personas que acudieron a la manifestación proetarra o, no habían calculado y analizado el porqué de su asistencia o, evidentemente, son personas a las que les falta el discernimiento preciso para distinguir entre lo que fueron los crímenes, alevosos e injustificables, cometidos por aquellos a los que han querido ensalzar  y el dolor que inflingieron con sus felonías a los familiares de las víctimas y al resto de la sociedad o, aún siendo conscientes de ello, su fanatismo, su cortedad ética y moral y su desprecio por las vidas y el dolor ajeno, les permiten justificar y aún ensalzar los hechos por los que fueron juzgado y condenados sus autores.

Pero, en este país en el que vivimos, en esta nación a la que parece que, de pronto, quizá por esta gripe de socialismo por la que estamos pasando; una parte de la sociedad se ha instalado una especie de virus que va corroyendo todos aquellos sentimientos de sensatez, solidaridad, respeto por los derechos ajenos, amor a la patria, defensa de la libertad para poder opinar, creer y expresarse libremente (sin que ello suponga enfrentarse a la descalificación, la opresión y el sectarismo de los intransigentes que pretenden imponer, aunque fuere a la fuerza, sus propias doctrinas); se va imponiendo otro tipo de doctrina, creencia, desvarío o locura, que pretende abjurar del legado recibido de nuestros ancestros, tanto lo bueno como lo malo, para generar otra filosofía relativista, que permite que, cada persona, establezca y siga su propia ética o concepción del bien y el mal, decida cual comportamiento adoptar ante la sociedad y prescindir de las opiniones, derechos y sentimientos ajenos, si es que no cuadran con los propios.

Lo preocupante es que, todo ello, es fruto del adoctrinamiento que procede del propio Gobierno, del intento de quienes tienen el poder de establecer una nueva moral, una nueva concepción de la sociedad, unos usos y costumbres distintos, una relajación de las costumbres, una concepción más estatalizada de la economía y el empeño en convertir al ciudadano en un ser al servicio de una determinada doctrina evidentemente dictada desde el poder, libre de cualquier apego familiar o prejuicio moral o ético, heredado o adquirido; al que, a cambio, permite que de rienda suelta a sus apetitos naturales; actúe conforme a sus instintos y tenga una perspectiva vital que le permita obviar lo que esfuerzo, estudio, trabajo, sacrificio y excelencia como objetivos para lograr la perfección. De este modo nos encontramos ante una sociedad dividida, descohesionada, y desorientada; incapaz de reaccionar ante la opresión que pretenden imponernos desde un Gobierno totalitario, desbordado por los acontecimientos, ensoberbecido, sectario y doctrinario, impotente ante los retos que un estado moderno debe afrontar y temeroso de que, su objetivo final, el de perpetuarse en el poder; al cual han venido subordinando todos sus actos, sus políticas y, lo que resulta todavía más deleznable, el interés y el porvenir de los 47 millones de habitantes de nuestro país; quede, después de tanto empreño, reducido a agua de borrajas.

Ahora les vienen las prisas en promulgar leyes, aunque sean absurdas y creen desconcierto y recelo entre la ciudadanía, que ve que se le limitan las libertades amén de los problemas económicos que de ellas puedan derivarse en momentos en los que la nación no está para muchos experimentos; porque, aunque pretendan ocultarlo los que nos gobiernan España está sometida a los vaivenes de la crisis y con la amenaza de que, debido a la reacción tardía, tibia y desangelada del Gobierno de ZP, al final, no consigamos superar los retos económicos que tenemos planteados y acabemos siendo intervenidos para evitar que nos carguemos al resto de Europa. Y es que ¿cómo podemos pedir a una sociedad, con  cuatro millones y medio de parados, más sacrificios, si es el propio Estado quien da ejemplo de incoherencia y falta de respeto a las leyes? El tribunal Supremo ha tenido que decirles a los socialistas que el castellano no se respeta en Catalunya; el TC ha dicho al Parlamento que el Estatuto de Catalunya tenía 15 artículos inconstitucionales y otros 27 que debían precisar su interpretación; el señor Rubalcaba se viene negando, sistemáticamente, a dar datos sobre el escándalo del chivatazo del Bar Faisán; las CC.AA siguen despilfarrando dinero, endeudándose y contratando personal, resistiéndose, como ocurre en Andalucía, a reducir gastos y recurriendo a trampas, como la de pretender hacer fijos a 25.000 eventuales, considerándolos funcionarios de carrera; no se respetan las sentencias por parte de determinados gobiernos autonómicos, como ocurre en Catalunya, donde CIU y PSC se han conchabado para incumplir la sentencia del Supremo sobre el uso del castellano en la enseñanza. Ni los fiscales piden la ejecución de las leyes ni se respeta al Supremo, cuando ha hallado indicios de prevaricación en la actuación del juez Garzón, ni se respeta la imparcialidad en la aplicación de la justicia y la política ha infectado los estamentos judiciales, retrasando aquellos expedientes que no le interesan al Gobierno y tratando con  urgencia aquellos que afectan a sus adversarios políticos. ¡Señores, estamos ante un verdadero “totum revolutum” del que nadie sabe cuando, como ni en que circunstancias saldremos! El peligro nos acecha, precisamente, desde donde parece que debiéramos estar más seguros, ¡desde el propio Gobierno!

 

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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