“Sangre, sudor y lágrimas”, con esta frase el premier británico Sir Wiston Churchill preparó a los ingleses para la batalla que les esperaba cuando, al principio de la segunda Guerra Europea, las islas británicas se habían convertido en el blanco preferido de la potente Luftwaffe del mariscal Göering. El señor Zapatero, quizá más sutil, menos realista y, por supuesto con menos agallas que el señor Churchill –que acabó llevando a su país a la victoria –, no nos ha preparado para lo que nos espera en el futuro y, probablemente, tampoco para las peripecias que vamos a tener que afrontar en los años venideros. España no se encuentra en una situación bélica, entendiendo por ello una guerra con otro país, aunque sí tenemos soldados desperdigados por algunas partes del mundo en lo que, la señora Carme Chacón, la ministra de Defensa, se ha empeñado en calificar como “misiones de paz”, es decir, para que nos entendamos, en algo así como unas ONG’s instaladas en carros de combate, con fusiles de repetición y armadas hasta los dientes. Pero lo que sí podemos asegurar es que, aquella España idílica que “había superado a Italia en poder adquisitivo y estaba a punto de superar a Francia” o aquella otra que tenía “una economía sana y un sector financiero de los más potentes del mundo”; como alardeaba, imprudentemente, nuestro señor Rodríguez Zapatero al otro lado del Atlántico; ha desaparecido de la escena real, ha quedado reducida a una más de las utopías de nuestro Presidente y, por mucho que se haya querido retrasar la noticia, ocultarla a los españoles y pretender vendernos que la recuperación estaba a la vuelta de la esquina; no hay español, ni de derechas ni de izquierdas, que siga creyendo que vamos a salir de este embrollo sin habernos dejado atrás jirones del bienestar del que disfrutábamos en épocas anteriores. Posiblemente, vamos a tener que pasar muchos años antes de recobrarlo, si es que existe la posibilidad de que se recupere alguna vez.
El actual PSOE, del señor ZP, me recuerda a un animal encelado que intenta dejar su marca, orinando en los árboles, las hierbas o las esquinas, para que los machos rivales desistan de buscar hembras en su territorio. En efecto, la fiebre legislativa que les ha acometido, a los ministros de Zapatero, de promulgar nuevas leyes, de intentar dejar para sus sucesores en el gobierno de la nación –ya que no confían en volver a gobernar –, el mayor número de problemas, cuantos más topos posibles en las instituciones públicas y el mayor número de normas y leyes, que les sean favorables cuando militen en la oposición, con las que intentar poner palos en la rueda de la gobernación del nuevo Ejecutivo. Por lo visto, va a tener garantizado el apoyo de un poder judicial en el que, aparte de la ayuda masiva de la fiscalía, ha conseguido ir copando los cargos más significativos de la magistratura para que, cuando llegue el momento preciso, cuente con la predisposición de todos estos jueces y magistrados, que parece que se sienten impulsados a anteponer sus ideas políticas de izquierdas, al simple y obligado cumplimiento y recta interpretación de las leyes, no tal y como quisieran que fueran, sino tal y como fueron redactadas, en su día, por los legisladores; comenzando por la misma carta magna, la Constitución de 1978. Los recientes nombramientos del juez Salas y del abogado, señor Gay, sin restarles méritos como profesionales, sí demuestran la pretensión del Ejecutivo de mantener, todo el tiempo posible, a jueces en el TC que puedan imponer sus ideas particulares en apoyo de la serie de leyes de tipo progresista que están pendientes de recurso ante el alto tribunal. Si no, ¿cómo se entiende que, dos señores que se manifestaron, sin ambages, en apoyo del Estatut catalán, defendiendo a capa y espada su constitucionalidad; hayan sido escogidos para ocupar la presidencia, el uno, y el segundo puesto, el otro; de forma provisional, eso sí, pero con grandes posibilidades de ser confirmados en sus puestos, cuando el Congreso nombre a los cuatro restantes? Pudiéramos pensar que es casualidad si no estuviéramos escarmentados de este Gobierno y no supiéramos como se las gasta cuando de actuar en su beneficio se trata. No debemos dejar de recordar que el señor Sala fue uno de los jueces que fundaron Justicia Democrática y, su empeño en defender la legalidad del Estatut, contribuyó en gran manera al desprestigio del TC, del que todavía no se ha recuperado y, mucho nos tememos que, si sigue incorporando miembros nombrados a dedo desde el Ejecutivo, va a tardar años en que, los ciudadanos, vuelvan a poner su confianza en él. ¿Han sido premiados por su fidelidad a las tesis del Gobierno y del Tripartit catalán los dos nuevos componentes del TC? O, ¿es posible que, dos eminentes juristas, no fueran capaces de ver las evidentes contradicciones entre los preceptos constitucionales y las concesiones que se les hacían a los independentistas, a través de aquella norma trufada de ataques a la unidad, a la lengua y a la solidaridad con el resto de españoles? Así funciona, no obstante, la apisonadora de las izquierdas.
Lo peor es que, estos dos miembros, ya vienen con etiqueta, como las mercancías de los grandes almacenes; una etiquetas que los califican a ambos como “progresistas”, lo que, evidentemente, es un motivo de preocupación para los ciudadanos que pudiéramos llegar a pensar que el tercer poder, el encargado de moderar las actuaciones del Ejecutivo y el Legislativo, ya ha tomado partido para olvidarse de su función equilibrante, moderadora y, en especial, justiciera; de modo que sus ideas particulares, sus tendencias políticas o sus actitudes más o menos complacientes con determinados sectores de la sociedad, les impiden tener el juicio claro, objetivo y profesional para juzgar, imparcialmente, los temas que les sean sometidos a su consideración y juicio.
Y, todo ello, en un contexto de despiste, desconcierto, improvisaciones, propuestas y contrapropuestas de nuestros gobernantes, que tienen que actuar según les mandan desde Bruselas, poner en marcha reformas que, hace tiempo, anunciaron y, no obstante, no llegan a cuajar, perdidas en interminables discusiones bizantinas con los agentes sociales, globos sonda y desmentidos ( el más reciente: el de la pretendida prolongación de la vida de las nucleares a cambio de la aceptación de los sindicatos de la jubilación a los 67 años). De hecho, ni la reforma laboral se ha completado ni la promesa de reformar el sistema de pensiones ha dado conseguido a tomar cuerpo cuando, desde la propia comisión del Pacto de Toledo tuvieron que reconocer que el sólo acuerdo que habían tomado era el de “no haber llegado a acuerdo alguno” ¡Demencial, señores! Y, ante esta situación y como víctima propiciatoria de tanta insensatez, sectarismo y egoísmo de la clase política, el pueblo. El pueblo que ve, impotente, como la electricidad sube un 10%, con anuncio de nuevas subidas durante el 2011; que los combustibles no paran de subir, llegando a convertirse en un problema serio para nuestra economía, no sólo de los particulares, que también, sino para el funcionamiento de las industrias y del sector del transporte, que ya está a punto de tirar la toalla. Nos preguntamos si, el permitir, por parte del Gobierno, que la oligarquía formada por las grandes petroleras, barra para sus intereses (sin que el Tribunal de la Competencia parezca enterarse de ello, manteniéndose al margen) y aumente, a placer, el precio de los carburantes, precisamente cuando parece que, en el mercado, descendió un 30%. Los usuarios deben aceptar que se los esquilme y se los menosprecie ante la impasibilidad de quienes nos gobiernan. La explicación es evidente: el Estado tiene implantados sobre el precio de las gasolinas unos fuertes impuestos y, en un momento en que está endeudado hasta la coronilla y los aumentos de los impuestos no son suficientes, debido a la disminución de la producción y de la demanda, ¡no va a dejar que se le escape el chollo de recaudar más aunque, con ello, de un paso más hacia la ruina del país!
Miguel Massanet Bosch