España no desconoce, en absoluto, los efectos de las diversas dictaduras que, a través de nuestra prolongada Historia, han gobernado, por más o menos tiempo, sobre nuestra península. Claro que no todos entendemos lo mismo por dictadura porque, si ustedes preguntan a los sectores progresistas de hoy, lo que fue la dictadura del General Primo de Rivera, en tiempos de Alfonso XIII, si es que tienen la suerte de que sepan quien era Primo de Rivera, padre de José Antonio; es muy probable que le cuenten mil pestes del “dictador” por haber reprimido sin contemplaciones a quienes ponían en cuestión el régimen monárquico con motivo de la costosa ( en vidas y en dinero) guerra de Marruecos. Sin embargo, la realidad, la que ha sido reconocida por todos los historiadores objetivos que han analizado aquella época, fue que, España, tuvo una época que comenzó en 1.923 y concluyó en 1930 ( con la dimisión del dictador) en lo que fue, como acostumbramos a hacer en este país, una confabulación de republicanos, monárquicos desengañados e intelectuales, que se sintieron postergados, con la que consiguieron apear del poder a aquel que había llevado a su patria a una de las situaciones económicas, administrativas y sociales más prósperas de aquella época. Con la República, la II República, muchos se hicieron ilusiones de que, con la desaparición de los reductos monárquicos y el control de los grandes terratenientes, España entraría en otra época de prosperidad y libertades. Pronto se vio que la izquierda no estaba preparada para una república democrática y para el sistema de alternancia de partidos y, por ello, el señor Pietro y las Juventudes Socialistas, en las que militaba el señor Carrillo, pronto urdieron una conspiración para evitar que la derecha ( que había ganado, con holgura, las elecciones en el año 1933) pudiera gobernar; utilizando para ello el descontento de los mineros de Asturias y a los extremistas del nacionalismo catalán, con el señor Masía a la cabeza. La revolución de las izquierdas, del 5 de octubre de 1934, fue el primer intento contra el régimen republicano establecido el 14 de abril de 1931.
Cuando, en 1936, el llamado Frente Popular se hizo con el poder, el partido Socialista ya había publicado (1935) un folleto que manifestaba sus proyectos. “Hoy ya es una necesidad reconocida por todos la depuración revolucionaria del Partido Socialista, lo que nosotros denominamos su bolchevización… por la derrota de la burguesía y el triunfo de la Revolución ( Octubre segunda etapa) bajo la forma de la dictadura proletaria” La República ya había entrado en fase de desguace, cuando la batalla ya no era un cambio de impresiones e ideas entre españoles, para gobernar a los ciudadanos, sino que ya se oponían dos conceptos básicos de España, la histórica y tradicional, y la que algunos intentaban convertirla en un satélite en la órbita de la Unión Soviética, bajo el régimen stalinista; que se había inventado lo del frente popular, con la intención de minar al gobierno alemán, algo que, sin embargo, nunca consiguió debido al ascenso de Hitler al poder. Resulta muy curioso observar como, la gran mayoría de la información mediática que se nos facilita respecto a los sucesos de Túnez, nos los presenta desde un punto de vista optimista, como una liberación de los pobres y una derrota de los ricos y, no es mi intención defender ni justificar a estos dictadores autócratas, que hacen del poder un medio de enriquecerse personalmente sin hacer nada para el pueblo que los soporta; pero, con el mismo énfasis, tengo que manifestar mi preocupación al comprobar como quienes se erigen en los “salvadores de la patria”, las muchas facciones políticas que ahora se atribuyen el mérito de la derrota del dictador; todos estos que contemplan con complacencia como en Túnez las hordas juveniles, los activistas profesionales y los agitadores movilizados por los que esconden sus aspiraciones de hacerse con el poder; están convirtiendo el país en algo más que una nación que ha recobrado sus libertades y busca recobrar su propia identidad. Se está entrando en el juego de poderes y en el enfrentamiento de ambiciones entre los distintos personajes que han apoyado la Revolución. Un claro movimiento filocomunista.
No creo que sea casualidad que, de pronto, todos aquellos países donde existen gobiernos estables, todo lo estables que pueden ser en un régimen en el que el Islam tiene un papel preferente en la política y condiciona la vida pública y privada de sus habitantes; empiecen a experimentar el contagio de la revolución tunecina y se hayan empezado a despertar conatos revolucionarios que nos hacen recordar los orígenes de los altercados en Túnez. ¿Cómo se entiende que, en apenas unos días, se hayan contagiado países como Argelia, Albania, Egipto y alguien se ha atrevido a mencionar el mismo Marruecos, de Mohamed VI? Hoy sabemos que la cibernética permite que desde los más remotos lugares se establezcan contactos, se manipulen voluntades y se preparen atentados o actos revolucionarios, en aquellos países en los que, quienes manejan los hilos de toda esta organización, crean que están más dispuestos a derrocar a sus respectivos gobiernos, para instalar en ellos el caos, el desconcierto y el embrión revolucionario; de modo que, cuando llegue el momento oportuno, surja el aglutinamiento de voluntades entorno al gran caudillo que, al modo del general Bolivar, se haga cargo de la tarea de formar una gran fuerza, perfectamente adoctrinada y enfervorizara, que fuera capaz de poner en peligro a naciones de la Europa meridional con las que tienen sus fronteras. Ni que decir tiene que la más cercana y la que corre más peligro es nuestra España, que ya ha sido reclamada por Al Qaeda como parte del mundo musulmán que ellos denominan el Al Ándalus.
¿Hay alguien que pueda pensar que, todos estos movimientos de las extremas izquierdas, envueltos en el fanatismo propio de los países musulmanes, han surgido por la inmolación de un joven estudiante? No señores, no es un tema tan simple. Sin duda ha existido toda una estructura, bien pergeñada, que estaba preparada para sacar provecho del incidente y que ha sabido mover todos los resortes para que la chispa haya encendido la yesca y se haya propagado, como un incendio de voluntades, por todo el país. Una crisis general, unos momentos de declive económico, el paro, la miseria, el descontento general, el atribuir a los ricos la culpa de la falta de alimentos y un revulsivo político, hábilmente utilizado por los expertos en el manejo de las masas y los activistas, estratégicamente colocados entre las masas dedicados a encender la discordia, el afán de venganza y el señuelo del robo y la barbarie; ya tenemos, señores, todo lo que se precisa para fomentar el afán revanchista del pueblo, el deseo de destruir todo lo que ha constituido, durante años, el objeto del odio hacia los ricos que produce la miseria y, el impulso avasallador de formar parte de una turba, amorfa e impersonal, que actúa como una apisonadora cuando se la encauza hacia un fin.
Si reflexionamos un poco, no estamos seguros de que sea tan bueno que, lo que han sido dictaduras autocráticas, por muy indecente que haya sido su comportamiento, acaben por transformarse en dictaduras del proletariado; porque, si la sangre ha corrido gracias a las primeras la experiencia de los años es que volverá a correr bajo la égida de las segundas. En definitiva, como ocurrió en España antes y después de nuestra Guerra Civil, no debemos de olvidarnos de que siempre, en estas venturas políticas, hay una clase que nunca sale beneficiada de ellas, la clase que menos politizada está, la que sólo aspira a vivir en paz, la que no gana nada ni con unos ni con los otros. La clase media. Ojo pues, ¡que no nos vuela a pillar el toro, porque ya estamos escarmentados!
Miguel Massanet Bosch