Era de esperar que, un día u otro, volviera a aparecer nuestro dilecto señor Blanco en su apariencia natural de Pepito Grillo y retornara a su inveterada costumbre de arremeter, con o sin razón, contra el PP. Ahora, el señor Blanco, ha empleado el viejo truco de “curarse en salud” ante este nuevo problema que se cierne sobre España, a consecuencia de los acontecimientos en Libia que amenazan con que, el tercer proveedor de petróleo que nos abastece a España, pudiera dejar de suministrarnos, no se sabe si por un tiempo determinado o por una larga temporada; dependiendo, seguramente, de cómo se vayan desarrollando los acontecimientos en las naciones del norte de África. En otro escrito hacíamos mención a los peligros que estas “revoluciones” de carácter “espontáneo” suelen llevar anejos, cuando surgen inopinadamente, sin un desencadenante suficientemente claro, aunque sus motivos aparentes estén justificados por la pobreza, la miseria o la opresión de los ciudadanos que se levantan contra quienes los sojuzgan. El desgobierno puede ser un cáncer capaz de llevar a una nación a la bancarrota, si no se toman medidas eficaces y contundentes para restablecer la normalidad y hacer que la población recupere su pulso normal cuanto antes. El propio Egipto nos da una muestra palpable de lo que se tarda en retornar a los que se levantaron en contra de Mubarak a sus “ cuarteles de invierno” o sea, a su vida cotidiana y a sus trabajos habituales, dejando que la nación se vaya recuperando del natural trauma que siempre trae consigo un levantamiento. La plaza de Tahrir, el símbolo del levantamiento patriótico egipcio, no acaba de normalizarse y, como si se tratara de un fuelle, se va llenando y vaciando sin que, los llamamientos del Ejército, sean bastante para recuperar la normalidad.
En este contexto y pendientes de lo que va a suceder en otros países, donde la revolución no ha sido tan unánime pero continúan los conatos, con la vista puesta en otras partes, como Bahréin o la república de Argelia, sin descontar al propio Marruecos o aquellos otros países de regímenes dictatoriales que están pendientes del éxito o el fracaso de los movimientos de África, para saber si se arriesgan o no a imitarlos. Una situación difícil y preocupante si tomamos en cuenta que ha dejado descolocados a la Unión Europea –que ha dado una vez más muestras de su falta de agilidad para tomar decisiones – o los EE.UU, un país que, a pesar de su CIA y demás agencias de inteligencia, no ha sido capaz de anticiparse a los previsibles acontecimientos de Libia; viéndose desbordado por los sucesos africanos. De la ONU ya no vale la pena hablar por ser conocida de sobras su incapacidad para ponerse de acuerdo en todo lo que no sean políticas incubadas en sus comisiones de trabajo, refugio de inconformistas, extremistas, izquierdistas y falsos oráculos, especializados en temas como el propagar el aborto, apoyar a los gays o atacar a la Iglesia católica.
Y en estas, como hemos mencionado, aparece nuestro señor Blanco poniendo sobre el tapete la posibilidad de “un desabastecimiento de petróleo” poniendo en boca de los dirigentes del PP palabras que nadie ha mencionado. Lo que debería recordar el señor Blanco es como, desde que gobiernan ellos, se puso en marcha una campaña en contra de las nucleares (moratoria nuclear) – la única fuente de energía que podría independizarnos de suministros extranjeros, la menos contaminante y la más barata – campaña que, hace unos días, tuvieron que rectificar alargando el periodo de utilización de nuestras centrales nucleares. Mientras, estamos utilizando las térmicas, a las que se les ha obligado a volver a consumir carbón nacional, más contaminante y menos energético, todo por culpa de un gobierno débil que no ha sabido oponerse a un grupo de mineros que se le enfrentaron. ¿Es esta política también responsabilidad del PP?
¿Qué es lo que han hecho, señor Blanco, los socialistas para remediar, en lo posible, la carencia de materias energéticas en nuestro país? Comprarles la electricidad más cara a Francia, procedente de sus centrales nucleares, en lugar de seguir construyendo más centrales nucleares en nuestra nación. Estamos enviando residuos nucleares a Francia e Inglaterra, por la actitud timorata del Gobierno socialista, que ha sido incapaz, por temor a perder votos, a designar un lugar apropiado para almacenarlos, a pesar de que sabe que si no cumplimos con la obligación de retornar a España los que depositamos, transitoriamente, en aquellas naciones deberemos pagar una penalización de 60.000 euros diarios. No obstante, siguiendo con esta política de ir sorteando el tomar decisiones importantes, este Ejecutivo, que nos sigue pidiendo sacrificios y paciencia, parece que está más pendiente de quien va ser quien suceda al desgastado Zapatero, como candidato a las elecciones de marzo del 2012, que a los importantes retos a los que nos vemos obligados a enfrentarnos. El hecho de que el petróleo haya subido 10 euros el barril no es una cuestión baladí y suena a sarcasmo que, el señor Rubalcaba, nos diga que esta circunstancia no va a tener repercusión en el PIB previsto. Puede que fuere así si sólo fuera un aumento de pocos días, pero mucho nos tememos que los problemas en los países productores (ahora Arabia Saudí ha aumentado su producción en 700.000 barriles diarios para suplir los suministros de Libia) no han finalizado y es muy posible que la mecha que se encendió en Túnez, Egipto y ahora en Libia, pueda avivarse en otras de las monarquías de Oriente Medio o, la situación de interinidad en la que están sumidos Egipto y Túnez, se vaya prolongando o, incluso, el descontento se vuela a reproducir si quienes manejan la política no aciertan con la solución acertada.
Ahora, nos enfrentamos a otra variable que no se había previsto y que, sin duda, puede resultar de una gravedad extrema. De momento el incremento del petróleo supone para España un impacto en la economía de 6.000 millones de euros, una cifra que puede incidir especialmente en el sector del trasporte, industrial y, al fin y a la postre, se trasmite en cadena al resto de la ciudadanía. Y, a todo esto, ¿qué solución milagrosa se le ocurre a nuestro Gobierno? Pues rebajar la velocidad de los vehículos en las autopistas a 110 k/h. Dicen que, con esta medida, van a ahorrar 1.400 millones de euros, ellos sabrán si es creíble o no, pero no resulta una solución muy eficaz para ahorrar en gasolina. Alguien ha hecho unos cálculos sobre una distancia de Madrid a Barcelona y al fin y a la postre entre una velocidad constante y la otra el ahorro se queda en ¡83 céntimos de euro! ¡Gran puñado son tres moscas! Precisamente cuando, en Catalunya, se había derogado la limitación de lo 80k/h, en la entrada a Barcelona y el señor Director de Tráfico quería convencernos de la bondad de establecer los 30 k/h por el interior de las ciudades ( sin explicarnos cómo sería capaz de disminuir la contaminación a una velocidad tan corta) con el consiguiente aumento de gasto de combustible, al circular a una velocidad tan reducida; se nos da la noticia que en los 14.000 kilómetros de autovías y autopistas que tenemos en España sólo se podrá circular a 110k/h. ¿Para esto se construyó una magnífica red de vías rápidas?
Suena a una más de las improvisaciones a las que nos tiene acostumbrados este Gobierno. Por de pronto, va a costar 250.000 euros para las pegatinas pero, nadie nos asegura de que lo que ahora se nos quiere vender como provisional no acabe siendo, como viene ocurriendo en tantas ocasiones, una medida que se vaya prolongando en el tiempo; de modo que quede convertida en algo perenne. Al parecer, con esta decisión, España se va a convertir en la nación “más lenta de Europa”, ¿lo será también en recuperarse? España pende, como un funámbulo, del fino alambre del destino.
Miguel Massanet Bosch