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¿Hay peligro de berlusconización en la política española? (por Carlos Martínez Gorriarán)

Publicada el marzo 12, 2011 por admin6567
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(Publicado en El blog de Carlos Martínez Gorriarán, aquí)

Nadie discute que en Italia no se mantenga un Estado de derecho con todas las instituciones imprescindibles en una democracia y fijadas por una Constitución. Pero también es indiscutible que la democracia italiana se ha convertido en el paradigma de un mal uso de las instituciones que, manteniendo formalmente las apariencias, pervierte profundamente su sentido original. El presidente del gobierno Silvio Berlusconi ha terminado encarnando, por méritos propios, esa perversión permanente que acaba convirtiendo los tribunales en agencias de arbitraje de intereses privados, el Parlamento en un zoco donde todo está en venta y alquiler, y la presidencia del gobierno en un circo más seguido por sus escándalos sexuales que por su actividad política. Una verdadera desgracia, pero el que haya sucedido esto en un país tan civilizado y rico como Italia debería tomarse como una llamada de atención sobre los peligros que acechan a todas las democracias, sin excepción, y no como una manifestación de la supuesta informalidad idiosincrásica de los italianos.

Fijémonos en España: ¿estamos mejor que en Italia? En algunos aspectos todavía sí. Al menos, aquí parece imposible todavía un escándalo como el de la acumulación de basura en la Campania ante la pasividad absoluta de las instituciones responsables. Sin embargo, el cambalacheo de votos parlamentarios donde se obtiene el apoyo al gobierno a cambio de favores es tan usual como en Italia, y esa no es la única coincidencia preocupante (da lo mismo que los beneficiarios sean partidos nacionalistas en vez de partidos personalistas). Que a Zapatero no se le conozcan veleidades orgiásticas no es sino una anécdota menor. La pregunta que debemos hacernos es si estamos inmersos en un proceso de berlusconización, es decir, de vaciamiento del sentido de las instituciones a través de su perversión práctica. En la administración de justicia y la pérdida de igualdad ante la ley ya se ha avanzado mucho en ese sentido, o al menos así lo percibe una gran mayoría social, según ponía de relieve la última encuesta del CIS.

Como en Italia, en España hay un gran descontento social con el funcionamiento del sistema, y también emergen nuevas formaciones políticas que buscan beneficiarse de este descrédito popular fácilmente convertible en deslegitimación. No todas ellas nacen con el propósito de enderezar lo degenerado y refundar las instituciones para restituir la democracia, sino para profundizar los peores aspectos de la situación. O sea, para obtener beneficios privados de la desaparición de la justicia autónoma, de los medios de comunicación independientes y de la exigencia de transparencia y rigor en la gestión pública, dominada por la corrupción.

Lo inquietante de la berlusconización es, precisamente, que abre paso no a una crisis del sistema con propuestas de renovación democrática, sino al estancamiento de lo peor a través del bloqueo institucional y del desistimiento cívico. Desistimiento expresado en el aumento de la abstención, el cinismo intelectual, la despolitización y el éxito de partidos políticos no críticos sino sencillamente ajenos u hostiles a los propósitos de la democracia. Por ejemplo, partidos personalistas que no son sino plataformas de proyección institucional de intereses básicamente personales, como el de Francisco Alvarez Cascos (FAC) –inquietante sujeto que también se parece a Berlusconi en su fama de depredador sexual-, o los de Revilla y Laporta, por no hablar de peores aventuras jaleadas por los medios como la catalana de Carmen Mairena. Cataluña es, sin duda, la parte de España donde todo se ha conjurado para el avance de la berlusconización. Pero hay otros signos inquietantes del avance del proceso en el conjunto del país: por ejemplo, el regreso en loor mediático de personajes como Mario Conde, presentado por el grupo Intereconomía como modelo de la “regeneración democrática” por venir y que no sería, por cierto, sino una variedad hispana del berlusconismo (lo que lejos de tranquilizar debe preocupar más).

A los partidos tradicionales este proceso sólo les preocupa en cuanto pueda poner en peligro su posición dominante, pero el sentido del mismo no solo les resulta indiferente, sino que en realidad emerge de sus propias prácticas. También en Italia pasó algo parecido: Berlusconi fue el oportunista sin escrúpulos que, apoyado en su imperio mediático y en la popularidad ganada explotando el mismo, recogió los frutos del hastío popular por el corrupto sistema de alianzas protagonizado durante años por los partidos italianos clásicos: el democratacristiano y sus satélites republicanos, socialistas y laicos. El sistema de partidos clásico se hundió en Italia, pero a pesar del juez Di Pietro y otros líderes y grupos regeneracionistas –como el Partido Radical de Marco Panella- no lo sucedió un sistema renovado que actualizara la democracia y limpiara las instituciones acabando con la corrupción y las mafias, sino una nueva amalgama de minipartidos personalistas, neofascistas y nacionalistas de la Padania agrupados en torno a Berlusconi, verdadero conseguidor de ese sistema degenerado; en frente, las viejas y desarboladas glorias, divididas, impotentes y anacrónicas, de la antaño pujante izquierda italiana. Ese es el triste panorama político y civil que ahora ofrece Italia. Y la amenaza es que en España acabe pasando algo similar si lo que hay de sociedad civil activa no es capaz de reaccionar contra la resignación, el pesimismo y la comodidad del que critica mucho pero no arriesga nada. La impotente ira del español sentado denunciada por Alvaro Pombo, el verdadero deporte nacional en cualquiera de las lenguas oficiales del Estado.

 

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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