Como los antiguos herejes penados por la Inquisición, Rodríguez Zapatero ha sido contumaz en el error
Los responsables de las diecisiete mayores empresas de España acaban de constituir lo que han venido en denominar el Consejo Empresarial de la Competitividad. En conjunto suponen un millón setecientos mil puestos de trabajo y la tercera parte del Producto Interior Bruto del país; en ese consejo están representados los bancos, las comunicaciones, las energías, los grandes centros comerciales o la industria textil y la moda. Se han apresurado a afirmar que no pretenden competir con ninguna institución, a pesar del nombre que se han dado, y que su propósito es hacer frente a la deteriorada imagen que España ofrece en los mercados internacionales. Poner de manifiesto que un país como el nuestro, que tiene empresas como las que han formado dicho consejo, extendidas por todo el mundo, es un país solvente, con muchas capacidades y, desde luego, digno de crédito.
Lo que Alierta (Telefónica), Brufau (Repsol), Álvarez (El Corte Inglés), Botín (Santander), Lara (Grupo Planeta) o González (BBVA), por citar sólo a algunos de los diecisiete reunidos, han decidido es ofrecer a los mercados internacionales su musculatura empresarial y económica como garante de la imagen de España.
La pregunta obligada es: ¿por qué razón han tomado una iniciativa de este calado?
La respuesta resulta evidente. Era necesario ofrecer una imagen de España diferente a la que los mercados financieros zarandean sin piedad porque la España de Rodríguez Zapatero tiene un serio problema de credibilidad internacional que va mucho más allá de las graves dificultades por las que atraviesa nuestra economía. Es la falta de crédito que se ha ganado a pulso un presidente con declaraciones en los foros internacionales que, en más de una ocasión, producían sonrojo. Un presidente de gobierno a quien le han leído la cartilla y le han trazado una hoja de ruta porque la economía española es mucho más que la griega, la irlandesa y la portuguesa juntas y un batacazo, que llevara a un plan de rescate, pondría en riesgo muchas cosas.
En cierto modo lo que los integrantes del Consejo Empresarial de la Competitividad han venido a decir es que la economía española, a pesar del descrédito en que la ha sumido un gobierno que se desdice continuamente de sus propias decisiones, tiene la potencialidad que ellos han exhibido por el mundo. Están enmendando la plana a un gobierno que marcha a la deriva y han decidido tomar el timón y ofrecer la mejor imagen de nuestro mundo económico. Lógicamente, Alierta y compañía se han apresurado a decir que esto no es un tirón de orejas al gobierno. Prueba evidente de que es eso precisamente lo que estamos pensando todos, al comprobar el calado de la iniciativa tomada por los grandes empresarios del país a la vista del yermo panorama que tiene por delante, al menos hasta que, quien nos engañó negando la crisis, deje de presidir el gobierno. Digo nos engañó porque ahora hemos sabido que los técnicos del Banco de España le advirtieron, en una fecha tan temprana como el 2006, la que se nos venía encima. Como los antiguos herejes penados por la Inquisición, Rodríguez Zapatero ha sido contumaz en el error.