Es obvio que, en esta España irreconocible en la que nos ha tocado en suerte vivir, los ciudadanos tengamos motivos suficientes para prorrumpir en estentóreas carcajadas ante las payasadas con las que nos recrean los políticos que nos gobiernan o, cuando nos coja la morriña, romper a llorar a lágrima viva, si es que queremos tomar conciencia de la triste situación a la que, los mismos protagonistas, nos han conducido, con sus errores, sus cacicadas y su evidente incapacidad para el puesto que las urnas les otorgaron. En realidad, cuando se trata de enjuiciar lo que nos está sucediendo, no podemos dejar de incluir en nuestras reflexiones a este otro ente incontrolado y me temo que incontrolable, al que conocemos como la Unión Europea; un proyecto que comenzó con grandes ambiciones y que, a medida de que han ido transcurriendo los años, parece que se va deshinchando, no tanto porque la idea de unos Estados Unidos de Europa no fuera ambiciosa y, en principio, beneficiosa para todos; sino por el hecho ineludible y e insoslayable de que las naciones que, presuntamente, se debían juntar, unificar sus legislaciones y someterse a una Constitución común y a un gobierno supra–comunitario, no se han mostrado, en ninguna ocasión, dispuestas a ceder parte de su soberanía, a renunciar a sus parcelas económicas y a adecuar sus leyes fiscales a las de los demás.
Lo peor es que, alrededor de este plan de unificación de Europa, se ha venido creando una suerte de burocracia, alimentada por los propios estados miembros, que se ha convertido en un monstruo, ávido de acaparar, cada vez más, funciones e ir creciendo a la sombra de Bruselas que, lejos de contribuir a la eficacia de la UE, se ha convertido en un lastre económico que tenemos que sostener entre todos, aún en el caso de naciones en situación tan precaria como son las famosas PIIGS. Como era de esperar, el tema de la igualdad entre los países miembros, no ha sido tenido en cuenta y existen naciones de primera, segunda y tercera, que han tenido que ceder protagonismo a favor de las naciones más potentes, que son las que, en realidad, vienen marcando la pauta, tanto en el aspecto económico como en el político y social; incluida la política extra territorial de la Unión. Por si fuera poco, hemos tenido noticias de que, en el propio Parlamento Europeo, se están produciendo algunas corruptelas que ponen en entredicho, no sólo su eficacia sino la honorabilidad del mismo. En efecto, desde europarlamentarios que se dedican a fichar para dejar constancia de su asistencia a las sesiones parlamentarias, para, una vez que han marcado su ficha, ausentarse para regresar durante los fines de semana a su país de origen u otros destinos; hasta aquellos señores, que están cobrando sueldos que pueden alcanzar los 217.000 euros anuales (una cifra que les debiera obligar a hacerse responsables de la representación que se les ha otorgado por sus respectivos país) se dejan comprar a cambio de sobornos. Como no podía fallar, una de nuestras eurodiputadas socialistas, la señora Eider Gardiazábal, ha sido una de las que han practicado novillos, ausentándose del Parlamento antes de que finalizaran sus sesiones.
Pero, últimamente, el periódico Sunday Times ha puesto de relieve una trama de eurodiputados que vienen cobrando, de distintos entes financieros, sobornos para introducir cambios o enmiendas en las normas que deben ser aprobadas por la cámara. Varios miembros de la cámara de Estrasburgo, concretamente se tiene noticia de tres: los señores Adrián Severino, ex ministro rumano de Exteriores; el señor Ernst Strasser, es ministro austriaco del Interior y el señor Zoran Thaler, ex ministro esloveno de exteriores, que fueron grabados negociando pagos a cambio de servicios políticos; las cantidades que se barajaban por aquella cooperación ascendían a la cifra de 100.000 euros anuales. No parece que estas noticias nos animen a confiar en la honradez de aquellos señores si es que tenemos en cuenta que, la normativa interna del Europarlamento, establece que: “deberán abstenerse de aceptar cualquier regalo o beneficio por el desempeño de sus funciones”.
Yo no sé lo que pensarán ustedes de la parafernalia y el bombo y platillos con el que, los socialistas, han jaleado en España nuestra intervención en la guerra contra la Libia de Gadafi. Ya ZP se mostró encantado con esta intervención, insistiendo en que estábamos bajo el paraguas de la ONU, para que no lo comparáramos con la guerra de Irak; pero la consigna se ha ido repitiendo por el señor Blanco, nuevamente en su papel de Pepito Grillo –demostrando su escaso sentido del honor cuando, tanto el señor Rajoy como el PP habían apoyado al Gobierno en esta operación – si bien podría haberse abstenido de hablar de “falta de decencia del PP”, puesto que sus palabras podrían considerarse como un paradigma del sectarismo, desvergüenza política e indecencia moral. Pero faltaba la puntilla que, en este caso, ha corrido a cargo de la sin par Trinidad Jiménez, nuestra ministra de Exteriores – ¿qué les ocurrirá a los socialistas que siempre escogen lo peor para este cargo? – que cada vez que hace una declaración sobre el conflicto de Libia, no hace más que repetir, insistentemente, que la intervención de España se debe al visto bueno de la ONU para evitar que les recuerden lo sucedido con la guerra de Irak.
Y es que se olvidan de que, Zapatero, retiró, de forma fulminante, las tropas de Irak, cuando la ONU ya había autorizado que permanecieran en aquel país. ¿Cómo, entonces, decidió retirar nuestros efectivos, causando el gran enfado en los aliados, entre ellos, los americanos, del que todavía estamos pagando las consecuencias? Muy sencillo, porque en España había prometido hacerlo y no le dio tiempo a anticiparse a la autorización de la ONU. Entonces se le llenaba la boca de “paz” y renegaba de las tropas españolas que prestaban sus servicios en el extranjero. No obstante, en estos momentos, tenemos a nuestros muchachos jugándose la vida por medio mundo, desde Afganistán hasta El Líbano, sin olvidarnos de algunos países de África y ahora, para remate, en Libia. ¿Cómo lo justifica? Pues, como dice la ministra C. Chacón, porque nuestros soldados no van a combatir contra terroristas o soldados de otras naciones, van en misiones de “Paz”, repartiendo flores y recibiendo balazos a cambio, con lo que ya son más de 90 los soldados que ha fallecido en estas presuntas misiones de ONG.
Pero las carcajadas irreprimibles nos las ha producido el sainete que han montado la ministra de Defensa y la cúpula del Ejército, que han escenificado una escena del sofá, para darle solemnidad al acto de enviar seis aviones de combate, un portaviones pasado de moda, el Asturias y un submarino que, por si fuera poco, tiene el ridículo nombre de combate “Tramontana” símbolo de una autonomía que no quiere pertenecer a España. Lo hilarante es que era una reunión de trabajo para tomar “importantes decisiones” sobre el material que se aportaba a la coalición. Verán, yo tenía entendido, supongo que equivocadamente, que cuando se tienen que coordinar diversas unidades de tierra, aire y mar, si procede; se han de establecer líneas de suministros, se tienen que estudiar a fondo tácticas y estrategias militares, para afrontar la batalla y coordinar los distintos movimientos de las unidades en el campo de batalla, entonces serán los miembros del Estado Mayor del Ejército quienes tomen las medidas oportunas. En el caso que nos ocupa se trata sólo de enviar 6 aviones militares con su tripulación a Italia; ordenar la salida del Príncipe de Asturias hacia la zona bélica y dar instrucciones para que el Tramontana zarpe rumbo a Libia. La táctica, la estrategia, los suministros y las órdenes las darán los mandos de los EE.UU. o, los que designe la OTAN. ¡Ridículo!
Miguel Massanet Bosch