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La crisis propicia un cambio de prioridades de los ciudadanos (por Carles Castro)

Publicada el mayo 24, 2011 por admin6567
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El declive del PSC en el plano local asomó ya en el 2003, cuando la inmigración cobró una dimensión masiva

Carles Castro (Publicado en La Vanguardia, aquí)

La factura electoral de la crisis explica sobradamente la demolición del bloque social de centroizquierda que llevó al socialismo al poder. La insoportable lentitud de la realidad a la hora de dejar atrás una depresión económica de inédita duración ha acabado por estallar en las urnas, como ya lo hizo simbólicamente en las calles días antes del 22-M. Sin embargo, pese a los efectos sísmicos que en el plano electoral generan siempre la frustración y el desempleo, la historia que explica los resultados del pasado domingo empezó mucho antes del estallido de la crisis. Especialmente en Catalunya.

No hay que olvidar que hubo un tiempo en que la izquierda aparecía como la fuerza más idónea para gestionar el mundo local. Entre 1950 y 1980, los partidos de ese signo gobernaron algunas de las principales capitales europeas. Y en España, PSOE y PCE obtuvieron unos espléndidos resultados en las primeras elecciones locales.

Ahora bien, la hegemonía local de la izquierda se fue apagando en la década de los 80. En el caso español, el PSOE perdió Madrid, Valencia y Sevilla, y su presencia urbana se debilitó aún más tras la debacle de 1995, alentada por una grave crisis económica.

Eso sí, en el escenario catalán, la resistencia socialista fue mayor, y el PSC logró conservar tres de las cuatro capitales de provincia, además de la gran mayoría de los municipios metropolitanos y una porción sustancial de las capitales de comarca. Ese poder incluso experimentó un relanzamiento en las municipales de 1999, cuando el PSC sacó una ventaja de once puntos a CiU, su principal rival, en el conjunto de Catalunya, y acarició la mayoría absoluta en Barcelona. De hecho, en el 2007, los socialistas parecieron completar su particular puzzle del poder, reconquistando Tarragona.

Y, sin embargo, ya en los comicios del 2003 se apreció un visible reflujo del PSC, especialmente pronunciado en Barcelona, donde la caída fue de 12 puntos. ¿Cómo explicar ese declive en un contexto de cuantiosas inversiones, prosperidad general y acontecimientos como el Fòrum, que volvían a situar la capital catalana en el candelero internacional? Y sobre todo: ¿cómo explicar el retroceso del PSC en un contexto de final de ciclo de CiU en Catalunya, y de reflujo del PP en España (aunque sin efectos tangibles sobre su poder local en Madrid o Valencia)?

Estas preguntas no encontraban respuestas válidas en las encuestas. Pero el brusco cambio social y demográfico, con la llegada en un corto espacio de tiempo de millones de extranjeros a España y Catalunya, no había pasado desapercibido. De pronto, la ciudad “de toda la vida” adquirió una fisonomía humana que provocaba desconcierto y desasosiego en una población que había llegado a creerse que el progreso era una ininterrumpida línea recta. Surgieron los primeros conflictos de convivencia y en algunas localidades irrumpieron con éxito las primeras candidaturas xenófobas.

Y lo más importante: la gente ya no juzgaba a su alcalde y a su ayuntamiento sólo por los metros cuadrados de parques, jardines o servicios públicos que habían inaugurado a lo largo de la legislatura, sino por su capacidad para sintonizar con esas inquietudes subterráneas de difícil verbalización: la convivencia, el civismo o la seguridad. Y aunque la buena marcha de la economía y la inversión en infraestructuras todavía dieron un respiro al poder local de izquierdas en el 2007, la abstención galopante constituía un serio aviso de que algo estaba cambiando en las profundidades del cuerpo electoral. De hecho, allí donde alguno de los grandes partidos decidió agitar esas aguas –como en Badalona–, el estropicio ya fue brutal para el PSC: un desplome de 12 puntos en porcentaje de voto.

Los resultados del pasado domingo, marcados por la severísima derrota del socialismo, beben obviamente en las amargas aguas de la crisis económica. Pero para los electores potenciales del centroizquierda que viven en las barriadas populares de las medianas y grandes ciudades, la sensación de desamparo no es sólo ante una crisis de larga duración. El malestar se alimenta también de un paisaje social y humano desconocido y del que ellos perciben más sombras que luces. Electoralmente, se han convertido en huérfanos.

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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