Durante todos los tiempos de la Historia y de la pre-historia se han producido movimientos migratorios motivados por distintos fenómenos de tipo geológico, nomadismo, conflictos bélicos, hambrunas, cambios climáticos, xenofobia y pobreza. Todos ellos han traído como consecuencia grandes desplazamientos de masas que, ya fuere por el sistema de goteo o de invasión multitudinaria, pacífica o violenta, han supuesto la ocupación de nuevos territorios en los que se han asentado. Un ejemplo, relativamente reciente, de estas mareas migratorias lo hemos tenido en el siglo XIX, cuando grandes cantidades de emigrantes desplazados de Europa a los EE.UU. fueron autorizados por aquel gobierno para ocupar territorios despoblados del oeste del país, aunque ello supusiera apoderarse de zonas en las que los indios americanos tenían sus asentamientos y territorios de caza.
En España tuvimos que soportar invasiones que nos llegaron por el norte y por el sur, de las que, una de las que más perduraron, fueron las de los reyes moros que se mantuvieron en la mitad sur de la península hasta que, en 1492, fueron vencidos y expulsados de nuestra nación por los reyes Católicos. Sin embargo, con Cristóbal Colón y el descubrimiento de América, fueron los españoles los que se trasladaron en busca de mejor suerte a las tierras del otro lado del Atlántico, esperando hacer fortuna. A estas emigraciones se fueron sucediendo otras, motivadas por el paulatino empobrecimiento que las continuas guerras que se fueron sucediendo a través de los siguientes siglos; en las que los sucesores de Carlos I fueron dilapidando las riquezas que nos había reportado el descubrimiento y subsiguiente explotación de aquel Nuevo Continente. Aparte de la emigración republicana, producida por la caída de la II República con la victoria del general Franco, la siguiente gran emigración que se produjo en nuestra patria fue la de los años 50/60 en los que, en virtud del Plan de Estabilización, cientos de miles de españoles se marcharon de sus tierras para asentarse en distintas naciones, especialmente en Alemania, Francia, Reino Unido, Suiza y Bélgica, en plena tarea de reconstrucción después de la II Guerra Mundial de los años 1.939/1945. Hay que señalar que, en este caso, los inmigrantes fueron bien recibidos en sus países de acogida, como mano de obra barata y que contribuía a las tareas de contribuir a la recuperación de la normalidad, perturbada por la sangrienta y prolongada guerra que acababan de soportar.
Sin embargo, en el Censo del año 2001, el número oficial de extranjeros residentes en España, en 1 de noviembre de dicho año, ascendía a 1.572.017 y, sólo unos años más tarde, el censo del 31 de diciembre del 2009, daba una cifra oficial de 4.800.000 lo que suponía multiplicar por tres veces aquella cantidad. ¿Precisaba España recibir una inyección de mano de obra de tales dimensiones? Puede que, en unos momentos de gran desarrollo económico del que se gozaba entonces, como consecuencia de la buena salud económica del país que le dejó gobierno del PP del señor Aznar al PSOE de Rodríguez Zapatero; el recibir una inmigración convenientemente controlada, adecuada a las necesidades del momento y debidamente regulada en cuanto a su situación laboral, fuera bien recibida en España y contribuyera a traer sangre nueva a nuestro país. Lo que sucede es que, la gente que fue llegando a la península, en una gran parte, lo hizo de forma incontrolada, por medio de pateras que fueron arribando a las Canarias y al sur de España, cuando no a través de la frontera con Francia o entrando por vía aérea, sin que los servicios de control lograran impedir aquella invasión de la que fuimos objeto.
Lo malo del caso es que el PSOE, ante semejante problema, optó por lo más fácil y lo que más se ajustaba a su manera de gobernar, blanda y sin complicaciones, aprovechándose de la inercia económica del gobierno del señor Aznar. Por ello el ministro de Trabajo, señor Caldera, decidió una amplia amnistía, que consistió en regularizar a todos los ilegales y establecer una política de reagrupamiento familiar que, aparte de aumentar nuestra población y someter a nuestras estructuras sociales a una sobrecarga de trabajo ( Seguro de Enfermedad, Asistencia Sanitaria etc.); produjo un efecto contrario al deseado, al crear un “efecto llamada” que no hizo más que aumentar el número de extranjeros procedentes de Marruecos y demás naciones africanas que pensaban que, trasladándose a España, se encontrarían con Jauja, donde el conseguir adquirir la nacionalidad era poco menos que coser y cantar. Lo mismo ocurrió con ciudadanos excombatientes y mercenarios de naciones europeas, como Rumanía y otros países del este de Europa que, sabiendo la tolerancia de las autoridades con ciertos delitos y las débiles condenas que se aplicaban en nuestra nación, no dudaron en establecer sus bases en ciudades como Barcelona u otras cercanas, desde donde se han venido a dedicar a saltar viviendas, extorsionar, causar lesiones y matar, creando un verdadero clima de alarma social. Lo mismo ha ocurrido con bandas latinas de jóvenes procedentes de Hispanoamérica que han implantado su ley en distintas ciudades y pueblos, introduciendo el miedo y la inseguridad por allá donde se dedican a actuar.
Ahora, cuando estamos en crisis, no hay trabajo para nadie y la construcción ha descendido verticalmente, como consecuencia de la caída de la “burbuja inmobiliaria”, nos encontramos que, aparte de los españoles que han perdido su trabajo, tenemos una importante parte de los inmigrantes en paro y otra, que nadie sabe a cuantos asciende, que no sólo se encuentran sin trabajo, sino que no tienen papeles y, por consiguiente, no pueden cobrar el subsidio de desempleo. Los que pueden, retornan a sus países de origen, con ayudas del Gobierno para que puedan hacerlo; otros se las arreglan como pueden y, otros, se dedican a los hurtos, robos y demás fechorías para así poder seguir subsistiendo. Europa ya no quiere más inmigrantes, Italia tiene invadida de ellos la isla de Lampedusa; Francia ya cerró las fronteras con Italia para evitar que se le colaran nuevos fugitivos del Líbano y, la CE, como siempre, no sabe como solucionar una situación que pone en peligro el acuerdo del “espacio Shengen”, de eliminación de controles fronterizos entre los países de la CE .
Puede que, como siempre, aquellos que presumen de “humanitarios” que quieren el “café para todos” y que sueñan con un mundo utópico en el que todos son buenos; se crean que son superiores a los otros cuando reniegan y llaman xenófobos a los que analizan la situación y se muestran preocupados por el hecho de que nos vayan invadiendo culturas que no se integran en la nuestra, que traen otras creencias que chocan con nuestras leyes, que intentan reclutar adictos y que realizan actividades de formación de terroristas, como ha ocurrido en Barcelona, ante la evidente pasividad del Gobierno, que parece que lo que más le importa es darle en las narices a la Iglesia Católica sin tener en cuenta que, dentro de unos pocos años, considerando el alto nivel de natalidad que se da entre muchos de los colectivos de inmigrantes y la forma en la que se están agrupando y organizando, van a tener una importante representación en nuestras instituciones y un amplio poder económico con lo que, es muy posible que nos puedan imponer su cultura si es que, antes, con la ayuda de las naciones islamistas que se van configurando en el Norte de África, no lo han logrado por la fuerza. O esto, señores, es lo que opino al respeto.
Miguel Massanet Bosch