Enrique Calvet, Expansión (Publicado en UPyD, aquí)
Nos tememos que vamos a oír hablar de la herencia recibida. Forma parte del rito. Hasta ahora, lo habitual ha sido utilizar mensajes panfletarios, con cifras manipuladas, etc… Pero, puesto que estamos viviendo un momento peligrosamente histórico, convendrá no tratar frívolamente la herencia. Deberá servir para establecer con honradez la situación de partida, para informar de la situación a los ciudadanos (y a los mercados), para comprender las raíces profundas del desastre y para fundamentar los remedios y cambios indispensables. No es el momento de fuego granado de cifras arrojadizas para partidos de corta mira.
Por simplificar, la exposición de la herencia recibida debería constar de dos partes: económica y política. En cuanto a la primera, se deberá decir toda la verdad de una vez sobre nuestras cuentas, y, ciertamente, se podrá reprochar la tardanza en tomar medidas, en particular en el sistema financiero, pero la realidad de muchas cajas autonómicas gobernadas por el PP hace imposible mantener el tema como lucha partidista. La herencia es de todos. Igual sucede con el otro gran tema económico: el paro. Es un alevoso error achacarlo a la gestión de los últimos años, por muy mejorable que sea. El paro en España depende de la economía exterior y de una serie de problemas estructurales internos. La economía exterior ha cambiado a mucho peor, pero nuestros problemas estructurales no se han abordado (rigideces) o han empeorado (educación o unidad de mercado) y han de ser solventados. No dependen de la gestión económica, sino de reformas profundas. Y esas reformas no se emprendieron, ni mucho menos, en la época del señor Aznar, cuando eran más factibles y socialmente aceptables. Por eso la herencia sigue siendo de todos. No se puede confundir el aprovechamiento de una excepcional época de bonanza exterior, con tipos de interés históricamente mínimos, para embalsar temporalmente parados potenciales en contratos precarios de un modelo de crecimiento burbujeante e insostenible con la resolución del endémico paro estructural en España. Todo lo estructural está por hacer desde el final de la reconversión industrial.
Cinco desastres
Pero la peor herencia del señor Rodríguez Zapatero es, con muchísima diferencia, la política. En ese campo sí se han cometido despropósitos de carácter colosal. La medida de los destrozos la dará la Historia con un calibrador sencillo pero terrible: ¿Son reversibles algunos destrozos, o el mal está hecho para siempre? ¿Con qué trauma son reversibles? La desoladora herencia, que no es posible detallar aquí, gira alrededor de cinco desastres: la pérdida del servicio al bien común de todos, y si no es posible, de la mayoría de los españoles cómo obligación fundamental de los gobiernos, es decir la renuncia a la idea constitucional de que España es un conjunto de ciudadanos y no de otras cosas, con los mismos derechos y deberes ante la Ley. La regresión alarmante del Estado de Derecho. El descalabro de determinadas instituciones esenciales. La total confusión y manipulación de valores torales para la convivencia democrática (y ahí se incorpora el erial de la educación) y la aberración de algunas de nuestras estructuras (organización territorial, mercados, administraciones públicas, representación en Europa, etc…).
La situación es tan grave que la lucha partidista sobre la herencia sería frivolizarla. Por fortuna, ésta sólo se puede arreglar a nivel del Gobierno de España y no dependemos de la ayuda exterior. En cambio, sí es menester exponerla muy bien, sin reproches tabernarios que harían perder todo valor formativo e informativo al análisis de la herencia política. Es indispensable exponerla descarnadamente, sin disimulos políticamente correctos (combatamos la confusión) y explicar su importancia, mucho mayor que la economía, para el futuro inmediato y mediato de España… Desgraciadamente, no hemos visto esa labor en el partido que gobernará España, centrado en unos irreales bálsamos economicistas. Y no sabemos si es por ignorancia, por complicidad o "por treta electoralista". En cualquier caso, es preocupante.
Tal vez le abrume al PP la inmensidad y la dificultad de la tarea, propia de momentos históricos trascendentales. Lo compartimos. Por eso algunos defendemos que es indispensable un gran pacto nacional para emprender cuanto antes las reformas indispensables para un futuro en paz, libertad y prosperidad de todos los españoles. Pero es hora de decir, tras el 20N, que no cualquier pacto. Es indispensable un pacto entre partidos, e incluso entre personas de dichos partidos, que tengan muy claro lo que nos jugamos y estén dispuestos a luchar por el bien común de todos los españoles. Hablamos de pactos, no de componendas electorales ni de cesiones a quienes trabajan contra ese bien común. Si no, seguiremos en las mismas, sólo que peor. Hasta la debacle final. Hágase un pacto sobre la herencia para nuestro futuro, motivando a la mayoría de los españoles. Pero no cualquier pacto.