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Tiempo de resignación (por Kepa Aulestia)

Publicada el noviembre 26, 2011 por admin6567
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Rajoy tiene carta blanca a causa de los imponderables de la crisis, lo que contribuye a conceder al PP un poder sin otro contrapeso que el de los mercados
KEPA AULESTIA | (Publicado en diariovasco.com, aquí)
Las elecciones del pasado domingo han dado lugar a un panorama en el que un único partido acapara el gobierno de la mayoría de las instituciones en España. El resultado es un poder político prácticamente sin contrapesos en la vida parlamentaria y en el Estado autonómico. El sistema continúa siendo bipartidista, pero de manera tan desequilibrada que casi no cuenta el apelativo. El gran cambio se veía venir y los electores, avisados de antemano, apostaron por él. Lo hicieron todos los que votaron al Partido Popular y todos los que rehusaron seguir apoyando a los socialistas. La máxima acumulación de poder en manos de un solo partido coincide con el momento en el que la política ve reducido drásticamente su margen de actuación por efecto de la crisis. No es del todo casual, puesto que el resignado desistimiento suscitado por el dominio de los mercados entre votantes tradicionales del PSOE ha favorecido al PP.
El catálogo de contrapesos con los que la democracia podrá contar respecto al ejercicio omnímodo del poder por parte del PP resultaría más exiguo que nunca. En primer lugar habría que consignar las renuncias que tengan a bien hacer los populares a la hora de optimizar y extender sus áreas de influencia dentro y fuera de las instituciones. Una generosidad improbable dada la avidez con la que las formaciones políticas tienden a exprimir cuanto encuentran a mano, y también porque tales renuncias permitirían un mayor juego a la oposición, algo incómodo incluso cuando se cuenta con mayoría absoluta. Si ya es difícil eludir la tentación de ejercer el poder más allá del ámbito político, designando a los responsables de cuantas entidades mantienen algún grado de dependencia respecto al presupuesto público o en relación al favor gubernamental, qué decir de la tupida red institucional cuando tan mermado se encuentra el erario.
En segundo lugar, y en relación con lo anterior, estaría la disposición que el PP muestre de contrapesarse a sí mismo. Es decir, de desarrollar en su seno y desde el gobierno de las administraciones que controla una diversidad de opciones que eviten que la dominante monocolor del panorama conduzca al monolitismo partidario. Pero una dirección que ha protagonizado tan esforzada pugna contra el escepticismo de los propios militantes hasta apuntalar el liderazgo de Mariano Rajoy no estará precisamente dispuesta, en medio de la incertidumbre general, a animar el debate interno y a propiciar que sus barones regionales y sus dirigentes locales propongan o apliquen medidas que contrapesen las impulsadas desde la Moncloa y desde la calle Génova o se adelanten a éstas. Aunque está por ver si el PP es capaz de administrar tanto poder institucional sin dar salida a su diversidad interna. En el particular pulso que los populares viven entre lo ideológico y lo pragmático, todo dependerá de la distribución inicial que Rajoy realice del poder gubernamental.
En el tercer lugar del catálogo de contrapesos se hallaría la capacidad de recuperación que muestre el partido socialista. Sus dirigentes se equivocan si creen que los votantes que les abandonaron el 20 de noviembre regresarán con solo «recuperar la verdadera identidad del socialismo», «refundar el partido» o «renovar la cúpula dirigente». Hoy se verá si su Comité Federal sabe ir más allá del debate estéril de las frases hechas. Hasta ahora parecía absurdo imaginar la política en España sin un partido socialista en el poder o en condiciones de alcanzarlo. Pero la debacle del domingo es el reflejo de un comportamiento electoral suficientemente desapegado respecto a la tradición y al encuadramiento ideológico como para pensar que se trata de un revés pasajero. Además ha cogido a las estructuras socialistas cavilando entre la reactivación -contestada- de los líderes más veteranos y el desvalimiento -manifiesto- de los nuevos que han acompañado a Zapatero. Entre mayo y noviembre se ha producido un vacío generacional que no se remedia con una componenda pacificadora. Un problema que impide otra salida que no sea la de un liderazgo provisional si es mayor de 50 años o a prueba si no alcanza esa edad. Pero lo peor es que ya ha quedado cincelada la hipótesis más temible: el PSOE puede venirse todavía a menos.
Visto lo cual solo el auge de los nacionalismos en Catalunya y en Euskadi aparece como contrapeso, en tanto que ambas corrientes fueron las únicas que contuvieron la marea azul del domingo. La urgencia convergente por dar cauce al «pacto fiscal» y el propósito jeltzale de impulsar en 2015 un nuevo estatus político para Euskadi anuncian una dialéctica que, tensada por la presencia de Amaiur en las Cortes, bien podría servir para afianzar al PP en el resto de España gracias a la consabida disociación entre dos estados de opinión contrapuestos. A no ser que un acuerdo de financiación más posibilista de Rajoy con Mas deje únicamente al soberanismo vasco al otro lado de la confrontación.
En un sistema de partidos sin contrapesos la duración del ciclo popular dependerá del tiempo que precisen las demás formaciones en constituir una alternativa creíble. El PP juega con ventaja. El contrato que ha suscrito con sus votantes es carta blanca, y no solo por la ambigüedad mostrada en cuanto a sus compromisos preelectorales, sobre todo porque la resignación frente a la crisis se ha convertido en la gran coartada ideológica del poder político. Además la alternativa socialista se verá lastrada durante años por el recuerdo de su gestión de la crisis. Confiar en que las dificultades económicas y las medidas de ajuste erosionarán a los gobernantes populares como lo hicieron con los socialistas es una esperanza vana para la oposición. Tómese nota del éxito electoral de CiU mientras el gobierno de la Generalitat aplica durísimos recortes: estamos en tiempo de resignación.

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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