(Publicado en El Mundo-Reggio´s, aquí)
CARTA DEL DIRECTOR
«¿Qué te parece la tumba de Grant?», le pregunta el detective retirado Nick Charles a su mujer Nora en la película The Thin Man, basada en la novela del mismo nombre de Dashiell Hammett. «¿La tumba de Grant? Me encanta. Estaba pensando en una igual para ti».
Todo indica que Hammett se inspiró en su propia relación de amor y odio con la escritora Lillian Hell- mman para plasmar la mezcla de complicidad y rivalidad, impregnada de ironía y golpes bajos, que caracteriza la convivencia entre Nick y Nora. Pero para desdramatizar la tensa alternancia entre los mimitos y los hachazos de su tormentosa experiencia real, Hammett introdujo como tercer personaje a un adorable fox terrier llamado Asta, que hacía las veces de mediador y válvula de escape en lo que, de haberles dejado solos, hubiera sido una inexorable Guerra de los Rose anticipada.
El trío funcionó tan extraordinariamente bien en los años 30 que la película, protagonizada por Myrna Loy y William Powell, tuvo una secuela, After the Thin Man, estrenada en la España de la Guerra Civil con el título de Ella, él y Asta. En esa segunda parte es en la que Nick le pregunta a Nora por unas personas a las que acaba de saludar y ella contesta: «No les conoces… gente respetable».
Qué duda cabe de que la extendida leyenda urbana según la cual Chacón y Rubalcaba mantuvieron años ha una relación sentimental ha reforzado el morbo político de esta sucesión de caricias y apuñalamientos que ha culminado en el apretado desenlace de ayer. En la guerra como en el amor todo termina pareciendo lícito. Y algo que concita tanta atención de la prensa y el público no puede dejar de tener continuación.
Máxime cuando acabamos de vivir un gran ejercicio de democracia interna que estimula la participación política y revitaliza no sólo al PSOE, sino al sistema constitucional en su conjunto. Todo apunta a que Rubalcaba llegó a Sevilla con el Congreso ganado gracias a su control del aparato de Ferraz y que el brillante discurso de Chacón -mitinero y demagogo, pero muy adecuado para la ocasión- le ha servido para recortar distancias pero no para ganar. Por eso los 70 delegados de ventaja que alguien tan ducho en el manejo de los peroles como Blanco otorgaba a quien ha sido su cómplice en la gestión del ocaso de la era Zapatero, se han convertido en sólo 22.
Aunque el desenlace pueda parecer muy similar al de julio del 2000, cuando el margen todavía fue más estrecho a favor de Zapatero, existen tres diferencias esenciales. En primer lugar, esta vez el que ha ganado es el candidato identificado con el pasado; y la outsider la que se ha quedado a las puertas. Por otra parte, la travesía del desierto -Chacón tuvo la malicia de identificar a Rubalcaba con ese desagradable sino- resultará bastante más ardua que entonces, porque el PSOE va a tener mucho menos poder autonómico y municipal en el que refugiarse. Por último, el vencedor carece de la proyección como candidato a tres años vista que hubiera tenido Bono, que pronto fue adquiriendo Zapatero y que sin duda se percibe en Chacón.
La suma de estos tres factores puede hacer del triunfo de Rubalcaba una victoria pírrica. Tanto si es capaz de integrar a Chacón y los suyos en la nueva dirección como si no, la dirigente catalana queda convertida en una especie de alternativa a la alternativa con el objetivo puesto en las primarias en las que se elegirá al futuro candidato. ¿Cuánto tardarán parte de los que han compuesto la precaria mayoría del vencedor en darse cuenta de la oportunidad perdida al atrincherarse en el pasado y desaprovechar la ocasión de elevar por primera vez a una mujer al liderazgo de uno de los dos grandes partidos nacionales?
A corto plazo este desenlace tiene ese punto masoquista que tanto complace al Gobierno de Rajoy: el PSOE renueva la confianza en el candidato que perdió los cuatro millones de votos, en el dirigente más detestado por los votantes del centro derecha y en el líder con tejado más quebradizo para ejercer la oposición. Basta fijarse en la pobreza de los mimbres de su discurso de ayer, atacando a los banqueros y al Vaticano -!!-, para que quede claro que Rubalcaba pretende disfrazar de cambio la simple satisfacción de esa toxicomanía que le impide vivir lejos del poder político.
Además, la gran víctima de la votación de ayer no es Chacón, sino Griñán que, jugando el partido en casa, no ha logrado imponer a su candidata, probablemente porque a la hora de la verdad el PSOE andaluz sigue siendo chavista, guerrista y felipista. Mal bagaje para afrontar un desafío electoral como el que le espera dentro de mes y medio. No me extraña pues que el español más contento con el resultado del congreso socialista sea Javier Arenas: ¿qué otra cosa podía venirle mejor sino una victoria por la mínima del adversario de su adversario que debilita a éste sin fortalecer al partido?
Por mucho que se hable ahora de unidad, los puñales van a quedar desenvainados. Lo del team of rivals de Obama y Hillary funciona cuando toca administrar una victoria. Pero cuando no hay poder que repartir y ha habido tanto juego sucio y subterráneo de por medio, lo que primarán, federación por federación, serán los ajustes de cuentas y las ansias de desquite.
Por eso en el juego de equilibrios y tensiones entre los vencedores y los perdedores de este Congreso, por sorprendente que pueda parecer, hoy me atrevo a pronosticar que habrá que contar con un tercer personaje que desde fuera del parlamento y del propio PSOE va a condicionar la estrategia de oposición de la izquierda. Me refiero a Baltasar Garzón, catapultado hacia el estrellato político -y si no al tiempo- por su arrollador triunfo mediático de esta semana sobre los timoratos magistrados del Supremo, que han aceptado dócilmente la inversión de papeles, permitiendo al acusado desviar la atención del único debate pertinente -el de su flagrante abuso de jurisdicción- y convertir a las víctimas del franquismo en testigos de cargo contra ellos.
La izquierda revanchista ha vivido sus quince minutos de gloria truculenta. El misterio de la embarazada sobre la que nunca se supo si «los falangistas» le dieron «un tiro en la tripa» o le robaron el hijo, se llevó la palma del impacto informativo. Cada atrocidad de la derecha de hace 75 años que se relataba dentro de la sala y cada insulto contra los miembros del tribunal proferido ante las cámaras en sus inmediaciones era una medalla que Garzón se colgaba ante ese sector de la sociedad que aún vive para el ajuste de cuentas, el resentimiento y la trifulca cainita. ¿Qué dirían los dirigentes comunistas, los líderes sindicales o los artistas militantes si al pairo de cualquier otro procedimiento judicial se montara una pasarela equivalente para los hijos y nietos de las víctimas de Paracuellos, la Modelo o el resto de los escenarios de los 50.000 asesinatos documentados por el hispanista Julius Ruiz en su reciente estudio sobre el Terror Rojo?
Garzón es más joven y apolíneo que Rubalcaba y más experimentado y astuto que Chacón. Desde el 93 quedó bien claro que se pirra por la política y que su único verdadero objetivo en la vida es el poder. Pronto va a tener, además, mucho tiempo libre. Si hasta ahora era un juez suspendido que ganaba tiempo con sus apaños internacionales, en el momento en que reciba una condena tendrá que colgar definitivamente la toga.
Esto es mucho más que un futurible porque así como no me extrañaría, conociendo algunas trayectorias personales timoratas, que este tribunal que se ocupa de su salto de la rana sobre la Ley de Amnistía se refugiara en algún confuso bosquecillo doctrinal para absolverle, parece imposible que no ocurra lo opuesto en relación con las escuchas a los abogados, dada la diáfana simplicidad de los hechos. Como bien acaba de decir el Rey, «el derecho de defensa del que deben gozar todos los ciudadanos» merece «especial protección»; y si eso es de aplicación a su yerno, que sigue estando libre como un pájaro, tanto más ha de serlo a quienes se hallen de forma cautelar en prisión preventiva.
Pero lo que para cualquier otro se convertiría en un baldón infamante -hacer trampas en los procesos penales ciertamente lo es- en el caso de Garzón aparecerá como nuevo timbre de gloria. Porque, ¿a quiénes interceptaba las comunicaciones, sino a los que pretendían ayudar a eludir el pago de sus culpas a los corruptos de la Gürtel? ¿Y con qué propósito lo hacía, sino con el de destapar toda la podredumbre del Partido Popular, desde el círculo más íntimo de Aznar, hasta el de Rajoy?
Siendo tan encomiables los fines, estando tan certera y merecidamente orientadas sus pesquisas, los trucos baratos y zafias añagazas se convierten a ojos de sus arrobados seguidores en ingeniosos artefactos dialécticos, dignos del más cálido aplauso. Es el caso de cuando alega que aunque las escuchas eran indiscriminadas, luego se ocupó él mismo de preservar el derecho de defensa separando el trigo de la paja; o no digamos su argumento de que los delitos del franquismo, que su propio auto describía como de «motivación política», perdieron tal característica una vez que adquirieron la monstruosa condición de crímenes contra la Humanidad.
¿Cómo no se le va a permitir al nuevo dios justiciero, al hacedor mismo del radiante amanecer del progresismo, entablillar su escritura redentora sobre algunos renglones, digamos -je, je, je-, un poco torcidillos?
A mí el episodio de los pagos a través de la universidad de Nueva York me recuerda el primer terceto del soneto de Quevedo A un juez mercadería que el otro día me pasó con plácido sarcasmo Luis del Val: «No sabes escuchar ruegos baratos/ y sólo quien te da te quita dudas/ no te gobiernan textos sino tratos». Pues ya verán como cuando llegue la hora de juzgarlo se alegará que ese cohecho -todo lo impropio que se quiera, pero enorme y sonoro como un piano- no era sino un acto de justicia redistributiva, basado en definitiva en desviar una parte del dinero de los banqueros y grandes empresarios a los bolsillos de los portavoces de los desfavorecidos, vía diálogos trasatlánticos. Y que imponerles esa gavela precisamente a los implicados en sumarios bajo su jurisdicción tenía un valor de tasa preventiva con cargo a futuras impunidades.
Un clima social enrarecido por la recesión y el desempleo, la desorientación y el nihilismo, es el caldo de cultivo perfecto para que prendan los grandes demagogos. Garzón se acerca bastante a las características del sinvergüenza perfecto pues es audaz, inteligente, sectario hasta las cachas, carece por completo de escrúpulos y nada como pez en el agua en el río revuelto de la agitación callejera. Si ya se subió al púlpito de las manifestaciones contra la guerra de Irak para llamar asesino a Aznar, que a nadie le extrañe verle esta primavera exhibiendo las llagas de su martirio como aperitivo a las consignas que en las movilizaciones del 15-M y similares se lancen contra el capitalismo, la señora Merkel y los recortes sociales de Rajoy.
¿Quién puede servir mejor que él como eje de confluencia entre la izquierda parlamentaria, los sindicatos y los llamados movimientos sociales en una dinámica de oposición que contraponga el rugido de la calle a las mayorías absolutas del PP en el Congreso y el Senado? Y como su megalomanía no tiene límites, enseguida acariciará ser el candidato a La Moncloa en 2015 de un Frente Popular del siglo XXI concebido, si es posible, con el PSOE o alternativamente contra el PSOE.
Tal vez Rubalcaba y Chacón se arrepientan de haber contribuido a crear un monstruo así, pero no les va a quedar más remedio que convivir con él. Por si no fuera bastante pesadilla seguir teniendo que aguantarse el uno al otro, ahora resulta que su fox terrier se ha transformado en un rottweiler. ¿Cuánto tardará la casa común de la izquierda en parecerse a una novela no de Hammett, sino de Stephen King? Atención a este trío que dará mucho juego: ella, él y Balta.