El ser de derechas es una pecado mortal
Un amable lector de nacionalidad argentina me comentaba que, en su país, el ser de derechas es una pecado mortal. No sé si este señor lleva mucho tiempo en España o no ha sido bien informado de cual es la forma de pensar de una gran parte de la población española. En nuestra nación, por desgracia para lo que debiera ser un régimen democrático, todo lo que sea tener una opinión que no coincida con los planteamientos izquierdistas, con el sistema de subvenciones, con el de repartir el dinero de los ricos a los pobres, para que éstos no tengan que esforzarse en ganarlo y lo puedan despilfarrar a manos llenas o predicar en contra de los “abusivos”, “aprovechados”, “explotadores” e “ilegítimamente enriquecidos” empresarios; se considera tabú. Incluso por aquellos “progresistas”, “supuestamente intelectuales” que han conseguido amasar grandes fortunas pero que, al declarase amigos de los desheredados de la fortuna, parece que se les concede una bula especial para que puedan seguir siendo proletarios sin que, para ello, sea preciso renunciar a sus privilegiadas situaciones. Lo que sucede en este país de la Virgen Santísima es que, todavía, no se ha logrado superar esta barrera invisible que separa a los dos bandos en que, la Guerra Civil, dividió a los ciudadanos españoles.
En realidad, los rencores y las cuentas pendientes de saldar vienen de mucho antes, de los tiempos en que los caciques eran los dueños de haciendas y vidas en sus pueblos, donde los curas, en muchas ocasiones, eran carne y uña con los hacendados y donde, en las tertulias de la rebotica, las “fuerzas vivas” del pueblo eran las que decidían lo qué se tenía que hacer, cómo comportarse y las horas que debían trabajar en los campos, en una jornada, los braceros. Esto que hoy en día es historia y que, afortunadamente, han pasado a ser recuerdos sólo vigentes en las mentes de los más ancianos, sin embargo, se ha convertido en el leitmotiv de aquellos colectivos de izquierdas, anclados en el pasado y deseosos de revancha, de hacer pagar los pecados de aquellos ancestros del siglo XIX y principios del siglo XX. Se olvidan de que, gracias a las posibilidades de todos los jóvenes, independientemente de su estatus social, de acceder a la educación y a las universidades, hoy en día, hay muchos descendientes de aquellos braceros y jornaleros explotados por los terratenientes, que se han convertido en personas acomodadas, que han creado empresas y que han conseguido alcanzar un nivel de vida mucho mejor que aquellos a los que continúan guardando rencor.
El progreso, el avance de las técnicas de trabajo, la informática, la robótica y la evolución social que ha afectado al mundo del trabajo, no hacen posible pensar que, aquellas situaciones de antaño, se puedan reproducir, en una escala significativa, en otros tiempos en los que los avances sociales han quedado plasmados en leyes que apoyan a los trabajadores para evitar que puedan ser explotados por empresarios desaprensivos. Lo que, hoy en día, debería ser un objetivo común a derechas e izquierdas; como podrían ser la cultura del estudio, del esfuerzo para aprender, de la igualdad de oportunidades, del premio a la excelencia, de la ayuda a la innovación y de las facilidades para la investigación y el desarrollo; no se sabe por qué razón no es posible que se entienda por todos los partidos políticos y gobernantes. La necesidad de que existan empresarios que expongan sus patrimonios para crear empresas en las que explotar sus ideas comerciales, sus inventos o sus sistemas de producción, es tan obvia que, sólo de pensar en que un país careciese de ellos, de emprendedores, nos viene a la imaginación una imagen de pobreza, miseria y desolación. Vaya, un caos.
Por lo que se refiere a nuestro país y a Europa, es obvio que, aquellas grandes masas de obreros sometidos a la miseria y a la incultura; aquellos jornales de 56 horas a la semana y aquellas condiciones de trabajo insalubres, estajanovistas y opresivas han desaparecido y, con ello, la gran injusticia social que se derivaba de ellas. La automatización, mecanización, digitalización, robotización y racionalización de las tareas más rudas ha dado lugar a otra clase de empleados más preparados, más instruidos, más técnicos y más capacitados que han venido sustituyendo a braceros y obreros, librándolos de las interminables jornadas y gran esfuerzo físico de siglos pasados. La llamada clase media, se ha expandido en detrimento de la obrera y, en los tiempos que corremos, la modernización del trabajo ha convertido en obsoletas aquellas doctrinas apocalípticas de Carl Marx, Lenín, Troski, Bakunin y Stalin, que tan de boga estuvieron a partir de la Revolución Rusa de 1.917.
Nadie puede imaginar lo que hubiera ocurrido en España si, las huestes del señor Negrin y los comunistas que le apoyaban, hubieran conseguido implantar, en nuestro país, las doctrinas soviéticas que querían importar desde Rusia, aparte de las ayudas militares y logísticas que recibieron de sus camaradas bolcheviques. En esta condena generalizada lanzada por la izquierda, no sólo la española, sino la de muchos países europeos, contra la figura del general Franco; aparte del odio de aquellos que no supieron ganarle la guerra, a pesar de su superioridad numérica y armamentística; subyace el rencor por haber impedido que España se convirtiera en un país más, sometido al yugo de la Unión Soviética; lo que, con toda probabilidad, se debería tomar en consideración en cuánto a su posible influencia en el resultado de la II Guerra Mundial y si, incluso, se hubiera puesto en cuestión la victoria de las tropas aliadas.
Sólo los visionarios seudo intelectuales pueden, en los tiempos que corremos, soñar en un país igualitario; basado en el regreso a los tiempos preindustriales. Resulta poco menos que una locura el pretender volver a las épocas de los trabajos colectivos que tan mal resultado dieron en la Unión Soviética y en los países de detrás del Telón de Acero, en los que la falta de estímulos, los sistemas obsoletos de producción, la corrupción de los mandos políticos en las empresas y la presión de un sistema basado en la falta de libertades, la escasa retribución económica, la sumisión a las necesidades del aparato del Estado y el sometimiento a un estado policial en el que, los individuos, eran simples fichas, controlados, no sólo durante su tiempo de trabajo, sino en sus propios domicilios particulares; todo ello dentro de un ambiente de opresión que, naturalmente, tenía su repercusión en su rendimiento y en su interés por el trabajo.
Sólo la evidente incapacidad del PSOE, con personajes como el señor Pérez Rubalcaba, flamante nuevo Secretario General del Partido Socialista Obrero Español; su desconocimiento total de cómo manejar los recursos del Estado para capear la crisis y la estulticia y falta de preparación de sus dirigentes; ha podido lograr que, una España mayoritariamente de izquierdas haya dado el poder, de una manera contundente, a un partido de centro derecha, como es el PP del señor Rajoy. Lo curioso de esta nueva situación es que, el partido que cosechó el más grande fracaso de su historia en las pasadas legislativas, no haya sabido hacer una catarsis, un auto crítica y un análisis exhaustivo de las causas que los han conducido a la situación de división y desconcierto en la que se hallan sumidos. Lo que debió ser un congreso de ideas nuevas, donde se reconocieran errores y se estudiara a fondo su remodelación; se han limitado a discutir quien de los dos candidatos, ambos miembros del gobierno del fracaso; debiera ser elegido para la Secretaría del PSOE. O así es como, señores, lo veo yo.
Miguel Massanet Bosch