(Publicado en La Vanguardia-Reggio´s, aquí)
Señor Rajoy, terminen pronto sus avisos del desastre y empiecen a dibujar la esperanza
He empezado a anotar otro tipo de noticias: las que hablan de la gente y de su vida, casi de su supervivencia. La mayoría quizá no se publiquen, porque hay que dejar espacio a las grandes cifras, la gran política y la gran economía. Pero hablan de cientos de miles de ciudadanos que cambian de compañía de teléfonos en busca de mejor precio. Y de retorno a la compra de carne congelada, porque es más barata. Y de conductores que abandonan sus coches en los talleres, porque no pueden pagar la factura del arreglo. Y del taxista que se queda inmóvil en su parada y no recorre la ciudad con el cartel de lliure, por no quemar combustible en vano.
Es la otra crónica, la crónica callada. No es la más dramática, porque no habla de comedores sociales, ni de familias desahuciadas, ni de hogares donde no entra un mísero salario. Es el escalón siguiente, que empieza donde están (¿estaban?) las clases medias, y ahora tiene comportamientos de necesidad; a veces, de indigencia. Asoma una sociedad nueva, de estrecheces económicas, que cambia sus hábitos de consumo, vuelve al transporte colectivo, restringe salidas de ocio y se acomoda a la cultura de la escasez. Se asusta ante el anuncio de la subida de la luz. Se pone a temblar ante los avisos de recortes. Y mira a sus hijos y no se atreve a concebir proyectos para ellos.
Está surgiendo, probablemente, una nueva moral, aunque dudo que se pueda llamar así. Su evolución ha sido visible: arrancó con la música de la fiesta ha terminado, pasó por la fase psicológica de identificación con la crisis, conectó con la filosofía de la austeridad predicada por los poderes públicos, asumió el pesimismo, se instaló en el miedo a lo desconocido y constituye ese 90 por ciento que cree que todo está mal y se pondrá peor. El Gobierno colabora en ese clima, porque los ministros compiten a ver cuál presenta un panorama más tenebroso. Cuando anuncia 630.000 parados más, cualquier ciudadano teme formar parte de esa lista.
¿Y todo esto no produce una rebelión? Todavía no. Si hay huelga general, es porque los sindicatos se sienten obligados a convocarla por puro pundonor. Sólo colectivos agredidos se lanzan a la protesta. Los restantes perjudicados por el traumático fin de fiesta se quejan en miedoso silencio y soportan resignados las carencias. Cada día se oye más que esto va a pegar un petardazo, pero felizmente nadie prende la mecha. Es el retrato de la sociedad más resignada que hemos visto en democracia. Es el triunfo de una censura colectiva, impuesta por temor a que todo pueda empeorar. Es el momento en que un gobierno puede reformar lo que quiera, porque el miedo domina las resistencias. Y es el momento de decir: señor Rajoy, gobierna usted a un pueblo maravilloso, como no hay en Europa. Terminen pronto sus avisos del desastre y empiecen a dibujar la esperanza. Sólo pedimos esa limosna de la esperanza; la vuelta de la ilusión.