"Tristeza, melancólica por el recuerdo de un bien perdido"
.Esta es señores, por si no lo recordaran, la segunda acepción que el Diccionario de la Lengua Española le da al término "nostalgia". Y es que, en estos turbulentos tiempos en los que nos ha tocado vivir, a algunos por más de una vez, todavía tenemos a ciudadanos que siguen viviendo en la convicción de que la II República Española fue una gran época, una época de libertades, de grandes políticos y de reforma radical del régimen político aunque, basta echarle un vistazo a la historia de aquellos tiempos, para convencernos de que quienes piensan esto de las tres fases en las que se dividió el régimen republicano en la España, de 1931 a 1936, seguramente se debe a que: o por tener los recuerdos brumosos de aquellos tiempos; o por falta de adecuada documentación sobre los hechos de aquellos tiempos o por haber sido sometidos a un lavado de cerebro, de estos tan eficaces y característicos de los que se valen los propagandistas de las izquierdas, para conseguir adictos a la causa. Y me refiero a este tema, porque uno de mis habituales críticos parece que ha vuelto al tema de "las dos Españas" que él, con una ingenuidad sorprendente, se cree que se ha inventado o sea "la España de los pobres y la España de los ricos".
Es evidente que, la pereza de pensar, la facilidad con la que ciertas personas dogmatizan sobre cuestiones de gran complejidad y la poca tolerancia de algunos con las ideas de aquellos que consideran que no piensan como ellos y a los que hay que "eliminar" para que no puedan discrepar de sus propias ideas; lleva a muchos a simplificaciones que poco distan de la temeridad y la imprudencia; algo que, en ocasiones, les puede llevar a cometer graves errores de apreciación, capaces de distorsionar los hechos más evidentes. Lo cierto es, señores, que si no hubiera empresarios, si no hubiera personas que arriesgan sus dineros en iniciar negocios, montar industrias o prestar servicios a los demás, estaríamos, por muy extraño que les pueda padecer, en una situación similar a la que nos encontramos en la actualidad en España. En efecto, hoy en día, el déficit de empresas al que nos ha conducido una política suicida de super–gasto público y especulación, ha sido capaz de acabar con un importante porcentaje de nuestro tejido industrial y de nuestras pequeñas y medianas empresas, que han sido víctimas de unas políticas absurdas, del anterior gobierno socialista, que ha preferido utilizar el sistema de las ayudas, subvenciones y prerrogativas para ayudar a los de su propia casta ideológica en lugar de incentivar, dar apoyo y promocionar el espíritu empresarial, la creación de nuevas empresas y el fomento de nuevas tecnologías que hubieran permitido a nuestro tejido económico competir con eficacia con la competencia exterior.
Este error tan difundido de que: el empresario es el objetivo a batir. Esta obsesión de muchos que han sido incapaces de esforzarse en estudiar, que ha escogido el camino sencillo del mínimo esfuerzo o que han preferido primar el ocio sobre el esfuerzo y el trabajo y, por ello, se ven en condiciones económicas inferiores a las de aquellos que se han esforzado con su trabajo y preparación para alcanzar una situación más desahogada; nos ha llevado a que, algunos, sigan obsesionados con la doctrina de enfrentamiento entre pobres y ricos. Lo que ocurre es que, la experiencia de lo que han sido los regímenes estatalizados, aquellos que siguieron las doctrina de Marx, Lenin, Bakunin o Stalin y que practicaron, a raja tabla, la socialización de la economía, en todos los casos se han convertido en ensayos fracasados, en regímenes incapaces de competir con sus adversarios de lo que ellos tachan, despectivamente, de capitalismo y que, no obstante, es el único sistema que siempre ha conseguido enriquecer a las naciones que lo practican. Porque, señores, el régimen liberal, el de libertad de empresa y de comercio es aquel en el que la competencia marca, juntamente con la oferta y la demanda las líneas directrices de lo que se denomina "economía de mercado" donde los precios se regulan por si mismos cuando la competencia establece sus normas reguladoras y la demanda acaba por determinar el valor de cada artículo. Si no hubiera empresarios no habría empleos; si no hubiera bancos que dieran préstamos para comprar materias primas o realizar mejoras en la instalaciones industriales, no habría desarrollo ni innovación; si todos fueran funcionarios no habría quien produjera o prestara servicios; si no hubiera competencia o si fuera el Estado el que burocratizara la economía, acabaríamos por ser como los países de detrás del Telón de Acero que, al fin y al cabo, lo único que lograron fue igualar a todos los ciudadanos bajo el rasero de la pobreza y la desincentivación.
Es muy fácil convertir en carne de horca a los empresarios, pero lo que ya no resulta tan sencillo es ponerse en su piel y arriesgar un dinero que, en ocasiones, tienen que pedir prestado, para desarrollar una idea en la que creen y confían; contratar a un personal para que les ayude a llevar a cabo su proyecto, invertir su capital en unas instalaciones y asumir el pago de un sin fin de impuestos y gastos de mantenimiento, sabiendo que de él depende que el negocio vaya adelante o que, en caso de equivocarse, el fantasma de la ruina se cernirá sobre él y su familia. El ha sido quien ha arriesgado y él es, al fin y al cabo, quien sacará beneficio o tendrá que admitir el fracaso. Los empleos que ha creado han permitido, a quienes no han podido o querido arriesgarse, a gozar de un salario y a contribuir a crear riqueza nacional. Si el negocio fracasa, como ha venido sucediendo, por desgracia, de forma masiva, durante los últimos cinco años, unos se quedan sin trabajo y el empresario se ve, en la mayoría de casos, abocado a la ruina.
Lo que sucede en la actualidad es que, la ciudadanía, de una forma injusta y poco consecuente, se ha olvidado de quienes han sido los causantes de la debacle que afecta al país y pretenden que, un Gobierno que ha tenido que renunciar a todos su proyectos y ofertas electorales, para apechugar con una situación que, ni los más avispados, podían esperar que afectara tan radicalmente a nuestro país, han decidido cargarle todas las culpas al actual gobierno del PP. Ahora todos se lamentan, ahora, cuando a cada cual le corresponde su parte de sacrificio, todos se levantan contra el Gobierno y ahora, cuando la deuda nos está comiendo, los acreedores se muestran inflexibles y el resto de Europa intenta evitar lo que, en ocasiones, se nos antoja inevitable; parece que, una parte de los españoles, no quieren aceptar que es preciso sacrificarse, no porque lo diga el Gobierno del PP, sino debido a la incompetencia de los anteriores gobernantes. Lo que no parece razonable es que, muchos vean la solución en lanzarse a las calles a pedir imposibles y a dar la sensación de que somos un país al estilo del griego, incapaces de asumir las consecuencias de nuestros errores. Europa nos exige austeridad y trabajo para seguir ayudándonos a superar la crisis, resistirse sería tanto como cavar nuestra propia tumba.
Mención aparte merecen estos partidos de la izquierda extrema, que pretenden convertir una emergencia nacional en un caldo de cultivo que les permita hacer proselitismo, sin importarles que, el resultado de sus políticas rancias y obsoletas, no sea más que llevar a España a la ruina total. Unos Sindicatos que han vivido 7 años de sopa boba, completamente ineficaces para intentar paliar el paro, ahora, cuando se les presenta la ocasión, levantan la bandera revolucionaria pero, eso sí, sin que a ninguno de ellos se le ocurra la idea de ¿cómo resolver la cuadratura del círculo? Algo que, por supuesto, están lejos de saber. O esta es, señores, mi forma de ver esta realidad del momento.
Miguel Massanet Bosch
La revolucion es algo que a veces hace bien en une pais y en la sociaded. Siempre hay que ambicionar de cambiar une situacion que no tiene salida buena.