Los hombres no somos dueños de nuestro propio destino que es inexorable, por mucho que nos creamos en condiciones de alterarlo, programando nuestra vida para un futuro que nadie nos garantiza que vayamos a disfrutar. Siempre existe la posibilidad de que la Providencia tenga otros proyectos para nosotros y que, en el momento menos pensado surja aquel desliz, aquel acontecimiento fortuito o provocado que, de improviso, corte de cuajo aquel camino que pensábamos poder recorrer. Un aparatoso accidente de tráfico en la carretera, con varias vueltas de campana del vehículo que conducía, me ha tenido condenado a unas "vacaciones" forzadas, no tanto por las magulladuras y secuelas que dejó en mi cuerpo, poco preparado para tales trances, sino por las lesiones que sufrió un familiar muy cercano, de las que todavía no ha acabado de recuperarse. Un desafortunado acontecimiento que me ha tenido apartado de este trabajo tan apasionante como es comentar la política. En todo caso, siempre se pueden sacar provechosas conclusiones sobre la futilidad de nuestra existencia y lo fácil que resulta despedirnos de la vida para entrar en los insondables secretos de la metafísica.
Debo confesar que, en este lapso de un mes en el que he estado apartado del teclado de mi ordenador, no han faltado acontecimientos en nuestro país , en Europa y en el Mundo, que no hayan tenido la oportunidad de mantenernos en vilo, de incrementar nuestras preocupaciones por nuestro futuro y nos hayan hecho pensar en un devenir parecido al de nuestros colegas los griegos. No ha habido, tampoco, vacaciones para los especuladores bursátiles, los políticos oportunistas, malévolos y sectarios, los catastrofistas y aquellas personas, que haberlas ahílas, que siempre esperan con intención morbosa, que las cosas vayan a peor, pensando que así será más fácil excitar el descontento de la masa y dar fuelle a la revolución ácrata o comunista, en la que vienen soñando desde que se implantó la democracia en España.
Sí es cierto que la casta política española ha dado muestras de estar más preocupada por sus perspectivas electorales que por los intereses de la nación, no lo es menos el que, uno de los más graves problemas que los ciudadanos vemos que nos conducen a la banca rota, es el de nuestras 17 autonomías y las dos ciudades autónomas, cuyo endeudamiento ha desbordado y puesto en entredicho la posibilidad de que, el Estado, puede alcanzar sus objetivos del déficit fiscal y lograr colocar nuestra deuda en condiciones mucho más favorables a las que en estos momentos lo estamos haciendo. La ausencia del más elemental sentido común en la mayoría de nuestros políticos; sus prisas para alcanzar de nuevo el poder, como se aprecia en el PSOE; el oportunismo que se ve en aquellas comunidades donde existe un sentimiento separatista, que piensan sacar beneficios del debilitamiento del Estado, que favorece sus aspiraciones de independencia y el desconcierto de muchos ciudadanos que, de buena fe o porque piensan que es preferible un gobierno de izquierdas, se dejan engañar por la propaganda solapada y tendenciosa, ignorando que quienes han sido los principales artífices del desmoronamiento económico de España, han sido ellos mismos que, con sus despilfarros, su inconsciencia, su papanatismo y su incompetencia lograron que una nación próspera y dinámica se haya convertido en el furgón de cola de la CE y nos veamos en el trance de necesitar la ayuda de Europa.
Es cierto que la ciudadanía viene demostrando, cada día con mayor convencimiento, su repulsa por este régimen autonómico que, en lugar de servir para los fines que preveía nuestra Constitución, ha acabado por ser un semillero de discordias, una cuna de separatistas y una orgía de aprovechados, zascandiles y defraudadores, que son los que, en definitiva, preocupan a Bruselas, a nuestros presuntos inversores y al resto de países comunitarios que, como viene ocurriendo con Alemania, se llevan las manos a la cabeza cuando tienen noticias de que, además de deudas, como la de Catalunya ( que supera los 42.000 millones de euros), que vienen gravitando sobre nuestra nación, se atreven a mostrarse desafiantes y provocadores, exigiendo que el Estado se haga cargo de sus derroches, aportándoles más financiación, aunque ello pudiera suponer un grave agravio comparativo con otras comunidades, que sí han sabido administrarse con lo que les estaba asignado.
Sólo existen dos medios para poner el veto a tal estado de cosas. Utilizar los instrumentos que la Constitución tiene previstos para cuando lo gobiernos autonómicos no se ajustan a sus límites y no admiten las recomendaciones que se les hacen desde el mismo Estado; lo que permite la intervención directa del gobierno en las administraciones autonómicas que no se atengan a la legalidad o, dando un paso más en la regeneración de nuestro país, poniendo en práctica algo que está en la mente de la mayoría de ciudadanos, que sólo se puede conseguir con un acuerdo de los partidos mayoritarios, para emprender una reforma a fondo de la Constitución de 1.978, con el objeto de reestructurar todo el capítulo autonómico, de modo que el Estado recupere una parte de las concesiones y traspasos de las competencias que se les concedió a las distintas autonomías, para evitar el mal uso y el abuso que, de ellos, han hecho los distintos gobiernos autonómicos.
No obstante, si observamos objetivamente el comportamiento de los Sindicatos y los partidos de la oposición de izquierdas y nacionalistas; no tendremos otro remedio que llegar a la conclusión de que, mientras la clase política española esté en manos de partidos políticos en los que primen los intereses electorales sobre las necesidades y conveniencias de los ciudadanos y se permita que el egoísmo, la demagogia y el afán de conservar o adquirir el poder, prevalezca por encima del sentido común, la buena gobernanza y la protección de los derechos de los ciudadanos, tanto en el aspecto económico, ético y social como en el respeto a sus libertades fundamentales; no existe la menor posibilidad de que los partidos se avengan a una modificación, en profundidad, de nuestra Carta Magna para eliminar, de una vez para siempre, todos estos chantajes que cada vez ,con mayor fuerza e intensidad, se vienen produciendo en determinadas autonomías que ya se han declarado, unilateralmente, como estados distintos al español.
Si el señor Rajoy, no se decide a afrontar, con vigor y eficacia, el problema de la reducción del aparato del Estado y no pone límite a las ambiciones nacionalistas, utilizando para ello todo los medios que le otorga el Estado de Derecho; es muy posible que todo lo que se consiga en nuestras negociaciones con Europa acabe por sucumbir a causa de las bombas de profundidad que ya han anunciado el PSOE y los Sindicatos, consistentes en un intento de desestabilización a gran escala del país, con el único fin de conseguir la celebración de unas nuevas elecciones, algo que sería como si España se hiciera el Hara– Kiri, debido a la desconfianza que ello generaría respecto a la seriedad y la disposición de nuestro país a seguir siendo uno de los miembros de la UE y, en consecuencia, formar parte de aquellas naciones dispuestas a atenerse a las normas por las que se viene rigiendo la Comunidad Europea. Lo contrario, el caer en la trampa de las utopías de la señora Valenciano o el señor Rubalcaba o en los chantajes del señor Durán o el señor Mas, no sería otra cosa que poner en cuestión, una vez más, la unión de los españoles y el futuro de nuestra nación como un país verdaderamente democrático. O así lo pienso yo.
Miguel Massanet Bosch