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Contra la clase media (por Juan Carlos Rodríguez Ibarra)

Publicada el septiembre 29, 2012 por admin6567
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Aceptamos cualquier reducción si nos dejan vivir con lo poco que nos queda

Juan Carlos Rodríguez Ibarra (Publicado en El País, aquí)

Sabemos lo que nos está pasando; estamos en un estado de emergencia absoluta
y parece que da lo mismo que gobiernen unos u otros, como lo pone de manifiesto
lo ocurrido desde 2008 hasta hoy. Y no parece que las opciones que se dibujan en
el horizonte, desde la extrema izquierda a la extrema derecha, vayan a dar
respuesta positiva a los problemas que acarrea nuestro país.

Parece indiscutible que la financiación de nuestra deuda a los tipos de
interés actuales es bastante insoportable y que España no podrá aguantar esa
financiación sin destruir buena parte de las conquistas sociales que los
españoles conseguimos materializar desde la Transición. Estamos en un círculo
vicioso —a más restricciones menos ingresos, a menos ingresos más deuda— del que
resulta difícil salir, máxime cuando ese vicio se convierte en virtud para los
que se benefician de la captación de liquidez de inversores que, incluso, pagan
por garantizar la seguridad de sus depósitos, de lo que se deduce que no tienen
ninguna prisa en abaratar el crédito a los países deudores.

Pero no parece que obtener una financiación ventajosa sea el único móvil que
impulsa ese tipo de política a los que a corto plazo de benefician de ella. Hay
algo más que tiene que ver con la ideología imperante en el mundo occidental y
que, de no remediarse, promete acabar con las conquistas que la socialdemocracia
impulsó y materializó después de la Segunda Guerra Mundial. Ramón Muñoz, en un
reportaje publicado en EL PAÍS el 31 de mayo de 2009 decía “parece que la clase
media está en peligro o, al menos, en franca decadencia. Eso piensan muchos
sociólogos, economistas, periodistas y, lo que es más grave, cada vez más
estadísticos. Como los dinosaurios, esta “clase social de tenderos” —como la
calificaban despectivamente los aristócratas de principios de siglo XX— aún
domina la sociedad, pero la actual recesión puede ser el meteorito que la borre
de la faz de la Tierra”. Creo que esa afirmación esconde una de las claves de lo
que nos está pasando. Cualquiera puede replicar esa afirmación argumentando que
la clase media no puede desaparecer empobreciéndose so pena de que se hunda el
sistema al que precisamente sustenta esa clase, que es la que proporciona los
recursos económicos necesarios para subsistir. No parece descabellado afirmar
que los auténticos paganos de esta crisis son los componentes de esa clase. Los
que pertenecen a la clase más baja de la sociedad ya lo tenían casi todo
perdido; los pertenecientes a los escalones más altos pierden, pero no lo
suficiente como para que sus hijos y nietos no tengan aseguradas sus vidas a la
espera de tiempos mejores. La crisis está yendo directamente al corazón de la
clase media cuyas expectativas en estos momentos quedan vedadas para el ascenso
y apuntan directamente al descenso. El miedo se ha apoderado de ella que, como
el del chiste, a lo más que aspira es a quedarse como estaba. Es tal el pánico,
que aceptan sin rechistar todas y cada una de las agresiones que el gobierno
anterior y el actual perpetraron y perpetran contra ella. Se acepta la subida
brutal del IVA o los recortes sanitarios y educativos sin apenas parpadear; a lo
más, una tibia protesta por el aumento de las tasas universitarias o por el
copago farmacéutico; se congelaron las pensiones y se reza para que no se bajen
más de lo que ya se ha hecho. No parece que quepa la menor duda de que es la
clase media la receptora de semejante agresión. ¿Por qué?

Según estadísticas de la UE, de aquí al año 2015, el 5% de la población
activa de nuestro país se dedicará a la producción de alimentos, el 15% a
fabricar productos industriales y el 80% restante, más de las tres cuartas
partes de la población activa, lo hará a producción de servicios, sean estos
para atender a empresas o para personas, y dentro de esos servicios, los
relacionados con las nuevas tecnologías que, cada día, adquieren mayor presencia
y relevancia. Si eso es así, una simple proyección nos indicará que los
servicios en el primer tercio del siglo XXI no sólo serán la fuente de
generación de empleo, sino que serán la base sobre los que se asiente la nueva
economía. La agricultura y la industria ya no darán más de sí, porque la
tecnología cada vez tiene mayor espacio y presencia en los sectores agrarios e
industriales, hasta el punto de que cada vez producimos más con menos mano de
obra.

La política de hechos consumados comienza a surtir
efecto

¿Y cuáles son esos servicios en los que se va a emplear a la mayor parte de
la población activa? Además de aquellos relacionados con servicios a las
empresas y a las nuevas tecnologías, no cabe la menor duda que la sanidad, la
educación y la discapacidad en cualquiera de sus variantes van a adquirir una
importancia extraordinaria en la sociedad. Para la ideología socialdemócrata
esos servicios no son mercancías que se puedan comprar y vender en función de
las posibilidades económicas de cada ciudadano, sino derechos que deben ser
garantizados por el Estado. La operación ideológica puesta en marcha a raíz de
la crisis económica tiene como objetivo trasladar a la mente del ciudadano que
esos derechos han dejado de serlo y que a partir de esta situación de dificultad
y de recortes, habrá que pagar por el uso de los mismos. Se trata de ir
concienciando a la población de que hemos vivido por encima de nuestras
posibilidades y que el Estado no puede atender esos derechos con el simple pago
de los impuestos. Y la política de hechos consumados comienza a surtir efecto.
Nos estamos acostumbrando a pagar más por los medicamentos, a rebajar nuestro
nivel salarial, a aceptar una rebaja en las pensiones, a pagar más por las tasas
universitarias, a la masificación de las aulas escolares, a la disminución del
catálogo de prestaciones sanitarias, a la desaparición de las ayudas a la
discapacidad y seguiremos aceptando cuantas reducciones se quieran aplicar a
condición de que nos dejen vivir con lo poco que nos vaya quedando. No saldremos
de este agujero hasta que la clase media haya asimilado que lo que antes eran
derechos ahora se han convertido en mercancías que es necesario pagar.

¿Y a quién habrá que pagar? Al Estado si este se responsabiliza de la
prestación de esos servicios o a la iniciativa privada si consigue demostrar que
su gestión a la hora de prestar esos servicios resulta más eficiente y más
barata. Volveremos al Estado de beneficencia, donde una parte de la población no
tendrá más remedio que ser asistida benéficamente en educación y en sanidad y a
una sanidad privada, a una educación de pago y a unos discapacitados comprando
los servicios que necesiten si ellos o sus familias están en condiciones de
pagarlos.

La crisis, en su etapa actual, ya no es otra cosa que una gran operación
ideológica tendente a devolver al mercado lo que el mercado considera que es
suyo. Para salir de esta crisis, la clase media no tiene más que dos caminos: o
aceptar lo antes posible, y con todas sus penosas consecuencias, que el
ultraliberalismo ha triunfado, o rebelarse contra este estado de cosas y pelear
para que no se salgan con la suya quienes pretenden hacerle tragar que las cosas
son así y que esta medicina, en forma de crisis, producirá sus efectos cuando se
vaya tomando gota a gota, viernes a viernes.

Juan Carlos Rodríguez Ibarra fue presidente
de la Junta de Extremadura.

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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