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¿Chacales, creados por la violencia incontrolada? (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el octubre 10, 2012 por admin6567
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Juvenal decía ya en sus Sátiras, respecto almal ejemplo: "Todos somos muy dóciles en seguir los ejemplos torpes o depravados". Y es que señores en este país, España, se han llegado a idolatrar determinados derechos, considerados como el summum de la democracia y la piedra de toque de los derechos ciudadanos; a pesar de que la experiencia nos viene demostrando, empecinadamente, que la práctica de este derecho constitucional de manifestarse libremente en las calles y plazas de nuestras ciudades, mientras sea "pacíficamente" (algo que raramente se consigue), vociferar todo tipo de consignas, de improperios, de amenazas y obscenidades sin que, ante ello, las fuerzas del orden puedan hacer otra cosa que permanecer impasibles, aguantando el chaparrón de palabras ofensivas, insultos, amenazas y agresiones encubiertas de aquellos que valiéndose de la facultad que les otorga la Constitución, abusan de ello.

Y es que, señores, estamos acostumbrados a que, los primeros transgresores de la legalidad sean los mismos que exigen, a raja tabla, su cumplimiento cuando ello les favorece. Un abogado que ha sido detenido en una manifestación gritando y actuando como un energúmeno no duda, cuando llega el momento, de exigir que se le de un trato especial, distinto, por supuesto, al que reciben sus colegas en el tumulto. Los mismos activistas infiltrados en todos los desórdenes públicos no se cortan cuando hay que exagerar ante las fuerzas del orden para que, los fotógrafos, siempre atentos a cualquier hecho que les pueda ofrecer una buena portado, puedan sacar la "oportuna" instantánea del "pobrecillo" manifestante, encogido sobre si mismo y poniendo cara de dolor. Al instante se le podrá ver corriendo, como si nada, arrojando objetos contundentes contra las "brutales" fuerzas "represivas".

Pero, donde empieza a ser verdaderamente peligrosa la excesiva utilización de la prensa, cada vez más sensacionalista, es cuando, como ha ocurrido recientemente en la TV1 y en otras cadenas, una noticia en la que, sesgadamente, sólo se reproducen aquellas escenas que, supuestamente, quieren demostrar la "brutalidad policial"; se repite una y cien veces hasta conseguir crear en la audiencia un sentimiento de rechazo en contra de las fuerzas del orden y de simpatía, como ocurrió en la manifestación de los del 25S, donde, hasta los mismos jefes de las unidades anti-alborotos, llegaron a abrir expedientes a algunos números que sólo hicieron que cumplir con su deber de mantener el orden. Y esta impunidad, este apoyo de algunos sectores de la sociedad que, fuere por una mala información sobre los hechos, por intereses políticos, por pertenecer a grupos ácratas, antisistema u okupas o por estar integrados en estos foros de "intelectuales" o de la farándula, siempre dispuestos a actuar contra quienes les recortan las subvenciones para que tengan que ganarse las lentejas dando el callo de verdad; sirve, sin duda alguna, para que algunas personas fácilmente impresionables, de débiles defensas mentales y escasos miramientos hacia sus semejantes, empiecen a creer que lo que ven en las películas y en los periódicos sensacionalistas es fácil de poner en práctica y que el cometer una de semejantes tropelías basta para convertir a un ser ignorado por los demás en un "héroe", que ocupa las portadas de la prensa, sale en las cadenas televisivas y hasta se convierte en ídolo de jovencitas descarriadas.

Ni que decir tiene que, en unas circunstancias como las que en estos momentos están afectando a toda la ciudadanía; cuando la pobreza se extiende a una gran parte de la sociedad y, el descontento, se extiende como una balsa de aceite por encima de la sensatez, el sentido común y la serenidad que, habitualmente, son patrimonio de la mayoría de las personas, pero que, sin duda, se convierten en quebradizos cristales cuando un padre de familia comprueba horrorizado que no puede atender a las necesidades básicas de su familia. En estos casos, la posibilidad de que las protestas colectivas, los enfrentamientos con las autoridades, el rechazo al gobierno de turno y la influencia de la visión de los ataques, golpes y afrentas a las fuerzas del orden; son capaces de encender, a nivel individual o de pequeños grupos extremistas, el deseo de convertirse en vengadores solitarios, de emular a los bandidos generosos aquellos que asumieron el rol de luchar contra la sociedad, como representante de la opresión y las desigualdades que afectan a una sociedad "corrompida", integrada por "indeseables" que no merecen otra cosa que ser eliminados. De aquí a cometer los más execrables crímenes nada más se interpone las dificultad que el sujeto pueda tener de orden económico para poder conseguir los elementos precisos para cometer el delito que lo obsesiona.

Dos recientes casos en pocos días y, los dos, en España, nos deberían alertar del peligro que supone para la ciudadanía española el que cunda entre gente, generalmente, con las facultades mentales alteradas, fácilmente impresionable y frecuentemente perteneciente a grupos extremistas, tanto de izquierdas como de derechas o que se han visto menospreciados, despreciados o infravalorados en su ambiente social; decidan por su cuenta y consigan, con la facilidad con la que ambos sujetos parecen que lo han logrado, armarse con un arsenal de productos y armas que les permiten, si la policía no consigue detenerlos antes, cometer horribles delitos, frecuentemente sobre desdichadas personas que ninguna culpa tienen de las fobias de su depredador.

Uno en Mallorca y el otro en Madrid, dos españoles, uno de 21 años y el otro de 48, ambos con materiales propios para construir explosivos y un objetivo determinado sobre el que desarrollar sus criminales propósitos. Uno en una Universidad, la de Palma, empujado por un resentimiento en contra los estudiantes, personas que, en su insania mental, consideraba más privilegiados que él y a los que pretendía hacer pagar tales beneficios con 120 kilos de explosivos. El otro, con varios kilos de materiales para fabricar explosivos y varios planos en los que, posiblemente, podría llevar a cabo su fechoría. No es una novedad, porque son varios los ejemplos recientes de perturbados que, en Europa y otras partes del mundo, no dudan en recurrir a semejantes sistemas para darse a conocer y, al mismo tiempo, dejar su rastro sangriento en forma de cruentas acciones terroristas. ¿Hasta dónde las reiteración de noticias sobre hechos similares o relativas a actuaciones terroristas profusamente comentadas, filmadas y publicadas? siempre "justificadas" por causas de repulsa a la sociedad de consumo, al deseo de notoriedad o a implicaciones de tipo religioso; están influyendo de modo decisivo en determinados personajes que, incomprensiblemente, no parecen tener dificultades en conseguir armas, explosivos o cualesquiera otros mecanismos que les permiten llevar a cabo sus proyectos.

No es nueva la discusión entre si es o no ético el darle tanta publicidad a los delitos de terrorismo. Para unos no se puede ponerle bozal a la libertad de expresión y comunicación; para otros, en cambio, existen cuestiones éticas y morales que aconsejarían que algunos de dichos delitos fueran silenciados o publicados discretamente, por existir la posibilidad de que se conviertan en un elemento de publicidad para aquellos que, en muchos casos, con sus actos criminales, como es el caso de ETA, lo que pretendían era adquirir notoriedad y difusión de sus fines políticos. O así es, señores, como valoro esta nueva moda criminal.

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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