Fernando Savater (Publicado en El País, aquí)
Leyendo las crónicas y comentarios periodísticos sobre los resultados de las
últimas
elecciones catalanas, con la imprevista nalgada a Artur Mas, he confirmado
una sospecha que me venía rondando desde tiempo atrás. En este país —¡ay,
Larra!— se puede ser vasco, catalán, andaluz o extremeño sin problemas pero
difícilmente español. Los españoles son en realidad españolistas. Es una
condición pintoresca, fruto probablemente de aquella diferencia específica
caracterizada en tiempos inolvidables con el lema Spain is different.
Los franceses pueden serlo políticamente sin ser franchutistas (ni
siquiera chovinistas), los alemanes no son forzosamente
alemanistas ni los italianos italianistas y lo mismo les
ocurre a los afortunados poseedores de la nacionalidad holandesa, polaca o
británica. ¡Felices ellos en su despreocupación! Aquí hay que conformarse con
ser españolista y eso si no se convierte uno en ultraespañolista, lo
que puede ocurrir a poco que te descuides.
De modo que, según dice la prensa, en los comicios catalanes ha subido
bastante "el voto españolista", es decir que han recibido mayor apoyo que otras
veces los partidos españolistas, caracterizados por la atrabiliaria pretensión
de que no se mutile la integridad del país del que son ciudadanos y no
precisamente desde ayer. Supongo que el resto de quienes somos españolistas
habituales —ya saben, en el sentido en que hay sospechosos habituales— debemos
consolarnos con ese tímido ascenso frente a otros males de la patria.
Y toca recordar que más complicado fue no hace mucho ser españolista en el
País Vasco, sobre todo si no se quería morir en el intento. Por eso se
inventaron derivaciones eufemísticas, como vasquista, que era una forma
de que a los españolistas no se les notara tanto el peligroso hedor a enemigo
del pueblo. Por la misma razón también supongo que hay catalanistas, a los que
sin embargo no se debe confundir con los catalanes de pata negra. Y en
istas estamos…
Españoles, lo que se dice españoles, solo puede haberlos de extrema derecha.
Para rastrear los orígenes y causas de tal anomalía conviene repasar el
excelente estudio La herencia del pasado. Las memorias históricas de
España (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores), con el que el profesor
Ricardo García Cárcel acaba de ganar el Premio
Nacional de Historia. En alguna entrevista a propósito de su libro, García
Cárcel se queja de que a veces dé la impresión de que el concepto de España lo
haya inventado Felipe V o el mismísimo Franco. Señala, con toda lógica, que hay
una tradición republicana española a la que pertenecen Manuel Azaña, María
Zambrano y tantos otros: los mejores, los que de verdad perdieron, los que nunca
tuvieran ocasión de ser rentistas de la Guerra Civil. A los que podemos añadir,
digo yo, quienes mucho más jóvenes quieren vivir hoy en una democracia no por
nacional menos plural, tan defendible y tan reformable como las demás europeas,
que se ha ganado dolorosamente su derecho a no ser mutilada en beneficio de
trincones y mitómanos.
Para tener el derecho a ser español sin aguarse en españolista hay que
abandonar la política y dedicarse al deporte. Alonso, Nadal, Gasol y demás son
españoles a mucha honra propia y de todos. Y por el momento también tenemos una
selección española y no españolista de fútbol, aunque no faltan algunos que
protestan —incluso agresivamente, como cierta criatura municipal en Donosti—
contra semejante desafuero. De modo que para no vernos aquejados de españolismo
tendremos que aficionarnos al balompié incluso los más remisos a tan
omnipresente juego. Al final van a tener cierta razón quienes nos advierten de
que el deporte redime de las limitaciones de la vida… Ahora escucho en una
tertulia radiofónica a un opinador estableciendo que el partido Ciutadans es
españolista, mientras que UPyD es en cambio ultraespañolista. No me atrevo a
decir, Dios me libre, que dicho ente parlante sea un mentecato: pero que al
menos es bastante mentecatista, seguro que sí.
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