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¿Está la democracia mediatizada por los partidos políticos? (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el diciembre 11, 2012 por admin6567
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Jeorge Savile, primer marqués de Halifax, político inglés del Siglo XVII nació en la ciudad de Thornhill y murió en Londres después de una prolija carrera como político y escritor. En sus obras, Works, se refirió a los partidos políticos en los siguientes términos: "El mejor de los partidos políticos no es otra cosa que una especie de conspiración contra el resto del país". No he sabido encontrar una frase más apropiada para calificar a nuestros partidos políticos, su incompetencia, su beligerancia de unos contra los otros y la falta a la debida lealtad a la nación. Es evidente que, algunos de ellos, para favorecerse a si mismos, para sacar partido personal, para cubrir su incapacidad para administrar, debidamente, la parcela de poder que se les ha concedido; no dudan en usar de su influencia sobre los ciudadanos, para arrastrarlos a las más absurdas, desastrosas e inconcebibles aventuras de traición a la patria, que los sitúan fuera de la órbita del Estado de Derecho de la nación a la que deben lealtad.

Puede que hubiera un tiempo en el que, el ejercicio de la política, a través de grupos organizados que, bajo la excusa de defender unos determinados ideales éticos, religiosos, económicos o sociales optaran por unirse para formar un grupo de presión, con el que defender sus aspiraciones, pasando a formar parte de los órganos rectores de una nación. Sin embargo, ya hace años que estas formaciones han venido siendo saboteadas por determinados intereses de clase, por hábiles líderes y por importantes lobbies políticos; que no han tenido empacho alguno en prostituir los verdaderos ideales y legítimas aspiraciones que fueron los que indujeron a los ciudadanos a unirse a tales formaciones, de modo que los dirigentes que vienen constituyendo las cúspides de mando, los que manejan los hilos de los que se valen para moverse en el farragoso mundo de la política; están, cada vez, más alejados de las bases, de lo que debería ser la verdadera democracia entendida como la elevación de las aspiraciones legítimas del pueblo para ser aglutinadas, perfeccionadas y elevadas en sus propios términos, sin añadidos ni recortes de cosecha propia que los pudieran desnaturalizar.

Cada día observamos, con verdadera preocupación, como se viene incumpliendo, por las directivas de los partidos, aquellos objetivos, aquellas ambiciones o aquellos propósitos que fueron los que justificaron su creación; de modo que, las cúpulas, prescinden de lo que les piden las bases, actúan según lo que estiman que les conviene a ellos, conciertan alianzas contra natura y, en muchos casos, por simples cuestiones de estrategia, no dudan en abjurar de aquellos valores esenciales que se consideraban como la razón de existir del propio partido. Y eso, señores, no es que sea algo que ocurre en determinados partidos de una tendencia de izquierdas o derechas, no, de ninguna manera, es lo que está sucediendo en todos los partidos del ámbito político español. Hoy en día, lo que se ha dado por llamar el bipartidismo, en realidad, no tiene nada que ver con lo que se entiende por tal en los EE.UU de América. Aquí, por el empeño de los grandes partidos de no modificar la Ley electoral y no cambiar el obsoleto sistema de reparto de escaños preconizado por el sistema de D'Hondt, hemos entrado en una atomización tal que puede llegar a darse la circunstancia de que, un partido con apenas 300.000 votos, pueda poner en jaque la gobernabilidad de toda la nación.

No obstante, una cuestión tan sencilla como garantizar que las mayorías puedan gobernar y poner en práctica sus propios programas; por simples cuestiones de pruritos personales, de índole egoísta; de obtener réditos o gabelas para sus integrantes o, y esto es todavía más grave, por viejos pleitos, rencores u odios, heredados de tiempos pasados; impiden que los dos partidos más importante de España lleguen a acuerdos que les permitan despolitizar la justicia; aplicar los remedios financieros y económicos que precisa el país para intentar superar la crisis; garantizar el orden y la seguridad en las calles y, un tema que está de lacerante actualidad, impedir que pequeños grupos de independentistas, de señores que no dudan en incumplir la Constitución y las sentencias de los altos tribunales de la nación; sean capaces de poner a España contra las cuerdas, cuando bastaría un simple acuerdo entre populares y socialistas para que todos estos "valientes" secesionistas se tuvieran que marchar con el rabo entre las piernas.

Por eso, señores, los ciudadanos estamos cada día más perplejos ante lo que está ocurriendo en una España desconocida, una nación que, cada día que pasa, parece que se está acercando más a su destrucción, mientras los partidos políticos asisten impertérritos, como si no sucediera nada, a la desmembración del Estado. Y todo ello se debe a que, en ninguno de los partidos que tenemos en nuestro país existe una verdadera democracia en la elección de quienes debieran dirigirlos. Los dirigentes cesantes, como parece que quiere hacer el señor Hugo Chávez de Venezuela, practican el traslado de poderes mediante la designación, a dedo, de los que van a sucederlos. Las bases están cortocircuitadas, sin que exista la posibilidad de que los dirigentes reciban y acepten las peticiones de las bases lo que, a copia de ser convertido en una situación endémica, llega a producir un sentimiento de frustración en aquellos que perciben que sus aspiraciones dejan de ser atendidas en pro de otros tipos de intereses, en ocasiones espurios, que son los que manejan las directivas.

Últimamente, sin embargo, las encuestas que periódicamente van haciendo las entidades encargadas de ello, vienen registrando, con evidente tozudez, como el pueblo español está desencantado de sus políticos, desengañado de la política en general y disgustado con aquellos que los vienen engañando, mintiéndoles y prometiéndoles cosas que nunca se cumplen o, si lo hacen, no en la forma y con las consecuencias que, en un principio, se ofrecieron. Los españoles empiezan a dudar de la eficacia de los partidos políticos y esto, señores, se masca en las calles, se observa en la falta de confianza, cada vez más evidente, en los dirigentes y se constata en los intentos, muchas veces deslavazados, desproporcionados e inviables, de grupos minoritarios, generalmente mal dirigidos y, frecuentemente, manejados por activistas de la violencia que pretenden sacar partido del caos en las calles, pero, en todo caso, representan un aviso para navegantes.

La democracia no se puede entender, como parece que hoy en día se viene entendiendo, como una merienda de negros, una lucha permanente por el poder entre los distintos partidos o una obsesión enfermiza para pretender imponer criterios extremos, sin comprender que, cuando el país está en una situación grave, con millones de parados, con cientos de miles de empresas en situación precaria y con la necesidad de dar una buena imagen a los países de la UE, para que nos concedan los créditos que necesitamos a unos intereses moderados que impidan que los especuladores bursátiles se ceben sobre nuestra deuda y bonos de Estado; hay que aprender a ceder y a pactar..

Es obvio que nuestro país precisa de un cambio radical en el funcionamiento de nuestros partidos, una renovación en sus cúpulas directivas que aporten savia nueva de modo que, a diferencia de lo que esta ocurriendo, se produzca a través de la voluntad de las bases y, en modo alguno, por decisión de aquellos que ya han demostrado ser incapaces para sumir las reglas de la democracia. O así es, señores, como vemos, desde la óptica de ciudadano de a pie, los cambios imprescindibles para salir de la crisis.

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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