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Un viaje melancólico a la juventud (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el enero 15, 2013 por admin6567
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Nicolás. Malebranche (1638-1715), sacerdote francés, creador del "ocasionalismo" un doctrina particular que él definía de la siguiente manera "Si no viésemos a Dios de alguna manera, no veríamos ninguna cosa". Refiriéndose a la imaginación la definía como "la loca de la casa", una forma curiosa y harto descriptiva de lo que, en realidad, es esta facultad humana de la que las bestias parece que carecen, de poder evadirse de la realidad, de las limitaciones de la razón y de los imposibles de la ciencia, para crearnos un mundo de evasión propio en el que ninguna censura, opresión, dictadura ni malicia puede entrar ni, mucho menos, interferir por mucho que se lo propongan. En realidad, podríamos decir sin temor a equivocarnos que sólo el materialismo, la filosofía relativista, el libertinaje y las sexualidad como fin último del ser humano, han sido capaces de ir reduciendo en el hombre esta posibilidad de olvidarse de sus propias limitaciones, de su impotencia, de sus sometimientos y de sus carencias, para dejar vagar con libertad el pensamiento, por los caminos inconmensurables de lo inmanente prescindiendo de la razón y sus estrechos límites.

Como ciudadano de a pie, que ya ha vivido muchos años que me han permitido cursar esta carrera, no universitaria, que se conoce por "experiencia"; algo que, hoy en día, tan poco se valora por la juventud y los científicos; he llegado a la conclusión de que: el relajamiento de la moral, la permisividad y tolerancia de la sociedad respeto a determinados vicios, la propia liberación de la mujer de aquellas cadenas que la convertían en una ciudadana de segunda categoría o la misma decadencia de las religiones, principales responsables de que la sociedad se rigiera por determinadas reglas éticas y morales que, ahora, la moderna sociedad, ha relegado a los confines del olvido, como prácticas anticuadas y contrarias a la libertad de la mujer, a su derecho a disponer de su cuerpo, sin represiones, modelos éticos ni límites culturales.

Sin que me respalde tesis filosófica alguna, me permito afirmar que, cada día que pasa, cada adelanto en la igualdad de sexos y cada paso hacia la abolición, en nombre de las libertades, de los frenos que la sociedad imponía bajo el nombre de "decencia", " buenas costumbres" o "educación cristiana de la familia"; significa un avance hacia esta sociedad libertaria, cuya permisividad ya nos ha llevado a aceptar como algo natural los matrimonios de homosexuales; la posibilidad de adopciones de niños por gays y lesbianas; los abortos de criaturas inocentes por el simple capricho de sus madres; el ejercicio de la sexualidad en público, sin respeto por el resto de ciudadanos; la promoción, a través de todos los medios de comunicación, de ideas, cada vez más atrevidas, de ruptura absoluta con los tabúes morales que han venido rigiendo el comportamiento de los ciudadanos durante siglos; de destrucción de la familia tradicional para sustituirla por nuevos tipos de uniones que, de seguir así, van a acabar por dejar a los ejemplos bíblicos de corrupción, situados en las ciudades de Sodoma y Gomorra, como meros ejemplos de buenas costumbres.

Yo no dudo de que, en todos los tiempos, han existido homosexuales ni que haya habido familias que han sido un verdadero infierno en cuanto a la convivencia de sus miembros; de que las mujeres fueran rebajadas a la condición de simples criadas de sus maridos y que, los caciques, tuvieran un poder omnímodo sobre sus vasallos o campesinos. Sin duda todo ello tenía que ser combatido, erradicado y transformado para que, la sociedad, fuera más igual; todos tuvieran las mismas oportunidades y no se produjeran injusticias ni diferencias por razón del nacimiento, la raza, la condición civil, las ideas, el sexo, o cualesquier otros signo diferenciador entre los ciudadanos.

Sin embargo, cuando escucho a alguien hablar, por supuesto sin conocimiento de causa, de que, en nuestra juventud, estábamos oprimidos, dirigidos y esclavizados por el Estado, no puedo menos de esbozar una sonrisa socarrona, porque quienes así opinan consideran que este melting de sexualidad, que hoy se ha establecido como algo natural en nuestra sociedad; algo que, como decía al principio de este artículo, no ha hecho más que desahuciar de nuestro ser el poder de la imaginación para revolcarse por la decepcionante realidad de una lujuria desenfrenada desprovista de todo romanticismo y consistente en abusar del sexo hasta que acaban hastiados de tanta carne y, luego, es cuando se busca lo diferente, las nuevas experiencias, lo contra natura y bestial.

Recuerdo, con nostalgia, y no me importa que se me tache de anticuado, carca o meapilas, ya que, felizmente, me puedo permitir estar por encima de insultos, sátiras o amenazas, puesto que ya no dependo de nadie más que de Dios. Pues, como decía, en mi juventud, cuando a mis 14 años ( no como ahora que la pubertad se adelanta debido a este exceso de información que se les ofrece a los chavales) y comenzaba a experimentar los efectos de la testosterona, el simple hecho de observar las curvas de una mujer o el efecto del viento levantando un poco una falda de una chica, se transformaba en un incentivo para que la imaginación completase, por su cuenta, la imagen de aquel cuerpo que la ropa, ladrona, nos hurtaba a la vista. ¿Era esto peor que el hastío que pueden llegar a causar ver en las playas montañas de carne cuarteada, piel de naranja o michelines arteramente exhibidos por sus propietarias, carentes del sentido del ridículo? Hoy no es necesario ejercitar la imaginación porque se nos muestran tal y como Dios las puso al Mundo. Entonces, la imaginación actuaba a modo de foto shop formando en nuestra mente una imagen perfecta, si manchas, lobanillos ni otras imperfecciones que, seguramente, es difícil de obviar una figura real.

Ni reprimidos, ni aburridos ni, mucho menos, tristes o melancólicos, porque no podíamos gritar ¡Viva el comunismo!, algo que nunca, en toda mi vida, he estado tentado de hacer. El juzgar otros tiempos, incluso la "denostada" dictadura del general Franco, en la que transcurrió mi infancia y juventud, nos causó a los jóvenes (a excepción de aquellos que querían intrigar dentro de las catacumbas de la revolución), ningún sentimiento que nos amargarse nuestra vitalidad y buen humor. A la luz de los cambios experimentados por la sociedad y sin tener en cuenta las circunstancias en las que nos desenvolvíamos, es injusto intentar juzgar aquella época. Nosotros fuimos felices con mucho menos de lo que los jóvenes disponen ahora; teníamos, los que podíamos, bicicletas, cuando los jóvenes de hoy no conciben el no tener un coche. ¿Son más felices acaso? En modo alguno. Lo que no teníamos nos lo imaginábamos, leíamos más de lo que hoy acostumbran (no tienen tiempo para ello); luchábamos para conseguir la amistad de las chicas y, cuando bailábamos con ellas, puede que nuestros sentidos estuvieran más despiertos que los de aquellos que se revuelcan con la primera que se les ofrece (que son muchas) hasta que llega un momento en que hartan de tanto sexo.

No quiero decir que aquellos tiempos de grandes privaciones sean mejores en todo a los actuales; simplemente, quiero resaltar que los que pretenden juzgar desde la actualidad a aquellos que fuimos los niños de la guerra, es tan insensato como el que quisiera adelantarse a los tiempos y opinara sobre como será la vida en el SigloXXIII. O esta es, señores, mi opinión sobre los que nos juzgan a la luz de la famosa Memoria Histórica.

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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