"La Iglesia es un yunque que ha gastado todos los martillos" (T.Baeza)
Atila, rey de los hunos y calificado como el "Azote de Dios", detuvo incomprensiblemente a sus ejércitos cuando tenía todo a su favor para llevar a cabo la conquista de Roma; después de una misteriosa entrevista con el Papa León I, renunciando a su matrimonio con Honoria y a los terrenos que había deseado conquistar. Desde entonces la Iglesia católica ha resistido el paso del tiempo sin que, nadie ni nada haya sido capaz de vencerla o hacer que su poder, especialmente el moral que viene ejerciendo sobre millones de fieles, haya disminuido a pesar de las sucesivas escisiones que a tenido que padecer en su mismo seno y de los momentos difíciles que se ha visto obligada a sortear, para evitar ser destruida por aquellos que la han considerado un peligro para sus intereses personales o para sus ambiciones políticas.
Sin embargo, durante los últimos tiempos se ha venido notando un enfriamiento notable en la fe de muchos de los fieles, una atonía generalizada que se ha venido manifestando entre los miembros de dicha institución religiosa, un alejamiento motivado por la percepción que ha cundido en muchos de que algunos preceptos de la Iglesia católica parecen haber entrado en colisión directa con la nueva concepción de que, lo que debe primar en el ánimo de los católicos, por encima de toda la serie de ritos, pompas, aburguesamientos, gastos calificados de excesivos y preceptos demasiado estrictos en determinados aspectos de la vida; debería ser potenciar la caridad, la ayuda a los necesitados, la desaparición de las grandes desigualdades y la supeditación de los despilfarros inherentes a un modelo de vida, la pobreza de la Iglesia y la vida monacal de sus ministros junto a la erradicación de el excesivo apego que parece que existe en algunas partes de la jerarquía eclesiástica por las riquezas, la buena vida y el boato.
No hay duda de que las nuevas corrientes materialistas y relativistas que se están abriendo camino, especialmente entre la juventud; algunos hechos imperdonables que se han detectado en el seno de la curia como los horribles casos de pederastia y otras prácticas que nada tienen que ver con lo que debería ser una existencia ejemplar de aquellos pastores que, por su especial compromiso con la religión, debieran de ser el ejemplo vivo de lo que debería ser la vida de un buen católico; han contribuido a que, entre la comunidad católica, muchos hayan abandonado sus prácticas religiosas, algo que es evidente si se observa la disminución de feligreses que asisten a los cultos en las iglesias y el escaso número de las vocaciones religiosas que hacen que, en muchos casos, los sacerdotes tengan que multiplicarse para poder prestar asistencia religiosa en aquellas localidades que, por el escaso número de practicantes, hace imposible sostener a un religioso a dedicación exclusiva.
Sin ninguna pretensión de polemizar, algo para lo que no estoy preparado ni es mi intención, no obstante, debo de manifestar que, debido a mi ya avanzada edad, he tenido ocasión de ver personalmente una evolución más que notable en cuanto a los criterios bajo los cuales se han valorado distintos comportamientos morales y éticos que, en tiempos pretéritos, eran considerados como los más reprobables y pecaminosos y que, en la actualidad, parece que ya no se consideran tan graves y, por el contrario, otros de los que ni se hablaba, da la sensación de que se han convertido en los más reprobables. Yo entiendo que la religión, cualquiera que sean sus preceptos debe, en primer lugar, ser comprensible, debe tener explicaciones sencillas asequibles y entendibles, sin que se les puedan exigir a los fieles el tener conocimientos profundos en teología ni el ser especialmente inteligentes para poder sentirse atraídos por sus argumentos y contenido. Durante los últimos años muchos han sido los desencuentros de lo que se pudiera entender como la religión "oficial", la emanada del sector conservador, integrada y dirigida desde la Santa Sede y la de determinados filósofos y cardenales, de la propia curia, que parecen partidarios de desposeer a la Iglesia de su cascarón externo y centrarse específicamente en la labor humanitaria, caritativa, participativa y misionera de la institución; promoviendo un nuevo tipo de Iglesia despojada de sus actuales riquezas materiales, dedicada con mayor intensidad a la erradicación de la pobreza, la lucha contra las grandes hambrunas que asolan continentes como África y Asia y que son las responsables de millones de muertes de niños y personas mayores que no tienen medios para poder subsistir en medio de la miseria. Una iglesia más en concordancia con aquella primitiva de los primeros cristianos de las catacumbas romanas.
Sin duda que, personajes de la importancia de Pere Casaldàliga, obispo emérito de Sao Félix do Araguaia (Brasil) y defensor de los pobres, se solidaricen con el clérigo renegado nicaragüense Ernesto Cardenal o los ideólogos de la Teología de la Liberación, tales como Gustavo Gutierrez (Prícipe de Asturias) "aproximación desde la libertad al Evangelio" o el teólogo y filósofo brasileño Leonardo Boff que acabó colgando los hábitos ante las amenazas del Vaticano de sancionarlo, debido a sus poco ortodoxas teorías, así como el también brasileño Helder Cámara, que fue obispo auxiliar de Río de Janeiro; se hayan enfrentado al Papa; sosteniendo, desde el mismo seno de la Iglesia católica, posturas más flexibles respecto a lo que consideran las enseñanzas de Jesucristo en pro de una religión más popular, más libre y menos dogmatizada.
Uno, dentro de su ignorancia en materias de tanta enjundia y profundidad, no deja de pensar que si, a estas alturas de la Historia, no ha llegado el momento en que se haga un esfuerzo de integración, de revisión en profundidad de la verdadera doctrina trasmitida por Cristo en sus años de predicaciones y se hagan esfuerzos de unión de los hermanos separados del cristianismo, teniendo en cuenta las circunstancias en las que tuvieron lugar algunas de las consideradas grandes herejías en el seno de la Iglesia que, vistas desde la distancia, como en el caso de Lutero, se debe reconocer que el clero de aquellos tiempos estaba más preocupado por las cuestiones materiales que por las materias meramente espirituales.
Con una gran dosis de generosidad y una autocrítica desapasionada es posible que, mediante un nuevo Concilio ecuménico, con la participación de todas las iglesias cristianas; en el que se sometieran todos los temas que han sido causa de polémica, dejándose de dogmatismos interesados, se pudieran alcanzar acuerdos básicos sobre los valores fundamentales que predicó Cristo. Es obvio que, reduciendo la religión al reconocimiento de un Creador bondadoso y comprensivo, que nos pide amor al prójimo y vivir de acuerdo al dictado de nuestras conciencias, fuera posible mejorar la percepción del concepto religioso universal, apartándolo de la gran parafernalia a la que, actualmente, están sometidos la mayoría de los cultos, normalmente anclados, más de lo que debieran, en materialismos y empresas mundanas que, difícilmente, pueden entenderse como ejemplares ni adecuadas a las doctrinas evangélicas..
Si el Papa Juan XXIII fue el gran artífice de la convocatoria del Concilio Vaticano II (1.962-1.965) fue el Papa Pablo VI quien lo concluyó y a él se le debe la constitución Pastoral Gaudium et Spes, sobre "la Iglesia en el mundo actual". La modificación y actualización de esta encíclica, quizá fuera uno de los hitos más importantes para una verdadera renovación de la Iglesia católica. O así, modestamente, lo pienso yo.
Miguel Massanet Bosch