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Los partidos y la realidad

Publicada el mayo 5, 2013 por admin6567
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Editorial de UPyD (Ver aquí)

A base de controlar inmensos sectores de la realidad y de empeñarse  en transmitir una imagen muy concreta de España, los partidos  tradicionales han terminado por aislarse y convertirse en entes extraños  para los ciudadanos. Mientras pareció que las cosas iban bien, ese  aislamiento podía pasar desapercibido. A estas alturas, ya no se le  escapa a nadie. Abrumados por sus propios problemas internos, PP y PSOE  se han plegado sobre sí mismos, como langostas que se sienten atacadas, y  se han ensimismado  aún más. En Génova se oyen críticas superficiales y  anónimas, sin que nadie se atreva a dar ningún paso. En Ferraz, ha  comenzado el juego de nombres que no sirve para ocultar que el problema  es mucho más profundo.

Organizar un partido político no es sencillo, pero resulta  sencillamente imposible si  no se tienen claros algunos principios. El  primero es que ningunas siglas están por encima ni al margen del país.  La desaparición de una formación sólo sería un drama si no tuviera  alternativa, si con ella murieran algunas ideas valiosas que ya nadie  defendiera. Tampoco resulta factible cuando lo interno resta demasiadas  energías o incluso entorpece lo externo. Colaborar en un partido no es  incompatible con desear reconocimiento ni con la sana ambición, siempre y  cuando no se confundan las  prioridades ni se sobreestime la propia  capacidad. La primera pregunta que alguien que se va a postular como  alternativa debería hacerse es, “¿de verdad soy la persona adecuada?”  Porque si no lo es, puede terminar dañando al proyecto que desea  liderar. Algo parecido ocurre cuando se da el paso de realizar una  crítica pública. Es algo perfectamente legítimo y hasta conveniente,  siempre y cuando se responda afirmativamente a dos preguntas: “¿Es justo  lo que voy a decir?” y “¿estoy dispuesto  a hacerme responsable de las  consecuencias de lo que voy a decir?”

Es muy raro el caso de los que dan un paso atrás, pero en algunas  ocasiones puede ser una forma de grandeza. Quizás,  por ejemplo, Mariano  Rajoy hubiera sido un buen responsable de una administración menor en  otro momento histórico. Lo que es seguro es que hoy no es el líder que  España necesita. Quizás en el PP existan alternativas que nunca se hayan  decidido a dar el paso. Las críticas internas siempre han dado la  impresión de estar más destinadas a la autopromoción que a la  consecución de las reformas necesarias. Rubalcaba nunca fue otra cosa  que el fantasma de Zapatero, lo que no le impide seguir ahí. Para  encontrar una alternativa libre de hipotecas, los socialistas parecen  tener que recurrir a personas con escaso recorrido y sin peso  intelectual detectable. No se aprecia ningún debate interno valiente y  veraz. Hace años,  una mujer trató de suscitarlo y, convencida de que  sus esfuerzos serían en vano, fundó junto con otros ciudadanos Unión  Progreso y Democracia. A veces, lo  sensato no es un paso adelante ni   atrás, sino hacia fuera.

No, no es fácil organizar un partido político. Debe ser un sistema  abierto y flexible, permeable a la crítica, integrador. Y esto debe  conjugarse con la emisión de un mensaje potente e inequívoco. Una voz  reconocible. La democracia interna es imprescindible para evitar el  autismo que observamos en los partidos tradicionales. Una democracia  interna verdadera, y no un mero artificio propagandístico. Se trata de  otorgar a los afiliados el poder de tomar las decisiones más  importantes, y confiar en que cada uno de ellos,  o al menos la inmensa  mayoría, use ese poder con responsabilidad. España necesita más gente  comprometida con la política y mayor virtud ciudadana de los que ya  participan. Si el bipartidismo no es capaz de entender esto, su  descalabro no ha hecho más que empezar.

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