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Democracia, nuevo empleo y crecimiento (Gerhard Schröder y Jacques Delors)

Publicada el mayo 24, 2013 por admin6567
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  • La lección que extraemos de Alemania es que las reformas estructurales solo pueden dar fruto si hay crecimiento. Berlín debe dar la oportunidad a sus socios de hacer compatibles esas dos políticas

Gerhard Schröder / Jacques Delors (Publicado en El País, aquí)

EVA VÁZQUEZ

Las turbulencias económicas de los últimos años han servido para que Europa
haya dado nuevos pasos hacia una mayor integración, empezando por las medidas de
estabilización financiera y por un proyecto de unión bancaria que aún está en
proceso de construcción. A estas alturas, todo el mundo es consciente ya de que
tener una zona monetaria única sin una política fiscal común es una invitación
al tipo de crisis que hemos experimentado.

Sin embargo, Europa ha llegado a este punto a regañadientes y sujeta a
grandes tensiones, a base de una serie de acuerdos entre jefes de Gobierno que,
en opinión de muchos, están permitiendo que los Estados más grandes y poderosos
impongan sus políticas de manera antidemocrática a los demás. En varios países,
sobre todo Italia, Grecia y España, en los que los costes sociales del ajuste
han sido especialmente elevados, está produciéndose una reacción cada vez más
extendida contra la propia idea de Europa.

Es más, de un tiempo a esta parte, podemos observar el preocupante ascenso de
partidos y movimientos que parecen pensar que la reafirmación nacionalista les
librará de los imperativos comunes que implica el gobierno de Europa o que creen
que el proteccionismo les permitirá eludir la obligación de buscar una forma de
solucionar la falta de competitividad europea.

Lo que resulta ya innegable es que los ciudadanos europeos no van a seguir
dispuestos a avanzar por la vía de las reformas y la integración si no se les da
voz y voto a la hora de determinar el rumbo, y mientras no exista un programa de
empleo común y de emergencia que demuestre que Europa sirve para algo.

Los intentos de reformas que hemos visto hasta ahora en Europa nos permiten
extraer varias lecciones.

Debe existir correlación entre la voluntad de hacer reformas estructurales y la voluntad de ser solidarios

Primera lección: entre el momento en el que hay que tomar las decisiones
difíciles y el momento en el que las reformas entran en vigor y se plasman los
resultados transcurre cierto tiempo. En algunos casos —como en Alemania—, ese
intervalo puede ser de hasta cinco años. Y eso constituye un problema para los
políticos cuando en ese periodo se celebran elecciones, como acabamos de ver en
Italia.

Segunda: las reformas estructurales solo pueden dar fruto si se realizan
conjuntamente con medidas de crecimiento. En términos generales, el debate
actual es una repetición del que ya mantuvimos en 2003 y 2004 a propósito del
Pacto Europeo de Estabilidad y Crecimiento.

La intención de Alemania y Francia al reformar entonces el pacto no era
rebajar criterios. Lo que nos preocupaba, por el contrario, era fortalecer la
faceta del crecimiento, porque Alemania, en aquella época, no podía mantener una
capacidad de ahorro de miles de millones de euros y al mismo tiempo poner en
práctica políticas reformistas.

Hoy, Alemania debe dar esa misma oportunidad a sus socios europeos. Grecia,
Irlanda, Portugal, Italia y España han hecho progresos en la reestructuración de
sus sectores financieros. Y Chipre tendrá que seguir la misma dirección.

Asimismo, la situación política y económica de los países en dificultades nos
ha enseñado que el ahorro, por sí solo, no basta para superar la crisis. Todo lo
contrario: existe el riesgo de que las economías nacionales se vean
estranguladas casi por completo por la política estricta de austeridad. Se ha
demostrado que, al mismo tiempo que llevan a cabo reformas estructurales, estos
países también necesitan ayuda.

Es obligatorio que exista siempre una correlación entre la voluntad de
emprender reformas estructurales y la voluntad de ser solidarios. No se trata de
una disyuntiva entre “crecimiento o austeridad”. Estamos convencidos de que las
dos políticas se pueden combinar de manera inteligente; es más, deben
combinarse. Necesitamos disciplina presupuestaria, necesitamos reformas
estructurales, pero el programa de austeridad debe ir acompañado de factores de
crecimiento.

En este contexto, un aspecto fundamental es la lucha contra el paro juvenil
en Europa. No podemos resignarnos a contar con una “generación perdida” cada vez
más amplia en todo el continente porque, en numerosos países, más de la mitad de
los jóvenes no tienen trabajo. Los líderes europeos que van a asistir a la
reunión abierta del Berggruen Institute en París el 28 de mayo abordarán esta
cuestión y presentarán su propuesta de un “nuevo pacto por Europa”.

Europa podrá volver a funcionar si los Gobiernos y los
agentes sociales apoyan una nueva iniciativa de empleo juvenil

Y en esta cuestión desempeña un papel muy importante la responsabilidad del
Gobierno alemán. En Alemania, el desempleo juvenil es inferior al 8%. Son muchos
los jóvenes de los países del sur de Europa que buscan allí salidas
profesionales. Ahora bien, la migración de una población laboral joven y muy
preparada no puede ser la solución al problema, porque los hombres y mujeres que
se van en esas circunstancias están llevándose sus títulos y su preparación de
su país. En consecuencia, lo que nos hace falta es un gran programa pensado para
abordar el problema del paro juvenil a escala europea. Los países más poderosos
de Europa, en particular Alemania, tienen la oportunidad de demostrar su
responsabilidad política y económica en esta situación.

Por otra parte, las elecciones que se celebrarán en mayo de 2014 al
Parlamento Europeo ofrecerán a todos los ciudadanos europeos la posibilidad de
tener voz en la elaboración de nuestro futuro común. Por primera vez desde la
fundación de la UE, los partidos más fuertes del nuevo Parlamento tendrán la
potestad de elegir al máximo responsable del Ejecutivo europeo, el presidente de
la Comisión. Hasta ahora, el presidente era designado por el Consejo Europeo,
que representa a los países miembros de la Unión.

Si las elecciones que produzcan esa Cámara cuentan con una participación
abundante de los ciudadanos europeos, el nuevo presidente de la Comisión tendrá
la misma legitimidad democrática que cualquier dirigente nacional en un sistema
parlamentario. El vacío de autoridad que existía en Europa por el hecho de no
contar con esa legitimidad —con la consiguiente imposibilidad de tomar medidas
reales y eficaces en nombre de todos los ciudadanos europeos— se habrá
resuelto.

Si los candidatos que compitan por los escaños parlamentarios se presentan
con programas basados en sus respectivas visiones de Europa, las elecciones de
2014 podrían además sentar las bases para que el nuevo Parlamento Europeo sirva
de “congreso constituyente” y pueda decidir qué competencias debe asumir
Bruselas —estabilidad financiera, comercio e inmigración, por ejemplo— y cuáles
deben seguir siendo, en su mayor parte, responsabilidad de los Estados
miembros.

Europa podrá volver a funcionar si los Gobiernos, los sindicatos, las
empresas y la sociedad civil unen sus esfuerzos para apoyar una nueva iniciativa
de empleo juvenil y respaldar el intento que supondrán las elecciones de 2014 de
aportar más legitimidad y democracia al Gobierno de la Unión.

 

Gerhard Schröder fue canciller de Alemania.
Jacques Delors fue presidente de la Comisión Europea. Ambos son
miembros del Consejo para el Futuro de Europa del Berggruen Institute. © Global
Viewpoint Network / Berggruen Institute.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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