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Aznar, el tóxico

Publicada el mayo 26, 2013 por admin6567
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EDITORIAL

Su mandato presidencial coincidió con la instalación de la mayor red de corrupción política de nuestro pasado reciente

El País (Ver aquí)

Sea cual sea el lugar que los historiadores reserven a José María Aznar como
gobernante no cabe duda alguna de su histriónico desempeño como expresidente. Ya
como jefe de la oposición, y desde luego en el ejercicio del poder, Aznar fue el
político que más dividió y enfrentó a los españoles. Lo siguió haciendo tras
abandonar La Moncloa, escupiendo frases y adoptando modales que si no fueran
patéticos resultarían ridículos. Su extemporánea aparición en un canal de
televisión el martes pasado para criticar al actual Ejecutivo, cuestionar la
capacidad política del presidente Rajoy y situarse a sí mismo como epítome de un
inveterado caudillismo que este país no necesita, fue todo un desafío al sentido
común. La teatral declaración que sugiere su eventual regreso a la política
activa —“cumpliré con mi responsabilidad, mi conciencia, mi partido y mi país”—
hubiera merecido rubricarse con alguna apelación a Dios y a la historia, en la
estela del integrismo ideológico que le caracteriza. Aunque ya dijo Montaigne
que, por muy alto que sea el trono, nadie puede sentarse más alto que su
culo.

Aznar fue capaz de dejar el poder cuando la economía crecía, se creaba empleo
y se cumplían los criterios para integrarse en la moneda única europea. Pero una
parte considerable de aquel auge se debió a una burbuja inmobiliaria cuyo
estallido seguimos pagando desde hace cinco años en desempleo
y destrucción de riqueza. Aquella euforia no fue consecuencia de una política
que transformara el modelo productivo de nuestro país, sino el objetivo de un
Gobierno decidido a recoger a corto plazo los beneficios políticos de la falsa
sensación de riqueza que la burbuja que él mismo hinchaba produjo.

En política exterior su viraje atlantista sin matices, debilitando nuestras
sólidas alianzas con Europa y América Latina, le permitió poner los pies sobre
la mesa de George W. Bush, que le llamaba cariñosamente Ansar. A cambio, eso sí,
de embarcar a nuestro país en la siniestra aventura bélica de Irak. Para
justificar sus actos no le importó propagar la mentira de las armas de
destrucción masiva, lo mismo que falseó más tarde la autoría de la matanza del
11-M, la peor tragedia provocada por el terrorismo en España, sin otro objetivo
que buscar un rédito electoral, imposible de sustanciar una vez que se demostró
su desprecio por la verdad.

Currículo tan oscuro no le impide pronunciarse como si fuera el propietario
de una derecha cuyas peores características creíamos desaparecidas. Resulta
inútil especular sobre los motivos últimos que le llevaron a la actuación del
martes, impulsada a ojos vista por la insidia y el rencor. Pero sus apelaciones
a la clase media y a la necesidad de bajar impuestos no podrán ocultar los
verdaderos motivos de su irritada preocupación: la evidencia de que su mandato
coincidió con la instalación de la mayor red de corrupción política de nuestro
pasado reciente, articulada en torno a dirigentes del PP. Hablamos de la trama
Gürtel, cuyo capo se hizo cargo de una sustancial parte de los gastos de la boda
de su hija en 2002, según se acaba de conocer. Ha argumentado que se trataba del
regalo de un amigo. Cada cual elige los suyos, pero este se trata de un episodio
cuando menos indecente.

Editoriales anteriores

La credibilidad del PP (22/05/2013)

Responsabilidad(21/04/2013)

Congreso unánime (19/02/2012)

Al parecer Aznar no se siente defendido por los actuales líderes del PP y,
como ya es habitual en él, en vez de pedir perdón por sus errores amenaza a
quienes los desvelan. Así lo demuestran sus ataques a la empresa editora de este
periódico, que ha publicado informaciones que le sitúan en el origen del sistema
irregular de caja que durante años operaron los extesoreros del partido Álvaro
Lapuerta y Luis Bárcenas.

Aznar tiene una idea profundamente extraviada de lo que supone la dignidad
requerida a quien ejerció la jefatura del Gobierno. Retirado, según él, de la
política, atacó con saña a Zapatero fuera y dentro de España, y ahora arrecia
contra los suyos y especialmente contra Rajoy, en momentos en que su partido,
del que aún es presidente de honor, y el Gobierno que sustenta más hubieran
precisado de su solidaridad o, cuando menos, de su silencio. Todo un récord de
deslealtades que obliga a medir bien las amenazas de una oferta tan tóxica como
la que representa.

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