Antoni Gutiérrez-Rubí (Publicado en Micropolítca-Blogs El País, aquí)
La conferencia del expresidente José María Aznar
fue un éxito político rotundo. La presencia de la vicepresidenta Soraya Sáenz de
Santamaría y del ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria,
tiene varias lecturas, pero solo un mensaje: Mariano Rajoy no puede vencer a
Aznar ignorándole. El expresidente consiguió ayer tres objetivos: primero, no se
retractó de nada de lo dicho las semanas anteriores en su controvertida
entrevista televisiva, aunque matizó las formas en una corrección interesada,
más que en una cesión o rectificación. Segundo, dejó claro que la unidad del PP
pasa por él. Y tercero, que su contribución política (mediática y electoral) es
imprescindible. Aznar demostró su fuerza, y la exhibió.
El gesto marianista con el expresidente,
reflejado en la presencia de la principal colaboradora del Presidente, es un síntoma de
inteligencia y de debilidad al mismo tiempo. Rajoy no puede ningunear a Aznar y,
mucho menos, mantener una escalada de tensión donde el segundo tiene todas las
de ganar.
El actual Presidente va con las manos atadas a la espalda al autocensurar la
crítica a un predecesor y Aznar no tiene reparo alguno para dictar y enmendar a
la plana del actual Gobierno.
Rajoy renuncia al combate ideológico, dejando
atemperar la confrontación, otra vez. Pero, a diferencia de sus silencios y
desplantes hacia la oposición y otros líderes sociales y políticos, el caso de
Aznar es diferente. Muy diferente. Y aunque la ofensiva de este le permita
situarse más en el centro del espacio político, Rajoy pierde liderazgo y relato
político. Y autonomía.
La andanada −exigente− del expresidente para que Rajoy aproveche
sus votos (la mayoría parlamentaria) para seguir con reformas de «alta intensidad» va dirigida contra su política y…
su carácter. Esto es lo nuevo, aunque llueva sobre mojado respecto a las
críticas −algunas despectivas y humillantes− que ha recibido Rajoy durante años.
La reiterada crítica al vacilante y silente liderazgo del Presidente, así como su tendencia a
contemporanizar y su falta de coraje político con los adversarios (en particular
con los nacionalismos), son señalados por Aznar y por los que le jalean como
defectos o complejos (los famosos Mari Complejines) con sus gestos y sus
palabras. Aznar lidera el «dáles caña» popular con su propio ejemplo adusto y
severo. Rajoy no podrá hacerse el despistado. Le piden reformas y carácter. Las
primeras puede conseguirlas, lo segundo está por ver. Hay un combate ideológico
con aspecto hormonal. Silencios y cálculos contra testosterona y estrategia.
Dos no se pelean si uno no quiere. Pero quien
busca pelea, siempre encuentra argumentos. Y la no hostilidad del que la evita
es presentada (y vendida) como cobardía, no como responsabilidad, lealtad o
mesura. Esto es a lo que se enfrenta Rajoy.