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¿Es la monarquía la garantía de la unidad de España? (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el julio 16, 2013 por admin6567
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"Los reyes son felices en muchas cosas, pero principalmente en esto: pueden decir y hacer lo que les plazca." Sófocles

 

Estamos en el siglo XXI, la humanidad ha dado un paso de gigante en cuanto a su desarrollo, a las comodidades que nos acompañan, las mejores atenciones para nuestras enfermedades debidas a los prodigiosos avances médicos y a la serie de inventos e innovaciones que convierten nuestra vida en mucho más llevable e interesante. No digo nada nuevo si hablo del gran progreso que se ha producido en cuanto a la defensa de los derechos humanos, los innegables avances sociales, la mejorada legislación laboral y las más seguras y cómodas condiciones de trabajo que hoy existen, en ventajosa comparación con las que existían, si es que existía alguna, en las pasadas centurias.

Hoy en día las mujeres se han equiparado en derechos a los hombres; los más desfavorecidos por la fortuna obtienen ayudas para evitar que caigan en la miseria absoluta y los gobiernos se preocupan de que todos los ciudadanos tengan asistencia médica para solucionar sus enfermedades. En fin, es ocioso insistir en el hecho innegable de que, el nivel y la consideración social de las personas incluidas entre las clases menos favorecidas de la humanidad ha mejorado notablemente y esto se nota en las calles, en las escuelas públicas, en las universidades y en el nivel de vida del pueblo español. Al menos, esto era así antes de que la crisis inmobiliaria se apoderara de nuestro país y lo sacudiera, como el barman hace con la coctelera, en la que ha introducido los distintos componentes que, en teoría, deben dar como resultado un apetitoso cóctel para deleite del consumidor. Sólo que, en este caso, los ingredientes que el PSOE introdujo en lo que fueron sus acciones de gobierno sólo lograron que el mejunje resultante fuera una poción de deletéreos resultados para España y los españoles.

Estamos en una democracia en la que, los ciudadanos, vamos perdiendo la confianza en nuestros gobernantes, instituciones públicas, políticos, magistrados, administradores y legisladores; convencidos de que, cada día que pasa, los derechos fundamentales del individuo van cediendo bazas a medida que la corrupción, los intereses partidistas, el afán de enriquecimiento y el totalitarismo se van convirtiendo en el desideratum de determinados partidos políticos, sindicatos, nacionalistas o antisistema, más preocupados por conseguir sus objetivos de grupo que por velar por el bienestar de los ciudadanos.

Por desgracia, tal y como se ha podido comprobar, la Casa Real tampoco es ajena a esta pandemia, consistente en querer enriquecerse más, al menos así parece que ha sucedido con algunos de sus miembros más destacados; que no han sabido comportarse como se les debe exigir a los miembros de la realeza. En poco tiempo, los percances del Rey; los divorcios; el comportamiento de algunos familiares relacionados con algunas inversiones poco claras y algunos affaires sentimentales del propio monarca, han creado en la ciudadanía la sensación de que aquella institución, antes tan respetada y querida, adolece de los mismos defectos, vicios y fallos que afectan a los políticos y, por ende, al común de los mortales. Una sensación que ha tenido la virtud de hacer que el barómetro de aceptación de la monarquía en España haya caído vertiginosamente en la consideración de todos los españoles.

Se ha hablado de la forma despótica con la que el Rey trata a sus subordinados; de sus ataques de ira de los que, desgraciadamente, la propia reina ha sido también víctima. No es un secreto que las relaciones de la pareja real están en un punto sin retorno y sólo porque la reina es consciente de sus deberes como tal, sigue manteniendo su lugar en la Corte española. Todo lo que había logrado la Casa Real desde la reinstauración de la monarquía, se ha escurrido por el desagüe de la desconfianza; de tal modo que vemos como, en las últimas apariciones públicas de los Príncipes y la propia Reina, han sido recibidos con pitos e insultos que, en ningún caso, han podido ser compensados por unos tímidos aplausos de consuelo.

Los intentos del Gobierno y de la Monarquía de hacer que el pueblo olvide las recientes erratas cometidas por la Familia Real pueden resultar contraproducentes. Resulta ridículo que, cada sábado, la TV estatal, al mediodía emita un programa de apoyo al Rey; en el que ensalza su figura como si fuera gracias a él que España salió de la situación en la que la dejó el gobierno de Felipe Gonzáles. Incluso, en el episodio del 23F de 1.981, en el que el Teniente Coronel de la Guardia Civil A.Tejero y algunos militares, irrumpieron en el Parlamento armados y disparando, intentando dar un golpe de Estado; hay muchos autores que dudan de que el Rey ignorara lo que se estaba preparando, algo que, de ser cierto le hubiera permitido impedir que los militares salieran a la calle.

La Historia, seguramente, será la encargada de darle la razón a quien la tiene. Querían desembarazarse de Adolfo Suárez, que se había convertido en un incordio para el Rey, su propio partido, la UCD, y algunos otros partidos políticos, como fue el caso del mismo PSOE. Sin duda que, en el extranjero, don Juan Carlos goza de simpatías y que, en este aspecto resulta útil; sin embargo, la monarquía española no se puede sustraer a la corriente general que lleva a ir suprimiendo estas instituciones hereditarias, sin más justificación para seguir existiendo, que la nostalgia de algunos, el apoyo de la nobleza que todavía subsiste y no quiere perder sus privilegios y el miedo de algunos a retornar a lo que fue la II República del Frente Popular.

En todo caso, estamos en una democracia parlamentaria y sólo el hecho de que, en la Constitución, figure como máxima institución la Jefatura del Estado, en manos de S.M el Rey, impide que se transformara en una república de la misma naturaleza de las que existen en Alemania, Francia o cualquiera de los países emergentes, que hayan adoptado tal sistema de gobierno. Nada puede impedir, señores, que una república tuviera un presidente de derechas como ocurre en la actualidad en España. La ventaja, sin duda, estriba en que al presidente de la República se le puede elegir cada cuatro o cinco años, algo que no ocurre con el Rey, cuyo cargo es vitalicio y nadie puede garantizar que sea apto para gobernar durante tanto tiempo. Y ¡lo haga bien!

En todo caso, vista la situación de la España de las autonomías; lo poco que parece hacer SM para impedir que los nacionalistas catalanes se salgan con la suya; la forma de afrontar los intentos de los separatistas, de crear un estado independiente y la ley del silencio que se le ha impuesto al Ejército; autorizado por el Artº 8 de la Constitución para impedir cualquier movimiento separatista; no vemos que tengan ninguna intención de intervenir en el caso de que los separatistas intentaran saltarse la Constitución y progresar en sus intentos segregacionistas. Demasiados silencios, señores, cuando hay tantas cosas que explicar el pueblo. Ellos sabrán lo que hacen. O esta, señores, es mi opinión sobre este tema.

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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