Editorial de UPyD (Ver aquí)

En España lo estamos viviendo en directo cada día. Desde la toma de posesión deMariano Rajoy, el Gobierno ha justificado sus decisiones como las únicas posibles, y siempre que ha podido se ha escudado en Europa. Sin embargo, cada vez que asoma un brote verde, por escuálido que sea, pretende apropiarse del (dudoso) éxito. De esta manera, el PP y otros gobernantes europeos contribuyen al descrédito de Europa. Se le hace responsable de todas las decisiones dolorosas y se le niega cualquier mérito en los beneficios. El europeísmo del PP es pura fachada: sólo les interesan las instituciones europeas cuando les facilitan conservar el poder, cuando, por ejemplo, aportan fondos para el desarrollo de infraestructuras o para el sostenimiento de algunos sectores económicos y servicios sociales.
Lo mismo sucede, y en mayor grado, con el nacionalismo. El prurito secesionista es incompatible con la construcción europea. El progreso en Europa pasa por la cesión de soberanía y el refuerzo de las instituciones comunes como forma de aumentar la legitimidad democrática, justo lo contrario de lo que quiere el independentismo. ¿Por qué, entonces, ese ridículo empeño de Artur Mas y los suyos por seguir en Europa? Pues, aparte del cataclismo económico que supondría el salto al vacío, porque confían en que siga siendo ese parapeto político desde el que poder hacer y deshacer sin pagar el precio político de sus desmanes. El nacionalismo es esencialmente irresponsable, en la medida en que siempre le echa la culpa a otro de lo que va mal. Ahora es España, pero tras la independencia necesitarán otro fantasma que cometa los imaginarios robos y afrentas.
Parafraseando a Samuel Johnson, Europa no puede ser el último refugio de los cobardes políticos. Los líderes que necesita el continente deben hacer el esfuerzo de explicar a los ciudadanos los inconvenientes (que los hay) y las ventajas (muy superiores) de la integración europea. Y las instituciones europeas no pueden actuar con ingenua neutralidad ante discursos que la ponen en peligro. La Comisión ya ha dejado claro que ninguna región escindida tiene futuro en la Unión Europea. Ahora debe hacer un esfuerzo por promover mayor democracia y menos dependencia de los Estados. Europa ha cometido errores graves, sin duda, pero la mayoría son atribuibles al cortoplacismo interesado de los gobiernos nacionales. Y no sólo del alemán, como a veces se pretende.
Nacionalistas y grandes partidos están cómodos con la Europa actual. Ante la crisis, se ven obligados a llevar a cabo reformas en sus instituciones, pero siempre las justas para no cambiar su naturaleza. Un Estado europeo, una Europa federal con un gobierno autónomo y un Parlamento con verdadera capacidad legislativa y de control supondría un cambio de tal consideración que revolucionaría la política de partidos. La realidad no deja de señalar que ese es el único camino razonable, pero el impulso definitivo tendrá que ser ciudadano y de los partidos que, como UPyD, creen en la igualdad y entienden las instituciones como herramientas al servicio de los ciudadanos, y no de las élites políticas.