
Ucrania. Rajoy no quiere más sanciones contra Rusia. ¿Quizás porque las establecidas hasta ahora han tenido buen resultado? "Se trata de jugar al ajedrez, no al hockey", ha dicho el secretario de Estado para la Unión Europea. No para de oírse la advertencia de los prudentes: "¡Rusia tiene el gas!" Como si el hecho de cerrar la tubería no afectara también a Putin: ¿para qué quieren tanto gas si no lo venden? Además, ¿es que Rusia es autosuficiente? ¿Acaso no compra nada a Europa? Quizás Rajoy no sepa que es difícil ganar al ajedrez sin comerse alguna vez siquiera un peón. De momento Putin ya se ha merendado Crimea. Sería tan ridículo como letal que él juegue al hockey mientras nosotros nos enrocamos.
China. Sólo unos días después de que el Congreso, a iniciativa del Partido Popular y por un trámite exprés, tratara de liquidar la justicia universal por exigencia de la oligarquía china, un empresario del gigante asiático ha adquirido a precio de ganga uno de los mayores edificios de Madrid, aliviando así la carga que suponía para el Banco Santander. China ya no está enfadada y vendrá a quedarse con los restos del naufragio de la economía española. Vayamos acostumbrándonos: el modelo económico chino (trabajo precario y competencia vía salarios) es el que Rajoy parece querer para España a la vista de su reforma laboral.
Cuba. García-Margallo parece tener grandes tragaderas. Sólo consta que se le desbordaran en una ocasión: cuando Irene Lozano, diputada de UPyD, le pidió que promoviera una investigación internacional sobre la muerte del ciudadano cubano y español Oswaldo Payá y su compañero en la lucha por la democracia Harold Cepero. El ministro perdió los nervios y acusó a Lozano de ser responsable de las represalias del castrismo sobre los presos españoles en la isla.
Venezuela. El Congreso de los Diputados instó al gobierno hace una semana a condenar el matonismo de Nicolás Maduro con su propio pueblo. ¿Iniciativa del Gobierno? No, de UPyD. ¿Ha actuado el Ejecutivo? Hasta la fecha, no.
Cataluña. No se asuste el atento lector. Cataluña todavía es parte de España, pero el Gobierno le da trato de país extranjero. No sólo porque sea Margallo el encargado de informar sobre la posición del Ejecutivo -casi siempre con palabras desafortunadas– sino porque su actitud es la misma que con Guinea, Rusia, China, Cuba o Venezuela: hacer lo mínimo mientras por la otra parte se avanza cada día en un proyecto ilegal y en el control social del disidente.
Supongamos, siendo inmensamente benévolos, que el Gobierno está obteniendo grandes réditos de esta política. Supongamos que, gracias a sus gestiones, las empresas españolas hacen negocios con los oligarcas chinos o con el autócrata guineano. Supongamos -y ya es suponer- que esto termina por beneficiar de alguna forma a los castigados ciudadanos. Hechas todas estas suposiciones, ¿no cabría preguntarse si los españoles estamos dispuestos a vender nuestra dignidad? Cuanto más si cualquier beneficio para la gente no es sino pura especulación.
La imagen que mejor resume la política exterior de nuestro país es la de Rajoy saludando en un mitin islamista al que le llevó el presidente turco después de inaugurar una línea de metro. "¿Cómo he llegado aquí?", parecía preguntarse. Si España no se respeta a sí misma, es imposible que la respeten los demás. Así es como llegó a aquel escenario, presidente.