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Rajoy como Calígula (por Irene Lozano)

Publicada el abril 4, 2014 por admin6567
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Irene Lozano

IRENE LOZANO (Publicado en El Confidencial, aquí)
 

Todo opera en contra de que el PP tenga un candidato. Y resulta inquietante.

El primero que se opone al nombramiento del candidato es el candidato mismo. Sea quien sea, a estas horas prepara plácidamente su fin de semana sin estrés ni responsabilidad. Cuando sea nombrado –ungido, digamos mejor –, comenzará una frenética carrera de mítines, un quebradero de cabeza infernal. Tendrá que defender todas las atrocidades políticas cometidas por este Gobierno y, lo que es aún peor, una forma de gobernar que ha encanijado el campo de juego de la democracia y, por achicar, achica hasta a sus propios candidatos.

Dentro del PP también hay corrientes contrarias a la proclamación del candidato. Hay gente que puede perder una de esas intensas batallas deGénova y Moncloa que tantos mutilados de guerra deja últimamente. Mientras el ungido no sea llamado por las voces del oráculo nada ocurrirá. Los ministros también se oponen. ¿Ustedes han visto esos incendios en los que una casa queda carbonizada por el fuego pero sigue en pie? Basta que la toque el brazo de una grúa para que se desintegre en cenizas. Pues lo mismo les ocurre a varios ministros. Mientras no se toque nada, pueden fingir que siguen en pie.

"Mandar dando órdenes es lo clásico; pero mandar callando… Eso es el súmmum del poder, porque no hay nada más incontestable que el silencio"

Por último y por encima de todo, Rajoy está en contra de nombrar candidato. Ahora va por el mundo como Dios. Los periodistas le preguntan cuál es el destino que los dioses deciden para esos simples mortales que son los votantes. Rajoy, desdeñoso, afirma: “No estoy en el tema”. Mandar dando órdenes es lo clásico; pero mandar callando… Eso es el súmmum del poder, porque no hay nada más incontestable que el silencio. Rajoy prorroga su poderío y, al hacerlo, evoca a aquel Aznar cuyo dedo se posó sobre él hace ya años. Él fue uno de los nombres del cuaderno y ahora él ungirá al candidato. Esto es la vida, Luis, resistir y que alguien te ayude.

La pereza de Rajoy también obra en contra de que haya candidato. El presidente, como el Bartleby de Melville, “preferiría no hacerlo”. Añora los años fáciles en que gobernar consistía en colocar amiguetes porque el piloto automático hacía lo demás. Sin embargo, nombrar candidato le podría obligar a tomar partido en su partido –valga la redundancia– e incluso en su Gobierno. Qué cansancio. Tantas decisiones.

Esta actitud es propia de un presidente que se ha mostrado netamente antipolítico. Ha encontrado en el silencio una forma de neutralizar las elecciones, o sea, la democracia

Esta actitud es propia de un presidente que se ha mostrado netamente antipolítico. Ha encontrado en el silencio una forma de neutralizar las elecciones, o sea, la democracia. La algarabía de los mítines le da jaqueca y probablemente sueña con una democracia esterilizada y sorda. Me preocupa que en su afán por no hacerse notar el PP decida un día pasar a la clandestinidad. Resultaría un prodigio mundial estar gobernados por un partido clandestino. No digo disparates: ya tienen al tesorero en la cárcel. Con unas indicaciones elementales lo convertimos en preso político en un pis pas.

La alternativa me preocupa aún más: estas elecciones, al fin y al cabo, las convoca Bruselas, y allí ponen las fechas y los plazos. Las próximas generales, las del año próximo, son responsabilidad de Rajoy. Que emulara al emperador Calígula, nombrando candidato a su caballo sería lo de menos. Lo peor sería que se decidiera a ensayar su versión definitiva de un gobierno envasado al vacío, sin fecha de caducidad. Una democracia aséptica en la que, al fin, su no-candidato hiciera a sus anchas la no-campaña de la no-elección. Así podríamos no tener jamás cambios en el Gobierno y todos los ministros se convertirían en fósiles. El presidente haría cada cierto tiempo una deposición sin preguntas periodísticas y en los escaños se sentarían estatuas de sal: erradicaríamos, de una vez por todas, esa absurda costumbre de debatir. Por los siglos de los siglos. Amén.

Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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