"Nunca es tan terca la obstinación como cuando mantiene una creencia equivocada" S.Butler
"No podemos vivir por encima de nuestras posibilidades" ¿Le suenan a alguno de ustedes estas palabras, las recuerdan de haberlas oído con anterioridad? Pues estas han sido las palabras que ha pronunciado don Manuel Valls, primer ministro francés en el gobierno del presidente francés señor Hollande, ambos socialistas y ambos a cargo, como presidente de la República y como primer Ministro de un país que pertenece a la UE. El señor Valls, seguramente hubiera preferido poder estrenarse con varias mejoras sociales, con subvenciones a los más necesitados o aumentando los impuestos; sin embargo, este político socialista francés sabe que, lo mejor que puede hacer por el pueblo francés, es dejarse de demagogias, asumir con realismo los principales problemas que están afectando a su nación y poner en marcha aquellas medidas (curiosamente propugnadas por la denostada señora Merkel) que, en su día, no se atrevieron a aplicar sus antecesores en el Gobierno y que, a causa de ello, ahora Francia está pasando por un periodo de incertidumbre económica que ha obligado a monsieur Valls a dejarse de paños calientes, para aplicar un política de austeridad que hasta hubiera parecido exagerada a un gobierno conservador de derechas.
Claro que, a diferencia de lo ocurrido en otros países, como por ejemplo España (que sí puso en marcha, con la entrada del gobierno de Rajoy, medidas de austeridad y recortes sociales que han conseguido que ya empiecen a asomar signos de una posible recuperación) en los que, los respectivos gobiernos, se han mostrado reacios a meterse a fondo con el gasto público; el señor Valls ha empezado por meter la tijera en lo que él ha definido como acometer un "pacto de responsabilidad" que va a comenzar con un "plan de reducción del gasto" de 50.000 millones de euros, que se desarrollará durante los 3 próximos años. Se trata, para el primer ministro francés, de "bajar el costo del trabajo" para favorecer al tejido económico dándole la capacidad para mejorar la competencia, mejorar sus actividades y ponerse a contratar sin que sea necesario cuestionar las reglas sociales, en especial el salario mínimo.
Resumiendo, el primer ministro francés se propone conseguir lo que, para la senadora del PS, Marie Noelle Linneman, no es más que "una aberración socialmente inaceptable". Entre las medidas que ha propuesto el señor Valls podríamos destacar las siguientes: una retribución, por debajo del salario mínimo para jóvenes o personas que llevan mucho tiempo alejadas del mundo laboral; congelar los sueldos de los funcionarios; congelar, hasta octubre del 2015 las pensiones (salvo las más bajas) y lo mismo sucederá con las prestaciones sociales ( exceptuando las de supervivencia); disminución del número de funcionarios públicos ( salvo en educación, seguridad y justicia) y se recortarán, en 10.000 millones de euros, las dotaciones para la sanidad pública.
Con estas medidas el señor Valls piensa poder cumplir con la reducción del déficit público; justificándolas en que, Francia, precisa apoyarse en ellas como "base de la credibilidad y la confianza" y también para "lograr un margen de maniobra para invertir y asegurar el futuro del modelo social francés". Para Valls no se puede vivir por encima de las posibilidades de un país, recordando que el gasto público representa en Francia el 57% del PIB y que la Deuda Pública que era en 2002 el 50% del PIB había subido al 90%, en mayo del 2012 y que, en la actualidad, era todavía superior.
¿Se imagina alguien al señor Rubalcaba, que tanto se viene ufanando de tener la varita mágica para sacar a España de lo que él, frívolamente, califica como un desastre del gobierno de la derecha; proponiendo a su partido un plan semejante al que acaba de exponer el primer mandatario francés? Las llamas de la discordia afectarían, sin duda, desde el primer al último de los que votan a su partido y, es probable que se produjera una hecatombe interna que acabara con una revolución entre sus integrantes. Mucho nos tememos que, lo que propone el señor Valls, de origen catalán, hayan sido un hachazo para la campaña europea llevada a cabo por Elena Valenciano, tan cargada de demagogia, de idealismo trasnochado, de ofertas irrealizables y de descalificaciones sin base alguna que, para cualquier español medianamente culto, no pueden considerarse mas que como un intento burdo de querer convertir falsedades, engaños y malicias en un señuelo para arrastrar el voto de aquellos que, en lugar de dejarse llevar por la razón, se dejan arrastrar por sus demonios personales y por sus instintos primarios de un idealismo trasnochado, mamado del resentimiento acumulado de aquellos que no han asimilado el ser los perdedores de la guerra contra el general Franco.
Y es que, señores, en España los empecinamientos ideológicos, la insensatez de los políticos, el apego por la poltrona, el egoísmo por retener el poder y la falta de una verdadera solidaridad con el resto de la ciudadanía española; ha permitido que, los intereses nacionales, la conveniencia de una política que beneficiara a los españoles en general, la valoración desapasionada de las necesidades de nuestra producción; de lo que precisa para renacer nuestro sector industrial, dotándolo de créditos asumibles, favoreciendo la mejora de la productividad y la calidad de sus productos; volver nuestra mirada hacia una Europa con la que, necesariamente, deberemos convivir; negociar legislar, marcarnos metas comunes y colaborar en la búsqueda de objetivos que permitan que la utopía de una gran potencia económica europea se convierta, en un futuro no muy lejano, en algo más que un simple proyecto.
No es posible que, el PSOE español, siga inmenso en el pensamiento del sindicalismo decimonónico; que sus líderes sigan empeñados en la lucha de clases y mantengan conceptos obsoletos sobre lo que deben ser las modernas estructuras sociales, la economía y la industria del siglo XXI, pretendiendo conservar la idea de que el trabajador debe estar enfrentado al empresario en lugar de constituirse en su colaborador o prescindir de la realidad de las relaciones laborales que, actualmente, están vigentes en Europa y el resto del mundo civilizado, para empeñarse en seguir sosteniendo rancias ideas semejantes a la vieja pasamanería, deshilachada y descolorida, que en un tiempo tuvo su momento de esplendor pero, que con el transcurso de los años, ha convertido en algo desechable de lo que es preciso deshacerse.
No es posible sostener que los partidos de izquierdas no sean capaces más que de destruir y gastarse los impuestos de los contribuyentes en lo que, para ellos, constituye su principal misión: subvencionar en lugar de promocionar; protestar en lugar de idear soluciones inteligentes; revolucionar en lugar de buscar la paz y la concordia o mantener ideas igualitarias en vez de premiar a los que se esfuerzan, estudian, promocionan o invierten su patrimonio en empresas capaces de dar trabajo a quienes lo necesitan. Por desgracia, los actuales dirigentes de la izquierda, empezando por Pérez Rubalcaba, Elena Valenciano o el mismo Cayo Lara, son incapaces de entender que sus políticas son desacertadas y que siguiendo por este camino, aunque lograran vencer, no conseguirían más que llevarnos a todos a ser el basurero de una Europa que pronto nos confinaría, como indeseables, al averno de los desechados. O así es, señores como, desde la óptica de un ciudadano de a pie, se ve la miseria de la política destructiva de una izquierda decrépita y anacrónica.
Miguel Massanet Bosch