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¿Para cuándo una Ley que proteja a los padres de sus hijos? (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el abril 28, 2014 por admin6567
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"Los padres son los huesos con los que los hijos afilan sus dientes." Ustinov, Peter.

 

Cuando España empezó a desautorizar a los padres, promulgando leyes presuntamente encaminadas a acabar con el maltrato de menores; cuando a los padres se les cortó por lo sano el ejercicio de la patria potestad y a los hijos se les dieron derechos que les permitieron denunciar a sus progenitores, poner en cuestión el derecho de los padres para corregirlos y aplicarles castigos; con la idea de que, una gran parte de quienes tienen hijos, estaban deseando tenerlos para cebarse en ellos a palizas, para darles consejos que los iban a perjudicar o para hacerles la pascua impidiéndoles trasnochar, frecuentar según que compañías o drogarse y emborracharse cuando les diera la gana; seguramente fue cuando, en esta nación, se empezó a dar al traste con lo que durante siglos había sido la mejor forma de mantener a una familia unida, darles una educación apropiada a los descendientes y enseñarles la disciplina que es necesaria para llegar a ser un buen ciudadano, respetuoso con las leyes y con sus conciudadanos.

Aparte de que las nuevas leyes dictadas, presuntamente, con la intención de evitar los casos esporádicos en que, padres desnaturalizados, inflingen castigos desproporcionados a sus vástagos; no han conseguido tener la eficacia preventiva ni ejemplarizante que se buscaba para evitar que se vengan produciendo nuevos casos de maltrato a niños o adolescentes; lo que sí es cierto es que, lo que se ha conseguido por parte de aquellas doctrinas políticas extremistas, revolucionarias y libertarias, a las que les interesaba fomentar el desarraigo familiar para captar prosélitos fáciles de convencer y de adoctrinar en el "pasotismo", la vagancia, el desarraigo escolar, con el consiguiente abandono de los estudios y de una formación para el futuro; hayan creado, en muchas familias, una suerte de guerra interna, de enfrentamientos, de faltas de respeto y descalificaciones mutuas entre padres e hijos, de modo que, en muchos casos, la vida en aquellas se ha convertido en un verdadero infierno en el que ni los padres pueden echar a sus hijos, rebeldes y agresivos, de casa; ni pueden imponerles sanción alguna y, en no pocas ocasiones, tienen que defenderse de agresiones físicas por parte de ellos.

Alguien querrá justificar todos estos escándalos alegando el cambio de los tiempos, la creciente indisciplina que se viene registrando en las escuelas públicas o en una precocidad de los niños que, a más temprana edad, ya han adquirido vicios impropios de ella etc. Lo cierto es que, desde que España dejó se ser una país donde la moral imperaba, la Iglesia controlaba los matrimonios y la posibilidad de divorciarse era muy remota, cara y de larga ejecución en el tiempo; una nación en la que se respetaba el viejo Derecho Romano de la "patria potestad" y se fomentaba la obediencia de los hijos a las normas familiares hasta que estaban en edad de valerse por sí solos en la vida y, por añadidura, los padres podían poner coto a aquellos de sus hijos díscolos, agresivos e ingobernables, enseñándoles la puerta de la casa para que se desfogaran por su cuenta con el resto de ciudadanos que, por supuesto, no estaban dispuestos a aguantar las impertinencias del rebelde en cuestión. Pero, señores, el mal viene de un cambio radical de costumbres, de renegar de las tradiciones cristiana, de la crisis de valores y de la implantación, por las izquierdas, de un cambio radical del planteamiento de la vida en la sociedad moderna, basado en la filosofía materialista y relativista, en la que el concepto de lo trascendente y espiritual se toma a broma y es sustituido por el "comamos y bebamos que mañana moriremos" de los epicureístas (Epicuro de Samos).

El poco valor que hoy en día se le da al matrimonio, empezando por habérsele despojado de todo su componente espiritual, para dejarlo reducido a una especie de salvoconducto para poder realizar el acto sexual en compañía, no se sabe si de una mujer con un hombre, dos mujeres, dos hombres o, así como se desenvuelve el tema de la sexualidad, es muy posible que se llegue a uniones de humanos con animales ; una degradación de los fines matrimoniales consistente básicamente en olvidarse del propósito primordial de reproducirse y cuidar de los hijos, siguiendo las leyes de la naturaleza (algo en lo que parece que nos aventajan los animales irracionales) para, como exigen las feministas, que todo se reduzca a mantener la unión hasta que alguno de los miembros de la pareja se canse y decida cambiar de acompañante. Los resultados de esta suerte de promiscuidad o cohabitabilidad, entre personas del mismo o distinto género, basada en el simple placer, no pueden más que tener sus efectos en los hijos, si es que los tuvieren, fueren naturales o adoptados; que van a ser quienes sufran las desviaciones psicológicas y afectivas derivadas de coexistir en una familia inestable o creada de una forma antinatural, legalizada, pero carente de cualquier explicación científica o racional que la pudiera avalar.

Jóvenes desorientados, perplejos, confundidos dentro de una sociedad en la que se sienten desplazados, desprovistos de un formación ética o moral son, evidentemente, objetivo fácil para los depredadores de la sociedad, las mafias, las drogas, la delincuencia y el resto de parásitos que viven de espaldas a la democracia y el orden ciudadano, en la soledad de verse obligados a convivir con un lumpen egoísta e insociable. Por eso nos parece que, la señora Mato, en su intento de proteger aún más a la niñez, en su descaro de querer aumentar la intervención estatal en lo que debiera ser el ámbito inviolable de la familia; en su empeño en reglamentar hasta el último resquicio de lo que constituye la célula base de toda sociedad, con su anteproyecto de Ley de Protección a la Infancia ( no dudamos que cargada de buenas intenciones) no ha hecho más que colaborar con aquellos que, durante los años del socialismo, consiguieron desmontar lo que habían sido durante milenios de años las bases intocables de cualquier pueblo o nación: la familia tradicional derivada del Derecho Romano, no, como parece que algunos se empeñan en afirmar, de la Iglesia católica o cristiana que, en esta cuestión, se limitó a sacralizar unas leyes que estaban vigentes desde la antigüedad.

Seguramente, lo mejor que pudiera hacer el gobierno de derechas, si de veras lo es, sería devolver el verdadero formato patriarcal a las familias; diferenciar las familias tradicionales, formadas por el matrimonio de hombres con mujeres, del resto de subproductos basados en uniones más o menos durables a las que se les podría anotar en algún tipo de registros o controles, a efectos de respetar los posibles derechos civiles y laborales que les pudieran corresponder a sus integrantes. Para castigar los malos tratos, las conductas improcedentes, los abusos o las desviaciones de quienes tienen a su cargo menores, ya tenemos el Código Penal que contempla suficientemente estos posibles delitos. Sin embargo, señora Mato, el proteger a los padres o tutores de las amenazas, las faltas de respeto, las insumisiones y las desobediencias graves, de aquellos jóvenes que son incapaces de respetar a sus padres, tutores o profesores, que no asumen que la sociedad no puede, en modo alguno, permitir que se vayan incubando en su seno a individuos que pudieran llegar a ser una amenaza para la convivencia en paz y sosiego de sus ciudadanos; para aquellos sí le pedimos que devuelva a España aquellas reglas que durante tantos años se mostraron tan eficientes y retornemos a aquellos tiempos en los que las familias eran las que educaban a sus hijos, si era necesario con unos golpes en las posaderas o unos cachetitos en las manos para que, con estos pequeños avisos los niños sepan lo que pueden o no pueden hacer. O así es como vemos, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, los problemas de la familia.

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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