"El lenguaje de la amistad no tiene que ver con palabras, sino con significados. (Henry David Thoreau)
Una noticia, al parecer sin demasiada trascendencia, referida a una salida " de tapas" del príncipe Felipe con un grupo de amigos, según se dice amistades habituales, que tuvo lugar en el conocido restaurante "Bienmesabe" de Madrid, poco después de conocida la abdicación de su padre, el Rey don Juan Carlos; nos ha hecho reflexionar sobre un punto que, al menos para los ciudadanos españoles, suscita una cierta curiosidad, aunque no sea más que por el interés que, a partir de la renuncia de don Juan Carlos, adquieren todos los movimientos del heredero de la corona y de su señora esposa, la princesa. No es algo baladí conocer con quién se ha venido relacionando el futuro Rey de España ni, tampoco, lo es qué clases de amistades ha frecuentado doña Leticia, durante el tiempo que ha precedido a la inminente proclamación como reyes de España. Es cierto que ya conocemos la afición de la princesa a salir con sus amigas para frecuentar ciertos locales escogidos, con la sana e inocente intención de proporcionarse un poco de diversión; lo que quizá debiéramos conocer son cuales van a ser, a partir del día 19 de este mes, las reglas que se va a imponer la nueva y, al parecer, única familia real, que va a pervivir a partir de la proclamación de don Felipe VI con rey de España.
El escritor estadounidense, Gregg Levoy, dejó escrita la siguiente grase: "Él es mi amigo más querido y el más cruel de mis rivales, mi confidente y el que me traiciona, el que me apoya y el que de mí depende; y lo más espantoso de todo: es mi igual". Es importante tener un Rey bien preparado, con amplios conocimientos de la situación del país, con buenos asesores y con una esposa que sepa ocupar su lugar en la familia real con la misma dignidad, aplomo y oficio con que lo ha hecho la reina Sofía, un ejemplo a tener en cuenta de lo que debe ser una reina consorte. Pero también es importante que, sus amistades, aquellos que comparten con él sus momentos de ocio, sus tertulias familiares y sus impresiones, estén a la altura del monarca en cuanto pueda, de alguna manera, influenciarlo respecto a la forma de ejercer su papel como rey.
Es evidente que el carácter del futuro rey de España y el de su esposa Leticia son contrapuestos y que ello, aunque se ha procurado que no trascendiera, ha llevado a la pareja a pasar pos situaciones tensas, que no han podido evitar que trascendieran de su ámbito privado. Tampoco han conseguido disipar la desconfianza que, tanto a fervientes monárquicos que no han aprobado el enlace de don Felipe con una plebeya que, por añadidura, añadía a ello su condición de divorciada y con algunos asuntos poco claros relativos a una juventud bastante libre mientras estuvo en tierras mejicanas; como a aquellos ciudadanos de derechas que no comparten la tendencia de doña Leticia al feminismo, a sus amistades progre y su dificultad a ajustarse a las reglas y limitaciones que su pertenencia a la Casa Real le deberían hacer observar.
La campaña de propaganda de la monarquía que se ha puesto en marcha, desde el Gobierno y de la misma institución monárquica, puede haber conseguido, por unos días, conseguir mejorar la simpatía de los ciudadanos, especialmente hacia la persona del rey don Juan Carlos que, a la vista de muchos, aparece como el sacrificado para intentar salvar la institución monárquica que, durante los últimos años, ha sufrido el mayor desgaste de toda su historia y ha conseguido obtener las peores cuotas de popularidad registrada en todo su reinado. Solamente un hecho innegable hace que, incluso muchos republicanos, no estimemos oportuno que, en estos momentos, pudiera implantarse la república para sustituir a la evidentemente obsoleta institución monárquica. Hoy en día es obvio que los muchos republicanos de derechas que hay en España, como lo fueron Ortega y Gasset o el doctor Marañón, no están dispuestos a favorecer el advenimiento de la III República para que, como sucedió en 1.931 y con mayor virulencia y peores resultados, en febrero de 1.936; acabe en manos del populacho de izquierdas, siempre dispuesto a convertir cualquier atisbo de orden y normalidad institucional en una orgía frente populista que, como sucedió en aquella malograda II República, acabe inundando las calles de los pueblos de España, con la sangre de miles de personas alevosamente masacradas, bajo la excusa de ser los "verdugos de la clase obrera" o pertenecer a la Iglesia Católica.
Sin duda, el príncipe Felipe se va a tener que enfrentar, aunque no gobierne y su responsabilidad quede limitada a unas pocas facultades, a una España con graves problemas, como es el del separatismo catalán. Escucharemos con suma atención el discurso de don Felipe con motivo de su proclamación como rey del país, el día 19 de este mes de Junio. Querremos comprobar cuánto hay, en sus palabras, de su preocupación por lo que representa la unidad de España y lo que se pueda entender como posibles influencias progresistas de la futura reina. Nos fijaremos con la firmeza con la que trata el tema del orden institucional, la exigencia indeclinable de una reforma urgente de la Justicia y el cumplimiento estricto de los preceptos constitucionales, en orden a mantener la unidad del país. Nos gustaría que hiciera mención al rearme moral que precisa esta nación y a la necesidad de poner remedio urgente, en cuanto a erradicar esta vergonzosa matanza representada por los más de 100.000 abortos que cada año se cometen en esta nación; así como su visión de lo que debería ser la UE y las medidas que en ella se debieran arbitrar para colaborar en eliminar el paro que estamos padeciendo.
Los españoles, que nadie se engañe por falsos espejismos, reciben este cambio a beneficio de inventario y, tanto al futuro monarca como a la reina, les corresponderá con sus actos ganarse la confianza de todos los españoles, al menos de una mayoría de ellos. Algo que no les va a resultar fácil porque, por mucho que aparentemente unas encuestas que no nos merecen la menor garantía, hablen de mayorías que apoyan la monarquía, se publiquen en unos momentos en los que se ha puesto toda la carne en el asador para salir en defensa de la institución; lo cierto es que, a nivel del pueblo, eliminando el morbo por los episodios novedosos y las cuestiones románticas, cada día se va reforzando un sentimiento de apoyo a una institución en la que el pueblo pueda escoger, como ocurre en el caso de las legislativas, a quién debe ostentar la jefatura del Estado y, cuando lo haga, sepa que este nombramiento tiene una fecha de caducidad, a partir de la cual, podrá removerlo de su cargo y elegir otro que considere más capacitado para ocuparlo.
Tampoco nos parece que, en esta nueva etapa, se posponga al resto de la familia real, en lo que, inevitablemente, nos parece ver la evidente animadversión de la princesa Leticia hacia sus cuñadas. Es obvio que, en el caso de su cuñado Iñaki Urdangarín y su cuñada la infanta Cristina, existen motivos, porque han llevado a la monarquía a los peores momentos desde que fue restaurada pero, en el caso de la princesa Elena, nos parece que la han convertido en chivo expiatorio de toda esta operación. Esperemos que lo mismo tenga lugar con la familia Rocasolano, que también hayan dado muestras de no estar a la altura de las responsabilidades que asumieron al convertirse en parientes de don Felipe. O así es como, desde el punto de vista de un ciudadano de a pie, vemos con temor un cambio que nos parece precipitado y peligroso.
Miguel Massanet Bosch